Hay poetas que no quieren resistirse a la materia de las palabras: su sensibilidad, enervada en los perfumes de la letra, encuentra en el idioma un teclado sensorial antes que un instrumento comunicativo.
No niegan la evidencia de que cada palabra tiene significado, pero un metal puede brillar sin dejar de ser numismático; al contrario, por eso mismo su brillo es de un espectro más amplio. El artista acrecienta sobre la presencia metálica de la moneda su valor en metálico: arrestada su circulación, apartada del intercambio, la moneda es oro sacro, como aquello rescatado de su profanación. Desviar el haz de la significación, descomponerlo o ponerlo en aprietos, teñirlo o asombrarlo de todas maneras: esa es la manera.
Natalie Sève trata a las palabras como acrílicos o resinas que sobresalen del cuadro, que resuman o abultan, que matizan la dulzura en materias ásperas y la violencia al filo de su manifestación. No se deja llevar por la secuencia lógica –habitual– de la producción de sentido: no ordena las palabras de acuerdo a un querer decir sino que crea una intención de decir posterior a su procedimiento, como resto de su impulso sensorial, sensible, sensitivo.
Su escritura tiene algo de lo performativo: no sólo porque hace cosas con las palabras (entiéndase cosas en su valor de objeto palpable) sino porque su verso parece trabajado en una sostenida y meditada improvisación. Su fluidez es rítmica, no semántica. La sintaxis de estos poemas trasluce una intuición construida sobre matices contrastados: adjetivos que atribuyen al nombre facetas insospechadas, movimientos no inspirados en una idea de acción que las palabras debieran representar sino en el accionar mismo de los signos sobre las páginas y de los sonidos en el aire.
El surrealismo, como es sabido, hizo del arte un procedimiento artístico: la obra no sólo no oculta su instancia constructiva sino que es ese proceder: se reduce a él. El poema surrealista se parece al piano de un pasaje de Trilce: viaja para adentro.
Estos Exortismos son ese viaje: espiralado en su vértigo, muestran su propio devanarse, como registro fuerte de su existencia. Si estos poemas cumplieran su designio debieran incendiarse al tiempo que se los lee y reconstruirse después, distintos cada vez.
Edgardo Dobry
Barcelona 2010