Niall Binns. Poesía.


Todos los ladrones están enamorados de Rosita, y yo también

Recuerdo que andaba a tropezones por un callejón oscuro
Zigzagueaba de sombra en sombra, dándome golpes simétricos
contra uno y otro lado del callejón
Avanzaba y retrocedía por el aire esponjoso
Era como si me empujara desde dentro una fuerza diabólica que yo no conocía
o como si resbalara sobre el suelo salpicado de un matadero en desuso
o incluso como si hubiera bebido una botella y media de whisky
(efectivamente, había bebido una botella y media de whisky)

Llegué pronto al lugar que buscaba
Aquí, me dije, vive la mujer que yo quiero
y me senté a la sombra de un gato negro
que merodeaba por allí con malas intenciones
Enfocado por la luz de la luna llena
el gato se empeñaba en restregarse contra mi abrigo como si yo fuese su amo
– No soy tu amo, gato negro –, le dije
rogándole por favor que se largara de allí
Me arañó la cara con cariño torpemente expresado
antes de desaparecer detrás del muro de un cementerio cercano
La sangre empezó a deslizarse por mis mejillas
y me provocaba una extraña sensación de bienestar

Me senté en el umbral del bloque de apartamentos
donde vivía la mujer que yo quería
beodo como Propercio u Ovidio o cualquier otro poeta romano y enamorado
y entonces me puse a entonar la canción más triste de este mundo
– Todos los ladrones están enamorados de Rosita, canté, y yo también
Todos los cirujanos están enamorados de Rosita, y yo también
Todos los vendedores ambulantes están enamorados de Rosita, y yo también, etc.

Entonces oí abrirse centenares de ventanas
y de pronto empezó a caer encima de mi cabeza
una lluvia espesa de gruesas lágrimas saladas
Todas las señoritas, las solteronas, las viudas y las engañadas
que vivían en el bloque de apartamentos
derramaron sobre mí su infelicidad
hechizadas por mi serenata
embelesadas por mi canción rompe-corazones
Clic Clic Clic sonaban sus corazones
y me percaté con cierta compasión, pero sobre todo con una gran indiferencia
de sus roncos estertores

– Mi canto no es para ustedes –, les dije
mirando hacia arriba
donde las persianas del apartamento de Rosita
permanecían herméticamente cerradas
– Ay luna luna luna luna –, canté
La luna me alumbraba con su luz enfermiza
redonda como un queso carcomido
– Luna luna luna luna –, canté

En ese momento la penúltima de las señoritas moribundas
se puso a ulular como una poseída, o quizá como la propia Sibila
y a declamar profecías disparatadas acerca de mi futuro
Hablaba por ejemplo del fracaso sin fin de mis anhelos
y anunciaba que me moriría en el abandono, mi cadáver “carroña de los buitres”
Yo, desde luego, escuchaba estas cosas con ligereza e incluso con sorna desprecio
Pero he aquí que los escupitajos de su maldición
los insultos que llovían de esa boca, ese oráculo agonizante
se internaron en mis ojos incrédulos y corrieron
–para mi gran sorpresa y desconcierto–
un velo de ceguera sobre mis observaciones
y sobre el bloque de apartamentos ante el cual me encontraba sentado

Sin embargo, y a pesar de semejantes desventuras
no desistí de cantar las melodías más trágicas de mi invención
Ay Rosa Rosa Rosita Rosita, cantaba
derritiéndome en el charco de mis lágrimas borrachas

 

Cucarachas

Es una escena que vuelve con empeño a la memoria
Es una pensión desventilada y sin luz
con paredes reventadas, y un calor rayando en la locura
Es la ciudad de Valladolid, en el Yucatán, en México
Y es el año 85, el mes de agosto
una mañana sofocante y un cuerpo empantanado
en el charco de un colchón prehistórico

Recién despierto, chorreando sudor
con la cabeza entumecida de cerveza
con un peso nocturno de cebolla y chile en la boca
este cuerpo (tan mío) se levantó de la cama
hizo sus primeros pasos titubeantes del día
hacia la puerta del baño, y entonces vio
(es una escena que vuelve con asco a la memoria)
frente a frente, pecho a pecho
ceremoniosamente instaladas sobre las cerdas del cepillo de dientes
dos cucarachas

Se miraban, embelesadas
Temblaban sus antenas, se tocaban las antenas: estremecidas
Chupaban las huellas de la pasta de dientes
drogadas, supongo, por el sabor a menta
(como nosotros mascamos chicle de menta
para que sepan mejor nuestros besos)
o por un sobrecogedor amor de insectos
que nosotros ni podemos concebir

En su tranquilidad, en la ondulación pausada de sus antenas
sentí una extraña armonía

Las aplasté en el lavabo con una barra de jabón
Tiré a la basura el cepillo de dientes
Con obtusos dedos me hurgué las muelas
Embadurné con colgate mis rancias encías
Hice gárgaras de agua espumeante de menta
Nada podía con la agria pesadez

Y ahora me digo, recordando la escena
que después del apocalipsis, tal vez sea igual:
dos cucarachas instaladas con la misma armonía
frente a frente, pecho a pecho, estremecidas
sobre humeantes cadáveres humanos

Y me pregunto también
cuando tiemblan mis antenas y el bárbaro anhelo me enfurece
cuando cuatro piernas y cuatro brazos sacuden su torpe agonía
me pregunto entonces
si no brota ya, subyacente, la semilla
de un pequeño, banal apocalipsis casero
burla de la armonía de esas dos cucarachas
que encontré y destrocé un día en Valladolid
frente a frente, pecho a pecho
sobándose las antenas

 

Christmas Story

Yo compro el pavo, el oporto y el pudding
Tú el mazapán, el marisco, el turrón
Compro crackers, mince pies, mantequilla de brandy
salsa de pan, y de arándano agrio
Tú compras polvorones, nueces y chocolate
y una ristra de luces navideñas
Paso toda una tarde en Marks & Spencers
Tú vas y vienes por El Corte Inglés
Compro un compact de Carlos Núñez para mis padres
Tú una botella de champán para los tuyos
Compro media docena de botellas de Rioja
La tarjeta visa arde entre tus manos
Compro media docena de paquetes
de media docena de latas de guinness
Tú acumulas boletos de lotería:
                                                     en vano

       Y entrando en el salón nos detenemos
       y nos besamos largamente bajo el muérdago

Desempaquetamos comida, empaquetamos regalos
Tú pelas las patatas, y limpias el marisco
la lechuga, las coles de Bruselas
Yo sepulto un penique en el pudding
– Si te toca el penique
tendrás suerte en el año (no te rías de mí)
Tú pones el mantel especial, con las velas
rojas, los crackers y las nueces
Por el culo del pavo yo introduzco el relleno
de albaricoque, almendra y tomillo
– La comida inglesa es una mierda, te ríes
– La cocina española no existe, te contesto
casi. Pero no: me controlo: es Navidad
Tú pones un cassette de villancicos

       Y al volver al salón nos detenemos
       y nos besamos anchamente bajo el muérdago

Dedicas una tarde a poner el Belén
Yo a decorar el árbol: pongo una estrella arriba
Un ángel ha perdido la cabeza, te quejas
Con ternura lo entierras en el heno
Los pastores despiertan: uno apunta
a la estrella de plástico en mi árbol
Cuando vas al servicio, desalojo al bebé
y recuesto en el pesebre a un burro
Extravío a los reyes por el cuarto
En un sillón, Melchor; Baltasar, con el cactus
Gaspar en un estante, con gesto de suicida
De vuelta en el salón, rompes a llorar
Muerto de la risa, me tildas de insensible
Te he faltado el respeto, a tu fe, tu cultura
Estoy hasta el culo de católicos; tú
estás harta, me dices, de mi vacío
– And so, canta John Lennon, this is Christmas
y en efecto – What have we done?, mi amor
te pregunto.
    Tú te encoges de hombros

       Y al salir del salón apenas nos detenemos
       nos rozamos los labios bajo el muérdago

Yo sirvo el pavo, el oporto y el pudding
el marisco, las coles de Bruselas, la salsa
de pan, el mazapán, el turrón, las patatas
los polvorones, nueces, mantequilla de brandy
el rioja, mince pies y la salsa de agrio arándano
Te tocó a ti el penique en el pudding
Me tocó a mí el fregar los platos, la cocina
Tomamos café en el sofá, tú quieres
que salgamos con tus amigos. Es
Noche Buena: celebremos. Pero yo
sólo pienso, de repente, en mi casa, navidades
de ayer: I was dreaming
of a White Christmas, unas pascuas blancas…
Desapareces de pronto, te disfrazas
de Papá Noel, y bajas, roja, riéndote
me rellenas de tontas baratijas
la media que colgué
al pie de la falsa chimenea, como en broma
Te sientas en mis rodillas, bella, barbuda
– Felices Pascuas, me susurras

       Y al salir del salón nos detenemos
       y nos mordemos lentamente bajo el muérdago

Tú estás harta del pavo, del oporto y el pudding
Simplemente pensar en el turrón da náuseas
Relleno bolsa tras bolsa de basura con restos
de marisco, pedazos de patatas, coles
paquetes vacíos, latas estrujadas
salsa de pan ya tiesa, papel de chocolate
huesos de pavo, cáscaras de nueces
Me dan risa tus gases; te asquean los míos
En voz baja cantas Noche de Paz
A voz en cuello aúllo We Three Kings, y de pronto
“Navidad Navidad” y todo el retintín
de Dulce Navidad, corean tus sobrinos
encantadores, ¡qué sorpresa!, por su teléfono móvil
– Merry Christmas!, les grito, and a Happy New Year!
Para ti, sin embargo, es como hablarte en chino
Tú te arrancas la barba blanca de Santa Claus
Brilla tanto tu cara como el traje
Hay trozos de algodón pegados a tu piel
Tienes las manos negras. – Con carbón, dices: Coal!
Echado en el sofá, como si no existieras
paso de ti y todo, olímpicamente
Me atiborro de latas de cerveza
me atiborro
de latas de cerveza

       Y cuando dan las doce, al irnos a dormir
       no nos detenemos
       nos evitamos para siempre bajo el muérdago

 

Catarsis onírica

Le rêve ne peut-il étre appliqué, lui aussi, à la résolution des questions fondamentales de la vie ?

André Breton

 

Je vois de si terribles choses en rêve, que je voudrais quelquefois ne plus dormir

Charles Baudelaire

ya lo sabíamos, pero gracias Gilles Lipovetsky por advertirnos de lo que somos, des
        psychanalystes amateurs, nutridos cada uno con su Freud de cuarta mano, con su Jung de
        quinta mano, con su “Beginner’s Guide to Interpreting Dreams”
auto-analistas, onanistas, narcisistas

enganchado uno al otro, yo me busco me miro en tus ojos, tú te buscas tú te miras en los    míos
y al dormirnos, al desengancharnos, los espejos de nuestras pupilas se blanquean como por
        pacto, damos la vuelta, y culo contra culo emprendemos el viaje –por separado, desde
        luego– a los recónditos límites de nuestro estar en la tierra

cada noche un campo de batalla: de pesadillas, no de plumas
el galope nocturno de los sueños nos enreda
las pestañas nos encierran como rejas
el salto epiléptico del espanto acecha
prepárate a luchar, y
                                manda
a la mierda las aves prometeicas, los pájaros hitchcockianos que te desgarran el pecho
a la mierda los enjambres de insectos que te asaltan y te tiras al abismo
a la mierda el tigre agazapado en el jardín en la selva de tu infancia y las alimañas –rinocerontes,
        ratas– que hinchaban tu cuarto con su oscura masa
a la mierda el bastón del pirata

y manda también
a la mierda a los que todavía te persiguen, y ya no vuelas –ya vas con el corazón manco–
a la mierda tantos pasillos interminables
el laberinto, el gastado laberinto
a la mierda la muerte de los seres queridos, los cuerpos mutilados de cowboys and indians and
        amigos lejanos, la sorna del amante, y la agonía de tu pobre perra destripada
a la mierda tu miedo de quedarte dormido, soñar sueños freudianos, freudianamente
        interpretados, y volver a soñar el horror de tus interpretaciones

–te despiertas sudoroso, te das cuenta, desgraciado, que el sueño no era sueño:
das vueltas atado en una rueda viciosa–

a la mierda tu empeño en transcribir cada sueño, con el arrebato lírico de Breton, y de pensarte
        inconsciente pero innegablemente genial, y decirte a ti mismo, en un libro o en el bar,
        éste, amigos míos, es un poema surrealista
a la mierda la imaginación aplastada que infesta tus noches con
negros cuervos, blancas palomas y boas flexiblemente fálicas, como si fuese tu cerebro un libro
        de texto para niños
a la mierda la mujer que te excita y te despiertas, excitado, despierto, agonizante, solo
a la mierda el onírico orgasmo que cae desparramado entre los blandos pliegues de las sábanas
a la mierda ese modo de mirar los dedos de las manos y preguntarte ¿cuántas barbaridades
        cometerían mis tenazas?

                Silencio
                muerte del analista
                todos somos analizantes
                simultáneamente interpretados e interpretantes
                en una circularidad sin puerta ni ventana
                Una nueva figura se yergue:
                Narciso
                subyugado por sí mismo
                en su cápsula de cristal
                        (palabras de Lipovetsky en La era del vacío)

yo me busco me miro en tus ojos, pero no me encuentro en tus ojos

tú te buscas tú te miras en los sueños, pero no te encuentras

manda, entonces
–y es ésta la catarsis–
a la mierda la mirada, la búsqueda y los sueños

recuéstate en el sofá
abre bien los ojos
el peso del siglo cuelga de tus pestañas en la mierda

 

Sobrante

1.

En este espacio que ocupas
al caminar por la calle
en este instante exacto, del día 17
de septiembre, a las cinco de la tarde
si no vinieses tú tan inconscientemente
indiferente por la calle
ocupando el espacio que tú ocupas
aquí se estarían refocilando, desvergon-
zadamente zumbando
una pareja de moscas; y ahora mismo
donde el bulto impenetrable de tu panza
estaría cortando el aire una libélula
como un relámpago (qué bonita)
y debajo de tus zapatos, no estarían agonizando
estas dos hormigas aplastadas
ni esta infinitud de invisibles microbios
que han pasado
en cada gesto tuyo de pisar la acera
a mejor vida

2.

En esta casa que ocupas
con la miseria de tus libros, tus cuadernos
si no te hubieses instalado tú
viviría aquí ahora una familia, niños
alborotando el suelo de muñecas, juguetes
no estos papeles, no esta ropa sucia
no estos restos de comida pudriéndose
y las paredes de la casa
se encenderían con risas infantiles
en vez de esta oscura pesadez
y sarcástica amargura, y silencio

3.

En este trabajo que ocupas
subyugando a los alumnos –tirano–
a la ley del capricho y el azar
en el polvorín de tiza e intolerancia
del colegio, si tú
no hubieses insistido
con tanto afán, tus cartas, tu currículum
dictaría tus clases un profesor con vocación
y llevaría a los alumnos de la mano
por los vericuetos del idioma
como por un campo rebosante de amapolas

4.

En este cuerpo que ocupas
acoplándote a él cada fin de semana
con rutinaria fidelidad
si no te hubieses colado
con la hondura de tus vacuos silencios
estaría ahora el hombre que ella desde siempre ha soñado
y en vez de estas quejas sordas
habría himnos de júbilo
sonaría la novena sinfonía
y tú serías un príncipe azul:
no este amante frío, duro y ausente

 

Despedida

a Gonzalo Santelices (1961-1997)

y con tanta película y tanta noticia
y tanto espanto
el horror de cada hora a flor de lo insensible

cómo no verte entonces Gonzalo
en el instante mismo del impacto
y el puteo bien chileno o quién sabe si castizo
y qué pensamiento en la mujer que querías en el hijo
que colmaban –con la poesía– tu conversar

y cómo no ver los ojos y las gafas
congelados, o en cámara lenta
no verlos eternizados
bajo la máscara del horror

y ya no habrá recitales ni publicaciones ni premios
ni trifulcas poéticas ni lecturas deslumbrantes
ni el suplemento literario de los sábados

sólo el momento eterno del horror
y quién sabe qué maniobra impotente
formulándose tras las gafas estrelladas

y ya no habrá comidas ni risas ni proyectos
ni homenajes a nadie ni noticias de Chile
ni un maldito trozo de ternera
atrapado entre los dientes

 

Homo Sapiens

Es el buitre ave rapacísima, y carnicera: y aún dice Eliano, que desean tanto comer de los cuerpos de los hombres muertos, que adivinan muchos días antes, cuando ha de haber mortandad; y así suelen ir en seguimiento de los ejércitos, y es señal que se han de encontrar, y matarse mucha gente.

F. Marcuello, Historia natural y moral de las aves, 1617

1.

Ruge el horizonte. Se oyen los tambores
de la primera guerra del milenio, o es acaso
la fermentación de la lava subterránea
una primera sacudida sísmica del suelo
o el trueno de unas nubes negras que se apilan
como torres sobre la tierra seca

2.

Ruge el horizonte su larga amenaza
La oigo en la radio, retumba a través
de la prosa seca de los periódicos
Pasa una misión de aviones invisibles
Los veo en primera página, van
y vuelven, repartiendo paz
entre los pueblos

3.

En algo se asemeja este nuevo milenio
al que ayer despedimos entre lágrimas
Este hombre, por ejemplo –que se ve en la foto–
ha perdido su casa, sus hijos, su mujer
ha perdido la mitad de su cara
Perturba su fealdad

 

4.

Ruge el horizonte y el ruido atrae
grandes bandadas de aves carroñeras
–empezará muy pronto el festín–
Y detrás de los aviones y las aves
los que ganan su pan de cada día con la muerte
Y detrás de la mesa del comedor, nosotros

5.

Observen
        los enjambres de moscas que dan vueltas en torno a ese muerto
Calculen
        la cantidad de cadáveres que caben en la pantalla
¿Cuántos litros de lágrimas se lloran
        en el transcurso de los telediarios?

6.

Por todas partes charcos de lágrimas
Aguas que no saciarán la sed
del que avanza a gatas sobre el pasto ensangrentado
Debajo de los párpados una pinza se aprieta
Las escamas del ojo se descascaran en el llanto
Es el llanto de un sueño irrisorio
el que llora el triunfador
ante los estertores del vencido
Víctima y verdugo, cielo, monte y árbol astillado:
en el campo de batalla lloran todos

7.

Pero ríense y se alimentan
los cuervos, los chacales, las hienas, las urracas
Ríense, se limpian la saliva de las bocas
los perros asilvestrados, las ratas, los gusanos
Ríense y se alimentan, sobre todo, los buitres
Ríense a carcajadas y a más no poder
Se ríen y nosotros también nos reímos

8.

Es una gran risa planetaria, la nuestra

 

Funeral tibetano, 2000 d. de J.C.

Se rompe la espina dorsal del cadáver
para que no se convierta en fantasma
Se reza el Klong-ryas
Los que asisten al funeral se untan con masa de pan
para defenderse del contagio de la muerte
El monje que encabeza el cortejo
quema incienso de enebro
Los demás sacerdotes
tocan instrumentos y cantan
En la cima del monte los enterradores
diseccionan el cuerpo
Se le arrancan cabellos
para que no renazca como un ser inferior
Si sangra por la nariz, es buena señal
Machacan el cerebro y los huesos del muerto
Se guarda sólo un pedazo del cráneo
“la apertura de Brahma”
Se enciende una hoguera, se tocan trompetas
y los buitres sagrados, acostumbrados al rito
reciben trozos del muerto de las manos de los enterradores
Si en vez de buitres acuden cuervos, es mala señal
Si no se come al cadáver de inmediato, es mala señal
Si trozos del cuerpo permanecen intactos, es una señal malísima:
descenderá un peldaño en la escala de la vida
renacerá como buey
como rana o renacuajo


Los buitres ibéricos: Neophron Percnopterus

Ave de paso, su vuelta anuncia el buen tiempo y la
proximidad del principio de la trashumancia

Claude Dendaletche,
Montañas y civilización vasca
, 1980

Writing poems as essays, essays as poems…
Graeme McDonald, Poetic Directions, 1997

 

1.

Pero antes de que lleguen los buitres leonados
otro ave, más pequeña, inspecciona el cadáver

Es un buitre blanco
Behibideko Emazte Xuria
–la dama blanca del camino de las vacas–
Un buitre inteligente
capaz de romper el huevo de un avestruz
lanzándole las piedras que recoge del suelo
Un buitre ecléctico, un omnívoro que come
no sólo carroña sino víboras, ranas
insectos, excrementos y hasta plásticos

 

2.

Marie Blanque te llaman
Heraldo blanco de la primavera
que regresas cada año a finales de marzo
para ver deshacerse en torrentes la montaña
María Blanca
–ave inmaculada del Pirineo–
que fuiste siempre un signo de la resurrección

 

3.

Se desvanece la blancura de la nieve, pero viene
esta otra blancura del alimoche, la promesa
de un mundo nuevo brotando en la hierba
en las hojas del haya y en el canto del mirlo
El campo se estremece con ritmos subterráneos
Los pastores reúnen sus rebaños y emprenden
la ardua subida hacia los valles altos
y los largos atardeceres del verano

El alimoche trae –año tras año–
esta esperanza de una nueva vida
El saber milenario lo dice: Marie Blanque
Behibideko Emazte Xuria
, blanca
con la misma blancura del albatros
(y la misma torpeza en tierra firme)
con la santa blancura de la paloma
la libertad de la gaviota
(y la misma propensión hacia la carroña de ambas)

 

4.

Para el hombre de nuestra pobre modernidad
no ha sido, sin embargo, así:
este buitre, este boñiguero, este
pollo del faraón
–procedente de África–
por muy blanco que sea, simboliza
nada más que fealdad, suciedad
Es un signo de subdesarrollo y de muerte

¡Cómo caracterizan el estado de un país
estas hordas de comedores de carroña!
¡Con cuánta elocuencia su presencia atestigua
condiciones de atraso en las tierras que habitan!
Es verdad que en España los buitres desempeñan
una buena labor de limpieza e higiene:
pero estos animales, en Europa,
son un auténtico anacronismo

        (Abel Chapman and Walter J. Buck, Wild Spain, 1889)

 

5.

Al alimoche le importa bien poco todo esto
Parece –con su cresta de plumas erizadas–
un adolescente despeinado, un rebelde
Y es un ave libidinosa
Sobre el suelo rocoso de su cueva
la hembra se agacha, el macho la monta
Ella aparta la cola desgarrándose el pecho
Él extiende la potente envergadura de sus alas

El acto se repite
una decena de veces por día

Pero no es una hembra sumisa, ésta:
también lo monta a él –los biólogos no saben
realmente por qué– y cuando deja el nido
gustosamente se aparea con otros
si no la vigila con celo su pareja
temeroso por la competencia espermática

 

 

 

6.

Y sin embargo la caza, los expolios, la escalada
el senderismo, el vuelo libre, el camping
Sin embargo el DDT, los organoclorados
el lindano que se adhiere a la lana de la oveja
y a las plumas de las aves de corral
Sin embargo el cianuro
y la estricnina de los cebos
y de los huevos mortalmente trucados
Sin embargo los raticidas, sin embargo los topicidas
los venenos para los zorros
para los perros asilvestrados
para las aves de rapiña, los cuervos, las urracas

 

Vocación de carroñero

No la emoción en sí
        sino el cadáver de las emociones

No la plenitud del amor sino su pérdida

No la belleza de la mujer deseada
        sino restos de un cuerpo que se pudre
        un rostro disecado en la memoria

No el acto carnal en su sudorosa vibración
        sino el eco de voces que retumban sin tregua
        la sangre seca en el tejido de la piel

No la vuelta al pasado
        sino la permanencia de los monstruos

No el vértigo de la invención
        sino el agrio sabor de lo ya leído

No el encuentro del yo
        sino el murmullo interminable de otros labios

No la viva experiencia
        sino los imprecisos recuerdos de la vida
        de un extraño: la autopsia del cadáver
        de su pobre existencia, en palabras