David Bustos, poesía


 
 

El parque de los venados

 
Después de 49 días de meditar bajo una higuera
Después de mortificarme con frío, sueño y hambre
Después de observar la línea azul del deseo en el cielo
Después de escuchar cómo los animales comían de mi cuerpo
Después de escuchar a los ciervos caminar entre las hojas secas del bosque
Después de haber perdido la huella del Tathagata en la neblina de mi mente
Después de nacer, enfermar, envejecer y morir
Después de abandonar a mi esposa Yashodhara y a mi hijo recién nacido Rahula
Después de gozar a mis tres concubinas y vencer en una guerra de la que nadie tiene noticia
Después de las pulsaciones de mi corazón y la higuera
Después del lenguaje y el deseo
Después de que la luna y el sol salieran al mismo tiempo
Después de las cosas y entre las cosas
Después de vivir por 29 años en Kapilavstu
Después de pertenecer al clan, la casta, la rama, la confederación de las tribus
Después de que mi padre me ocultara en los salones y jardines de su palacio
Después de renunciar a mis vestiduras y raparme la cabeza
Después de vivir en el paladar del bosque más profundo de la tierra
Después de ver danzar desnudas a mis tres hijas entre llamas de fuego bajo la nieve
Después de Cristo y antes de Cristo y el perfume de la sangre
Después de que las preguntas sobre la flecha, el arco y arquero, fueran respondidas
Después de comprender que la paz es el epílogo de la confusión
Después de perder el peso y la estatura
Después del desierto y la voz de las piedras
Después de esto y lo otro y en el principio

Apago mis palabras como si se tratara de una vela
Humedezco mis dedos con saliva
Abro los ojos.

 
 
 

El templo ha abierto sus puertas

 
La Virgen del Rocío yace agrietada por los cuatro costados,
la línea de sotos, la lluvia en las esquinas de los techos
sus puntas torcidas destilan
como timbales, madera húmeda, palo santo,
olor a leña quemada. El bosque de letras,
el gran libro de agua abre sus islotes, archipiélagos,
viento blanco, escarcha.
Me froto las manos, el templo ha abierto sus puertas.
La cabeza rasurada, el kimono desteñido y los pies juntos,
el mentón paralelo, uno las manos, dejo caer mi ropa
saludo al sol, el musgo prolifera.

El maestro llega con el té de jazmín a tiempo.

Namasté. Hoy ha comenzado la primavera, allegro
y los pianissimos escurriendo desde las cornisas.

El cuervo reconfigura su vuelo, se detiene en el aire, reposa en una estaca de arrayán.
El bosque de letras, el templo, la reescritura de los sotos.
El verde limón, el limonero.
El olor a leña quemada, bajo la vista, mis ojos permanecen abiertos.
El té de jazmín abre las fosas nasales, la garganta se despeja,
el silencio encuentra su lugar en otra parte.

Una flauta dulce caracolea notas,
luego las siete campanadas, la Virgen del Rocío, el libro de agua,
el sol, la reflexología,
el calor, el vapor, el brote de los nenúfares,
la curvatura del puente japonés.
Paseo con mi bastón de punta nacarada.
La escudilla huele a romero,
las cuatro estaciones sucediendo simultáneamente.
Un arcoíris se marca de a poco en el cielo, la nieve cesa,
la escarcha se quiebra con los primeros rayos de sol, el paso de las sombras de las nubes.
Saludo al sol con los empeines pegados al piso,
de un salto cruzo las piernas por el arco de mis hombros,
doy gracias, bebo mi té de jazmín, rodeo
la porcelana con la yema tibia de los dedos.

Los pies son una voluta de raíces azules,
mis brazos abiertos y quebrados se mecen con el viento,
escucho a los queltehues graznar rasantes en la hierba.

Mientras, un bosque húmedo despierta dentro de mí.

 
 
 

Detalle del descenso

 
Detalle del descenso
El eco del cuervo deja rastros
en los campos nevados, el aro
del sonido persigue el hilo
de sus vueltas.
(Las pupilas de un perro siberiano se contraen con la nieve)
Los charcos de agua filman el peregrinar
de nubes la aspereza del reflejo
se desliza
por la garganta de las horas.
El jardín se enreda con el viento
oscila de una conversación a otra
se golpea desorientado
busca su brújula en las carnes
blancas de la tarde.
El vuelo rasante del cuervo entre copos de nieve.
La Vía Láctea.

 
 
 

El jardín de al lado

 
La sombra del castaño transcribe
complejas escalas impulsadas por el aire.

Observo por la ventana, cada planta,
cada flor, cada banco está seguro
de su significado.

Las ligustrinas mantienen su geometría
la formalidad de los lirios del muro
casi velado por el boscaje.

Florecillas inidentificables brotan
a la sombra de las ramas.

El deseo de perfección en un espacio limitado.

Una sociedad troquelada por sus jardines.

Un huerto visto desde una esfera de cristal.

Sílabas ajardinadas.
Rosas de otoño.
Estatuas que no existen.
Observo por la ventana el jardín de al lado
un hombre de gafas teclea nerviosamente
una novela sobre el exilio.

Las sombras de los árboles hablan al mismo tiempo.

 
 
 

Marianne Moore

 
Jardines imaginarios
con caracoles reales diría yo, Marianne.
Más acá de la crudeza y el fruto
están los proyectos inmaduros
el embarazo de una hembra caracol
que llora dignamente
en la tumba de Huidobro.
El luto es una piedra
llena de vida una cría
que lucha por respirar.
Jardines imaginarios
con sapos y culebras, Marianne
abriéndose paso por el poema.