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< Enero n°3

Los habitantes comunes de la ciudad de Santiago solemos transitar por muchos espacios para llevar a cabo nuestras rutinas. Cotidianamente usamos el transporte público, realizamos trámites, vamos al supermercado y a las tiendas para comprar, nos reunimos con otros o los visitamos. De igual forma, la mayoría de las personas utilizamos medios de comunicaciones que nos permiten “estar” en muchos lados a la vez. Es difícil recordar por todos los lugares que pasamos en un día o una semana y más complicado aún es recordar a todas las personas con las que establecemos contacto por uno u otro motivo. Más allá de las posibilidades de conectividad y movimiento que representan estos hechos para cualquiera, es innegable que estar en el espacio público, ya sea virtual o físicamente, nos impone cierta fragmentación como individuos. Si bien es cierto que no todos nos relacionamos con igual permeabilidad en el medio donde interactuamos con otros, desenvolvernos en el mundo nos hace casi imposible establecer una imagen de nosotros mismos separada o totalmente independiente de la otorgada por quienes nos perciben. El espacio público funciona entonces como una vitrina donde estamos constantemente expuestos a las impresiones de los demás. Por el contrario, en el hogar nos encontramos libres de las miradas de los desconocidos. Es aquí donde la mayoría de las personas realizamos una serie de acciones que nos caracterizan como seres animales y humanos simultáneamente; dormimos, nos aseamos, cocinamos, comemos, descansamos, tenemos sexo, leemos, pensamos, hablamos solos o con los demás, vemos televisión o hacemos cualquier otra actividad que nos haga desconectarnos un poco del “afuera”. Este espacio emerge entonces como un refugio, al permitirnos hacer cosas donde no queremos ser observados y apartarnos de las impresiones ajenas sobre nosotros. Es, amparados por muros, que los individuos se relacionan íntimamente otros y consigo mismos.

Al revisar la etimología de la palabra hogar, es posible descubrir que este concepto se fundó primitivamente para designar el espacio donde los miembros de un grupo se reunían con el objetivo de encender una lumbre y alimentarse. La idea del hogar está definida por un habitar, a diferencia de la idea de la casa, que representa el espacio físico donde éste se ubica. En palabras simples, el término hogar puede traducirse en tanto un lugar donde es posible encontrar calor. Decir “Nuestro Hogar” implica concebirlo como un espacio común. Este posicionamiento surge en respuesta a una cultura de masas que parece ser pura disgregación e individualidad y dialoga con aquellas perspectivas artísticas que se surgen desde la motivación de comprender la identidad nacional. Concebir su muestra fotográfica como un lugar comunitario es lo primero que propone entonces la exposición que deciden presentar en conjunto Josefina Astorga y Esteban Arias. Y es que al margen de las diferencias formales que se establecen, tanto desde el montaje, como desde las distintas texturas o tratamientos de las imágenes que componen sus obras, las inquietudes estéticas que los convocan convergen en una necesidad compartida por reflexionar, desde el lenguaje fotográfico, acerca de cómo funciona la idea de hogar en el imaginario propio y colectivo. La muestra se instala así, a partir de la intención de reconocer de qué manera es posible relacionar distintos espacios, particulares, y aparentemente únicos, que funcionan albergando vidas de sujetos anónimos. Al mismo tiempo develar a través de este gesto, sus propias re-elaboraciones del mundo doméstico.

Si bien las posibilidades de aproximarse a un lugar tan cargado de significación son muchas, sus motivaciones por abordarlo pasan, en primer orden, por concebirlo ambos desde una dimensión sagrada. Esta sacralidad, más allá de lo que sugiere el título de la muestra, está relacionada con entender que dentro del hogar es, como ya se ha mencionado, donde el ser humano se constituye como tal. En otras palabras, la apropiación que tiene cada uno de esta temática se genera en torno al deseo de hablar del núcleo habitable como el lugar primero donde todo sujeto se posiciona en el medio que lo rodea. Desde esta perspectiva el carácter sagrado del hogar se visualiza asociado al cuerpo femenino, debido a que desde ambos acercamientos, los artistas dan cuenta de que este espacio puede ser concebido, en su dimensión estructurante, como un cuerpo material donde alojar el cuerpo humano. Es decir, de igual forma como una madre da vida a un ser, un lugar determinado se constituye como punto de partida para instalar otra identidad.
En ambos casos se transparenta asimismo la intención de generar identificación por parte del espectador con las imágenes. Y es que las dos propuestas van dirigidas a hablar de los lugares comunes que constituyen el cotidiano. Desde esta perspectiva, los autores valoran y deciden rescatar espacios íntimos que, como hemos dicho, muchas veces no son considerados representativos o importantes. El impulso por fotografiar ambientes en los cuales se desarrollen rutinas, que permanece por lo general ocultas entre las murallas de cada vivienda, se formula desde la idea de que más allá del espacio público (donde realizamos las acciones que nos definen en tanto una profesión, una ocupación o una posición social determinada) es en el espacio privado, donde se existe primeramente y donde los individuos desplegamos plenamente nuestras “formas de ser”. Es aquí también donde vamos depositando de a poco nuestros recuerdos vinculados a un lugar que nos pertenece. Si alguien no tiene a su disposición un espacio físico para habitar, su idea de estar en el mundo se desdibuja en otros. Tras el terremoto y maremoto ocurrido en febrero de este año en Chile este hecho quedó latente. Las personas que vieron destruidos sus hogares expresaban que sentían que lo habían perdido todo. Y es que no se trata de que el movimiento telúrico y el agua enterraran o hicieran desaparecer tan sólo bienes reemplazables por otros, sino que, al derribar construcciones, produjeron una masiva carencia emplazamientos. Más allá de evidenciar la inpermanencia de lo material, la experiencia de un accidente natural tan extremo (ya sea vivida directa o indirectamente) nos permite comprender que al no existir paredes que alberguen la vida, ésta parece difuminarse o perder forma al punto de hacerse irreconocible. Es así como la mayoría de los individuos siente la necesidad de situar sus experiencias cotidianas en un gran objeto articulado por ventanas, puertas y murallas. Atravesar estos muros, penetrar este espacio, desde sus miradas particulares es lo que proponen los fotógrafos para comprender una esfera de las personas que parece no significar mucho dentro del sistema de mercado que valora por sobre todo los logros públicos o laborales.

La obra de Josefina Astorga y Esteban Arias se plantea desde la conciencia de que cada vivienda propone formas específicas acordes a su arquitectura y materialidad (paredes, proporciones, esquinas, alturas, iluminaciones) que deben ser apropiadas y que sin duda, determinan la relación que las personas establecen con ésta. Es así como los artistas instalan sus retratos domésticos a partir de la convicción de que las características espaciales de las construcciones determinan a sus habitantes de la misma forma en que estos van definiéndolas y modificándolas a través de su habitar. Dicho en otros términos, Josefina Astorga y Esteban Arias crean sus imágenes afirmados a la idea de que un espacio define a los sujetos, de igual forma como los sujetos definen los espacios. Distribuir los muebles en un cierto orden, decorar una habitación, son acciones que se amoldan a un distribución específica del espacio pero que a su vez transforman un ambiente haciéndolo único. Es así como una casa, al alojar personas que poseen determinadas cosas (funcionales o decorativas), se constituye como escenario de un diálogo constante de sujetos y objetos. Los artistas comprenden que es en esta dialéctica que las personas construyen su identidad e instalan su rutina. Reparar en ello hace posible entender la necesidad de los individuos de tener un lugar para llevar a cabo su vida.

Ahora bien, si pensamos en la multiplicidad de hogares que emergen en una ciudad tan grande como Santiago de Chile, es posible preguntarse por la pluralidad de formas que estos pueden tener. En qué consiste aquello que unifica y que es lo que diferencia tales espacios, es la pregunta que moviliza a ambos artistas y desde la cual deciden aproximarse a las casas habitadas. Y es que la universalidad del concepto “hogar” se funda en la noción de que existen innumerables “hogares” tanto reales como imaginarios para cada individuo. Si bien es cierto que toda persona porta una experiencia doméstica única e incomparable, tenemos también como colectivo una idea elaborada en torno a este concepto. Esta idea se vincula a un espacio que ha sido habitado por un periodo determinado de tiempo y que ha servido como escenario de la vida familiar. Descubrir cómo un concepto de origen tan antiguo se instala, de manera universal e irrepetible a la vez, en cada casa o espacio habitable parece ser un desafío que se imponen los fotógrafos. Es así como esta muestra se construye a partir de la convicción de que la existencia de todo individuo situada en un espacio es digna de admirarse, observarse y explorarse. La motivación primera que constituye “Dios Bendiga nuestro hogar” es reparar en el hecho de que las personas necesiten apropiarse de un lugar para llevar a cabo ahí sus vidas. Ingresar al espacio del hogar de distintas maneras es lo que constituye las diferencias de las propuestas. En función de indagar las particularidades de estos posicionamientos, nos detendremos a continuación en cada uno de ellos para dar cuenta en profundidad lo que implican estos registros fotográficos.

Dos miradas: dos formas distintas de ingresar a un hogar.

El trabajo de Esteban Arias, tanto en esta obra como en otras anteriores, tiene como intención proveer una mirada del imaginario chileno. Su forma de abordar este tema, es realizando un registro fotográfico cercano al documental, que se vincula directamente con su realidad más próxima. Arias percibe la belleza en escenas y lugares que no son aparentemente dignos de observarse. Es así como este artista ha dedicado gran parte de su trabajo a fotografiar a sus amigos y familiares en contextos cotidianos, comprendiendo que estos están cargados de significación. El acto de fotografiar se constituye para él como la posibilidad de testificar momentos donde las personas olvidan que son observadas y se desenvuelven en los espacios, sin pensar en la imagen que proyectan, ni reparar incluso en que están siendo retratados. Por todo esto, su fotografía se plantea desde una destitución de la belleza canónica, donde se sitúan cuerpos, objetos y espacios que no se ajustan a lo que ésta impone.

Para realizar “Dios Bendiga Nuestro Hogar” el artista no tenía como objetivo sacar fotos instantáneas, que dieran cuenta de un momento particular, sino concretar una imagen que fue anteriormente ideada. Si bien en este trabajo hay una planificación de aquello que se desea captar existe asimismo el propósito de ver la singularidad de cada hogar y no quedarse en el estereotipo de lo bello. A pesar de que la estrategia de aproximación a lo fotografiado es distinta, existe una continuidad con respecto al trabajo anterior del fotógrafo, en tanto las madres retratadas se enmarcan en la inquietud de éste por dar cuenta de lugares cotidianos, y muchas veces reservados a la mirada de los demás. Con respecto a esto me parece significativo el hecho de que a Arias no le fue posible ingresar a hogares de extrema pobreza ni de mucha riqueza, en el primer caso porque las condiciones de seguridad para realizar su labor no eran adecuadas y en el segundo caso, porque las personas de esta posición socioeconómica no estaban dispuestas a exponer la intimidad de sus casas a un agente externo y desconocido. Para realizar los retratos que integran esta muestra, Arias debió ganar la confianza de quienes deseaba fotografiar. Por ello es que se posicionó desde el rol del antiguo retratista, que ingresaba a los hogares con el objetivo de inmortalizar a sus habitantes, siempre desde una actitud respetuosa y poco invasiva. Debido a que en ese entonces generar un foto tomaba mucho tiempo y debía ser bajo circunstancias especiales, hacer antiguamente un retrato era parte de un rito. No se trataba de instalar una cámara y disparar una imagen, sino de componer un cuadro, posicionar a los sujetos en él y proceder a tomar la foto (lo cual a su vez tomaba tiempo). De igual forma, para realizar este trabajo, Esteban Arias debió generar el contexto propicio. Para ello realizó una visita a cada hogar, previa a la ocasión donde tomaría las fotos, de modo conocer las casas y espacios donde éstas vivían. A propósito de este hecho considero interesante compartir una anécdota que me comentó el fotógrafo acerca del proceso de producción de la obra; en casi todos los casos, las mujeres a la cuales este quiso retratar pensaban que no eran fotogénicas. Como consecuencia su reacción inmediata a la idea de que se les hiciera un retrato fue desde, por lo general, desde el pudor. Es así como Arias debió lograr en ellas, en primer lugar, una sensación de comodidad ante el lente. Para esto, les planteó el hecho de ser fotografiadas como la posibilidad de ser protagonistas de su retrato. Es así como pudieron tomar decisiones al respecto de su ropa, maquillaje y actitud o pose corporal que utilizarían para la sesión de fotos, de modo que se mostraran de la forma en que ellas quisieran ser vistas. La propuesta era que finalmente regalaran una imagen de sí mismas situadas en el centro, visualizándose como reinas de su hogar.

La recuperación del rol de retratista se propone asimismo desde las características comunes que componen las fotos que él decide presentar. Estas están enmarcadas en una mirada objetiva respecto del motivo fotografiado, que se representa a través de una estructura horizontal, donde las personas retratadas están siempre al centro. La idea de que exista uniformidad en cuanto a la composición de las imágenes, es unificarlas y ver los rasgos que se repiten en ellas. De este modo el fotógrafo afirma que existen, dentro de la diversidad de formas de estas mujeres, rasgos comunes ligados a la forma de habitar los hogares. Así es posible constatar que más allá de las diferencias socio económicas o etarias de las distintas madres hay en ellas rasgos característicos transversales. Estos puntos de convergencia tienen que ver tanto con el tipo de cosas que rodea a las mujeres fotografiadas como con la disposición de esta objetualidad en el espacio. Las figuras de las madres en los “livings” de sus casas funcionan así como ejes desde el cual gravitan un universo de muebles y elementos decorativos cargados de recuerdos. Elementos que sin duda ayudan a definir una identidad, ya que operan como rasgos distintivos de este cuerpo único que es cada casa, del mismo modo en que el cuerpo humano, que se marca con cicatrices, arrugas y manchas por la biografía personal. Es así como Arias es capaz de aproximarse a los cuestionamientos que lo motivaron a realizar el registro presentado, en cuanto a qué es lo que define a una madre. Sus fotografías responden a cómo la forma, tanto de los objetos que la rodean como de sus vestimentas, son fundamentales para permitir un posicionamiento de ellas como individuos. Los hogares, tal como se muestran, son como prolongaciones de los cuerpos de las madres. Desde aquí estas se sitúan para constituir el espacio donde se hacen cargo de otros desde su rol protector. En otras palabras, poner a las madres al centro de sus casas es afirmar que son ellas quienes sostienen estos lugares que sirven a su vez para contener a otros. Desde la concepción del artista es la figura materna la que logra imprimirle a un espacio habitable aquello que lo define como tal. Es así como los retratos ensalzan el rol de la madre como una figura transversal de la clase media, que emerge como motor del espacio doméstico; tarea muchas veces invisible pero constitutiva del tejido social.

Por su parte, a pesar de que Josefina Astorga considera de un mismo modo a la figura de la madre como elemento simbólico central de todo hogar, decide no plantearla explícitamente en la imagen. Su intención es reflexionar acerca de cómo emergen las señales de los cuerpos en los espacios luego de que estos son ocupados. La idea de hogar se representa en su obra como un lugar despojado de presencias. Y es que para la artista, así como crecer en un determinado espacio es determinante para la construcción identitaria de cada individuo, el hecho de dejar el hogar materno es también fundamental para posicionarse en el mundo como sujeto. A Josefina Astorga le interesa indagar desde el lenguaje fotográfico cuales son las marcas, conductas o hábitos que quedan en las personas cuando han decidido abandonar el espacio protegido que ha construido la madre o alguien que cumpla este rol. Es decir, a la fotógrafa le inquieta indagar como los sujetos trasladan sus conductas infantiles a los lugares que habitan y como éstas a su vez se van modificando con el paso del tiempo. En otras palabras, los retratos reflexionan acerca de qué manera se prolonga la idea de hogar a los lugares que se habitan en la medida que las personas acostumbran ocupar de formas determinadas los espacios.

Ahora bien, el hecho de que no aparezcan cuerpos en las imágenes permite a su vez encontrar formas comunes de vivir. Y es que a pesar de que cada sujeto constituye una singularidad en cuanto a su crianza o hábitos, coincide con otros en el hecho de que usa los espacios de modo funcional a su rutina. Josefina Astorga pretende generar la sensación de que lo que se ve en sus fotos ya se ha visto antes, crear un lugar de familiaridad a partir de su propia añoranza del hogar. La artista desea plantear a través de su obra la idea de este espacio como un lugar del cual todos vienen pero que aún así, al cabo de un tiempo no es posible delimitar o dibujar claramente ¿Qué es lo que constituyen los recuerdos o en palabras más simples, ¿De qué están hechos los recuerdos? Es la pregunta que parece formularse la fotógrafa para abordar los espacios a los cuales se aproxima, como un observador invisible o un fantasma que construye a partir del desgaste. Desde esta figura es que Josefina ingresa a los lugares que retrata, traspasando las barreras que todo dueño de un espacio pone a la mirada de otros, ya que en su intimidad doméstica es posible conocer facetas o modos de ser que muchas veces quieren ocultarse.

Es aquí también, en esta intimidad, donde las personas pasan mucho tiempo de sus vidas, ya sea durmiendo, descansando o simplemente estando. A Josefina le interesa indagar de qué manera el hogar se constituye para todos como un escenario de recuerdos que al ser repetitivos parecen no importantes. Escenificar así un espacio como el que se concibe luego de una siesta; lugares redibujados o desdibujados por seres que habitan y abandonan el hogar del mismo modo en que aparecen y desaparecen los personajes en los sueños. La idea, en palabras de la artista, es configurar una imagen residual, que pueda ajustarse a otras o que evoque la idea de una imagen inasible, ida, que es todos lados y ninguna parte a la vez. Esta inquietud se genera en ella luego de reflexionar acerca de, que si todo recuerdo se emplaza en un espacio específico, cómo es posible que se cree este entramado al ser móvil el hogar.
Reconstituir un escenario del inconsciente, o hablar del límite borroso donde la experiencia parece desvanecerse, es también generar una plataforma para que el observador allí se detenga. La decisión de situar las imágenes en marcos ya usados pasa por hacer un gesto de reapropiación de los escenarios que constituyen la memoria cotidiana. Al margen de lo interesante que fue su proceso de recolección en diversos mercados y anticuarios, la idea de enmarcar sus fotografías en objetos que no son pulcros sino que contiene un desgaste, tiene que ver con encerrar la imagen, que es huella, en otra huella. Los recuerdos de una vida se establecen en la memoria desde hitos o momentos que generan quiebres en la rutina. Si un día transcurre sin ningún suceso fuera de lo común, es probable que lo olvidemos. Es por ello que hay muchos instantes que parecen no significar, no representar algo importante en la existencia. Josefina Astorga decide tratar las imágenes de modo de degastar sus bordes con la lucidez de entender que la mayor parte de la vida consta de estos momentos, siendo entonces un espacio común al imaginario de todos. Tratar de retener lo inasible, las imágenes que pueden pertenecer a un sueño, es crear imágenes desde la conciencia de que el universo de percepciones de los individuos es por una parte única y por otra familiar. Es así como Josefina Astorga rescata lugares cargados de presencias, que a veces la memoria no logra atesorar por ser demasiado rutinarios. Del mismo modo logra contener en imágenes la nostalgia de los espacios perdidos, generando un catastro de la intimidad nacional, sugiriendo así los propios espacios interiores que todos tenemos asociados a la idea de hogar.

Conclusión/Texto resumen

En “Dios Bendiga Nuestro hogar”, dialogan dos miradas que se constituyen como formas distintas de ingresar al espacio doméstico. Por una parte, Esteban Arias se posiciona desde el rol del retratista, configurando imágenes que se ajustan a una estructura predeterminada que él propone al momento de llevar a cabo su labor. Por otra, Josefina Astorga lo hace como si fuera un espectador invisible, fotografiando, sin intervenir, lugares que han sido ocupados espontáneamente. De esta forma Esteban Arias articula retratos donde el cuerpo es protagónico, o central, ubicándose en el medio de la imagen. Josefina Astorga decide, por el contrario, la falta de cuerpo, sugiriendo la presencia fantasmagórica de seres que han habitado un lugar dejando en él sus marcas, pero han abandonado luego estos espacios. Si nos detenemos en lo que compone esta diferencia nos encontramos con inquietudes particulares; por una parte está la necesidad de poner la presencia de la madre como eje de la imagen, estableciéndose un dialogo con la idea Latinoamericana de que el hogar chileno está constituido desde esta figura. Josefina Astorga por su parte, desea plantear, desde texturas desdibujadas, que el espacio del hogar es similar al espacio del inconsciente colectivo, (siempre relacionado a su vez con el espacio uterino), donde la idea de individualidad se funde en otros y donde no es posible identificar a un protagonista.
Sin duda lo autobiográfico cruza ambos posicionamientos. En el primer caso, la fotógrafa reconoce en su experiencia de infancia la falta de lugar fijo donde se puede estar indefinidamente y donde se pertenezca sin mayores cuestionamientos. Esteban Arias, transparenta a su vez el hecho de ser parte de un matriarcado, donde la figura femenina ha inundado cada rincón de su hogar y ha determinado sus recuerdos de niñez. Es entonces desde esta sensación común de ser la casa materna el lugar constitutivo para un posterior posicionamiento de los individuos en el mundo que se monta “Dios Bendiga nuestro Hogar”.

En el marco de un año que se nos ha bombardeado con ideas acerca de cómo es Chile, Josefina Astorga y Esteban Arias reflexionan en la identidad nacional a partir del espacio íntimo, comprendiendo que si desean hacerse cargo de este tema, deben abordarlo de manera introspectiva, poniendo la mirada en su propia historia. De este modo los artistas plantean una respuesta a la pregunta por lo que nos define como colectivo desde las experiencias personales de lo doméstico, asumiendo el actual exceso de información de los medios de comunicaciones, que que tratan de imponer qué es aquello digno de ser mirado y admirado. Visualizando el gesto autoritario que establece esta “jerarquía de lo visual”, deciden entonces desviar la atención hacia lo invisibilizado desde los cánones de lo bello y hacer un rescate de lo simple, de aquello que parece no importarle a nadie, invitándonos a tratar de entender desde el aspecto de nuestras viviendas cómo somos quienes poblamos nuestra nación-hogar.

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Aproximaciones a una idea sagrada del espacio cotidiano

Por Begoña Ugalde