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< Junio n°6

 

SOLES                                      0098

Un sol, la dicha
sorprende a la mesera que recibe
la propina cual dios del mismo nombre.

Un sol rojo en la playa, píxel en el ojo
de una foto digital que no debimos sacarnos,
interrumpido por líneas de nube (las cataratas)
y la tele del bus,
polvo que impide otros polvos
en un desierto que ningún pasajero reclama,
inadvertido el mar (el iris).
El bus auspicia la negra carretera
que corta el arrebol,
una camiseta que sería de rangers
si estuviera en mi tierra y no
donde ninguna construcción se ha terminado
para eludir impuestos o mirar las estrellas,
apenas cubiertas por la ropa interior colgada
y flameando: camisetas de un equipo pequeño
visitando el estadio de la masa tevita.
La rueda del triciclo armando un taco, este sol
tres cuartos en el agua su reflejo,
más la pantalla del bus que ese ojo rojo.

Una vez me dijeron que era un sol.

Y si para tocar el sol bastaba
poner el dedo chico en la primera
cuerda luego del do, siempre enseñaron
mejor el anular, voltearlos
como el cartel –cerrado– en los boliches
y me dan ganas de contarles cuál
es el cambio de sol a peso,
pero la tasa es otra (juego de manos
y muecas) cuando la pronuncio
en la guitarra.

En el cielo despejado no hay puntos de referencia
para decir cerca o lejos.

Mejor que venga el sol, que trague
a quienes lo permiten apenas quince días
retribuyendo el año de maltratos
(era gratis, gratuito, gratis, gratis).
Con el color ladrillo de las casas
sin terminar (ya, casi todas)
dorado el oro, el día, el hombre
no la plata, la luna, la mujer (acaso la pantalla
o bien la dicha de la mesera que recibe
la propina cual dios del mismo nombre).
Las decenas de veces que intentamos la foto
con la puesta de sol, la espera
por revelar un rollo que nos presentaría
negros de nuevo, tapando un rojo inentendible.

En la ciudad que habito yo decido
si me alimento, si me abrigo, si miro mis pisadas cuando vuelva.
Quien decide afuera es el sol,
si crece algo de comer, si muero
de hipotermia o transpiro.
Le rezaría a él antes que a nadie:

yema de huevo de campo
derramada en mar la copa
no del galán de la tele
sí de los espectadores.

La clara previa a revolverse es una nube
y el cielo cubre la paila.
El ruido de ese aceite recuerda al de las olas
cuando se está en el mar y no con la conchita en el oído,
a regadores cuando empapan, y

las películas nos robaron hasta el atardecer.
El bus nos ha robado el viaje.

Al sol lo construyeron jornaleros
como los de este bus, que ni lo miran
ahora que la energía puede inventarse en otros soles,
que no los broncearán
aunque se juren invitados.
Difícil adorar a un único sol
cuando ya existe la palabra soles
y uno no sabe si vio el mismo ayer
(cambiaron el camino y la abrazada)
cuando al camino le salieron brotes
y a la que amamos, el fruncido ceño
las decenas de veces que intentamos la foto
con la puesta de sol, la espera
por revelar un rollo que nos presentaría
negros de nuevo, tapando un rojo inentendible
como el del ojo en tomas digitales.
Acaso quede el puro rojo
que ven los cerrados cuando al sol,
delgados pájaros de interferencia.

La terramoza (qué palabra) dice
que para una mejor visión de la película
se cierren las cortinas.

 

 

 

RIBEIRO                                    0106

Soy verano, atrevida y un poco primavera.
Soy apasionada, dedicada, celosa, soy muy fiel.
Soy coca-cola. Soy asado de posta paleta a punto.
Soy comer afuera, de a dos. Soy filete de pescado.
Soy pizza de nova zi. Soy dulces 7 belo.
Soy hamburguesa de the fifties.
Soy cebolla de outback. Soy chocólatra.
Con toda certeza no soy sashimi ni sushi.
Soy guías de viaje. Soy mapas.
Soy internet. Soy tele. Soy diarios.
Soy corinthians.
Soy música buena. Soy cine.
Soy jeans. Soy negrita. Soy simple.
Soy cara lavada. Soy pelo liso.
Soy jeep. Soy bici.
No soy micro en sao paulo.
Soy sao paulo, pero soy mucho más araraquara.
Soy ubatuba, soy el litoral norte entero.
Soy brasil. Soy trancoso, soy bahía.
Soy montaña, pero soy mucho más el mar.
Soy la puesta de sol en la playa.
Soy más noche que día. Soy la mañana.
Soy la calle 5 en araraquara.
No soy gimnástica.
Soy una tortuguita de agua. Soy un girasol.
Soy más cama que mesa, más música que silencio.
Soy más flor que fruta, más dulce que salada.
Soy esmalte blanquito. Soy pop.
Soy cariñosa. Soy capricornio.
Soy carnaval. Soy Chico Buarque.
Soy cielo estrellado de isla grande reflejado en las aguas de saco do céu.
Soy luna llena.
Soy rock. Soy show de música en vivo.
Soy beso en la boca. Soy cómplice.
Soy un abrazo fuerte.
Soy un camino, soy río santos.
Soy una sonrisa. Soy explosiva. Soy reggae.
Soy arrepentida. Soy sicodélica. Soy equivocada.
Soy familia. Soy linda. Soy un sol.
Soy correcta. Soy una vuelta por pacaembú de noche.
Siempre fui labrador y ahora también soy staffordshire.
Soy la Miná. Soy yo misma.
Soy Sabrina.

 

 

 

VALENTINES                                 0119

Amaranto. Burdeo.
Desmembrado como vino sobre el agua
del lavaplatos, dejando luego
un rastro sólido indigno de la belleza acuosa
de la mezcla, de la inquietud
previa al viaje,
mi padre tuvo que ofrecerle matrimonio a mi madre
para que volviera.

La distancia no es para las personas
y descascara el barniz de los días.

A treinta años de entonces
no tengo nada que ofrecerle, ni vuelve:
estuve más allá de los breteles los últimos catorce de febrero.
Lo que vemos es sólo un rastro de ese afuera.

El dos mil dos fui de cucao a panguipulli
con Belmar y otra Parra. Mis amigas
se cubrían, después meábamos de frente.
Dejé la cámara de fotos en una bencinera
de puerto montt, noté esto en puerto varas,
les dije –sigan, yo las pillo luego
de encontrarla. Las fotos a veces se disparan a lo oscuro
y no lo captan, se nos velan.
No hubo cámara, dedo, ni pasaje
(en osorno a las ocho de la noche)
tomé una micro y luego un bus me trajo
de vuelta al centro. No quedaban viajes
en el terminal, no cargaba carpa
(tampoco en los catorce de febrero siguientes).
Esa noche era el cumpleaños
de la eterna polola de Dittmer, que dos meses
más tarde lo dejó. Subí a un camión
vidriero sin que me parara
y caló el viento lo copiado en la página sesenta
y tres de Atar las Naves. Un incendio
forestal me cerró la cinco sur,
lo atravesé hasta lanco. Las personas
no pisan autopistas, y por eso
el otro lado yace en éstas.
Eran las diez y media y avisé mi llegada.
Subí a la camioneta de un borracho
y viré. Tres de la mañana,
quedaba torta.

Año siguiente, al este del lago todos los santos
unos barqueros nos devolverían
a la muerte diaria. En la carpa nos tocábamos con Tupper:
afuera está la noche. La luz es cáscara y costra
apenas un papel
que separa el regalo redondo,
un mundo, del negro universo.
Desde adentro ahora,
la noche que somos en la carpa
la linterna nos envuelve (cuando empecé esta vaina
seguíamos juntos y la frase final
tenía sentido. Hoy veintidós de noviembre de dos mil cuatro,
he retomado su escritura desde “unos barqueros”
y no sé cómo impedir que se derrame el café con leche
de los ojos de Muñoz
o el vino sobre el agua del lavaplatos,
menos que en la sesenta y siete de Rascacielos me referiré
a lo que sigue).
Los germanos hermanos partieron sin mí y decidí seguirlos.
No los encontré sino cuatro horas, una lluvia
y un rezo a quizás quién nuevamente olvidado, más tarde.
Adentro de los bosques opera lo que no vemos,
se oyen las toses de los intermedios del teatro
y los correos electrónicos que no se reciben.
Hace frío y mis rulos
cuando tienen sueño se alejan lánguidos del ojo,
atento a huellas que son sólo propias
tras una tarde jadeando en círculos. Las manos son de otro
que persigue mierda de caballo (rasgo de vida
para encontrar la ruta), hojas que crepiten donde duerme.
De otro que vuelve en un chaleco roto y retoca a su polola.

Para el tercer catorce de febrero
decidí no perderme. Y fallé.
A Omerovich y a Ortiz no les gustó futrono, me raptaron
una semana antes en cascadas
y no había transporte. Siempre que faltan buses
se (in) interrumpe nuestro lado, como el hipo del fax
sobre la música ambiental, y pestañea ése de afuera,
el bretel. Pero lo que vemos es
un rastro sólido indigno de la belleza acuosa
de la mezcla, de la inquietud
previa al viaje.
Quedé solo en el cruce reumen,
pero no el cinco de enero de dos mil ocho
cuando Omerovich, luego de un año sin juntarnos
me pidió esto para su tesis, que dejó botada,
entonces sí que la frase final no tuvo sentido,
llevaba cuatro años sin extraviarme.
O cinco si consideramos que hoy es san Pedro y san Pablo
de dos mil nueve cuando, solo en valparaíso
recuerdo el miedo,
lo busco en la repisa y decido agregarlo a Guía
de Despacho
, sin cambios.
Es horrible paillaco y si en osorno es de noche
no hay furgón a cascadas, tan sólo a puerto octay.
El dedo me duró hasta calo
y nadie se detuvo a oscuras por un flaco sin brillo
al que esperaba un kuchen de manzana.

Reemplazará mi vida en carreteras.

 

 

 

MERCADERÍA                                 0129

No tuve un amigo imaginario.
No me subí con él a una casa en el árbol ni a los árboles.
No formé una pandilla ni hice pactos de sangre con los vecinos.
No jugué con ellos en la calle,
no me manché con barro porque ellos lo hiciesen
ni me entré por comida casera.
No usé la jardinera igual a mi hermano.
No me gustó la más linda del curso, no formé un club de nada.
No fui punk ni metalero. No actué en una compañía.
No me asocié a un club deportivo ni a una liga de fútbol,
menos a una tribu urbana.
No participé en ninguna junta de vecinos.
No milité en un partido político.
Casi ni fui a los cumpleaños familiares. No conocí a los sobrinos menores.
No conviví con una pareja ni me proyecté más allá de sus caderas.
No llamé ni me llamaron diariamente.
Nadie me fue y a nadie le fui incondicional. Ni lo pedí.
No tuve un colectivo ni un grupo cerrado de amigos.
No hubo una cofradía a la que pedirle pega,
no recurrí a influencias protectoras, ni las hubo.
No trabajé con compañeros de estudio.
No confabulé con grupo alguno para instalar a alguien.
No me esperó nadie en las ciudades a que me mudé ni tuve domicilio fijo.
No me sentí inseguro para pedir el mismo cigarrillo o el mismo trago
de la tele. No tuve tele ni sus temas.
No tuve cargas familiares en la isapre ni tuve isapre.
Tampoco ropa de marca ni la necesité.
No me inscribí en messenger, blogs, fotologs ni facebook.
No tuve deudas ni aparenté lo que no tuve.
Mi tiempo pasado jamás me pareció mejor.
No cambié mi vida por la de nadie ni lo haría.
No los cargué con mis problemas por parecerme menos graves
y los del resto me fastidiaron un poco.
Soy absolutamente libre (y me arrepiento).

 

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Enrique Winter

Cuatro poemas de Guía de despacho.