J.M Silva Barandica: Casimir. Por Jaime Retamales

 

La realidad sobrevive a quienes la imaginan

Juan Manuel Silva Barandica:Casimir
Libros La Calabaza del Diablo 2014
90 pp. $8000.

 

Por Jaime Retamales (poeta)

La poesía es una experiencia, una suerte de valor para encarar los límites del estado de cosas en el mundo y bucear más allá. Y lo de Casimir es por una parte fruto de un corte, una disección del cadáver cultural que una vez tuvo vida en el ojo de su autor, y por otra una búsqueda por intentar alcanzar en el sentido práctico, en el uso del lenguaje, lo nuevo: una afirmación de sentido para romper las cadenas que han sido puestas en la ilusoria verdad que se nos ofrece.

La realidad se crea a cada instante o no existe. J. M. Silva Barandica transita en un mundo poético en donde el lenguaje es puesto en tela de juicio, mas la preocupación por la forma refleja de por sí un acto de fe. Escritura que nos propone entrar a su poesía con algunas premisas de ciertas leyes de la física cuántica, en la urgencia signada por la necesidad y por eso consciente de su imperfección; hay aquí una especie de declaración de principios a compartir como si de una generación en derrumbe se tratara, y la alusión a la contingencia política es siempre la intención de solidarizar la estancia desafortunada para muchos. Títulos extraños, ajenos incluso a los propios poemas, y nada de aferrarse a nombres, citas, o alguna parafernalia literaria, menos un yo lirista.

De entrada al libro se lee algo así como un prefacio con rasgos de poética general que si posee intención es la de guiar el derrotero en curso, aunque la fuerza de su significado parece constituir una especie de ethos perdido. Hablo sólo de este texto y no pretendo de modo alguno generalizar; ese hábito tan detestable y que mucho entusiasmo le dedican algunos antes que leer el libro entero:

“El corazón de las guitarras, ese espacio entre dos cuerdas y cuánta matemática cabe en la caja que acuna una canción. Dicen que los indios hablan por la felicidad que les provoca oír su propia voz. La realidad no tiene antecedente, nadie viene a hablar por ella (…)”

A través del eficiente recurso que la asociación de imágenes provoca en nuestra percepción intuimos que el autor apunta a establecerse en uno de los tópicos fundamentales de la poesía: no la búsqueda de libertad de los románticos sino la necesidad de apuntar a lo real marcando el lugar de fractura, de vencimiento, imposibilidad. Una afirmación de lo que se conoce, y una imposibilidad que es posible sortear en la pura acción de escribir un libro; como dice Deleuze: perturbar lo establecido y desencadenar experiencias inéditas.

Es en el primer poema “Movimiento” donde ya se observan los elementos del mensaje que darán cuerpo instrumental a su palabra:

Recuerdas cómo la carretera fue tierra batida por la circularidad
tiempo también el cerrojo que cifra la fruta perfecta
y cubierta de sí: pura en superficie.
Algo no fue puesto por la imagen que guardas/…
Erguirse es la ley de la sombra aunque reserven
al pasaje el placer de un viento tibio como la vida/…
mas la ilusión garantiza su puesto al fondo de la tierra.
Piernas ajenas al barro y la caricia de lombrices
con su lenta docencia solar./…
están todos los viejos marchando iguales
como esta noche en una gota de petróleo.

Imágenes oscuras, opacas y brillantes se conjugan en un lenguaje duro, pero nunca carentes de sentido lingüístico por asociación o convergencia metafórica, en un campo extrañamente articulado de escogidos significantes en el sentido lacaniano. Esto es manifiesto en sus primeros poemas, haciéndose el procedimiento más leve, y menos intenso, a partir de “Caleta Portales” donde comienzan a fijarse los episodios, las historias, los espacios con o sin fronteras, desde donde surge la necesidad y el “azar” de creación del autor:

…/ No sirve tapar los agujeros sería como arar en la arena
Las gaviotas circulan fieles a los bucles y corrientes
del océano. No intentan hacer de su arte
/una nueva posibilidad.
Hemos sabido de su cortesía por siglos y décadas
/llevamos
observándolos caer como todo lo que asciende
la perfección de un proyecto económico, para hacerse uno
con lo líquido.
He visto esto antes en la televisión.

Casimir nos remite a la observación, no a la contemplación sino a la relación que las acciones, pensamientos, o cosas, adquieren en tanto no se les prive de posibilidades de existencia. Palabras que no aseguran las motivaciones e intenciones pues el hablante asegura no poseer la videncia y sólo constata. Esta no es una afirmación negativa o positiva: habla de lo que es (el poema “Casimir”):

La verdad es que aquí no hay verdura ni aves
y hasta los primeros feligreses se retiran molestos.
Pero alguna vez quisimos ese espacio entre los cuerpos
sin relación alguna con la paz.
Tampoco el abrazo entre el hijo y la madre cansados
de la comedia que repiten de memoria.
No, quería hablarles de lo que existió
entre dos palmas que se juntan para orar.
Yo quise decir tanto del universo y que todo
era capaz de ser contenido en un huevo.
Eso solo lograba arruinarlo y la iglesia era más
madrugadora que una negativa.

Lo interesante y destacable del poemario Casimir es su propio lenguaje; habiendo desechado su autor el camino clásico de la travesía o viaje, extiende el universo de las palabras y de su conocimiento, para transitar en el complejo mundo sensorial, interviniendo cada tanto con su lectura atenta y atrevida nuestra propia realidad, remitido siempre a su propia experiencia (¿alguien puede salir del horroroso Chile?). Esto no obliga como lectores a crearnos con él: se entienden mejor las cosas cuando se las nombra mediante otras (ej. poema “Múnich”):

El peso del invierno se condensa y la tierra
que llamamos basura se posa sobre el agua.
Alcanzo a verme sorber la bebida con los fonos
clavados en la cabeza y quisiese decirme
escucha la primera ley: levanta la vista.
Un mozo ha dejado algo para ti: lo cocinó
su hermano con la técnica que su madre usara
para dimensionar el universo.
Finalmente es leche, como todo.
Te falta atención, sólo sabes esconder tu vicio.
Afuera decir mucho equivale a ir con un enjambre
en los dientes.

El sentido surge del choque que provocan las imágenes de lo leído, visto y observado. Nada nuevo bajo el sol, la poesía viene de la poesía: esa chispa que brota entre la tradición y lo nuevo.

Y no estamos hablando de un autor que se incline por la manipulación del lenguaje para hacer un guión épico, o volverse a instalar en la estética del fragmento de las vanguardias, sino para dar a ver una subjetiva cotidianidad; cada imagen alterada por el imprevisto corte y la resolución de enlace en la intención de dar secuencia polisémica a sus imágenes o dar cuenta de aquello que es característico en la percepción: el movimiento incesante de sensaciones, pensamientos e ideas, de quien a la vez crea y reflexiona en términos absolutamente fílmicos. Algunas imágenes pasan otras se quedan en un silencio expectante, pero nunca es abandono sino intensidad comprometida con lo que se ve. Así lo percibo, por ejemplo, en este extracto del poema “Allahu Akbar”:

…/ Intentamos medirlo todo, incluso cuánto
perdimos al decir nuestros nombres
porque toda moneda es redonda y
la tonsura que delineaba la almohada
en nuestra cabeza nunca nos salvó
del largo sueño de las simpatías.
La noche iguala a la idiotez y peina
hacia el mismo lado la cabellera del
progreso./…

Y leer el bien el texto significa familiarizarse con él. Traspasar el umbral de cierto hermetismo que nos confunde en un principio, y a poco andar encontrarnos en lo visible: el tránsito de las relaciones entre lo visto y lo entre visto (verbo), lo pensado y lo impensado, la razón y la sin razón, el recuerdo y el presente, que surge de la observación en el día a día de lo que a uno le toca y que se registra en los apuntes que se graban. Claro está que es de la forma como su autor lo dice, donde las palabras adquieren también un rol protagónico como es de esperar.

Este es un poema simple pero muy emotivo, se llama “Pantera”:

La gota de limón despierta al cuero cabelludo.
Cada pelo se forma ese día lunes a la hora clara.
Las filas se abren y el peine ara la orilla del mar.
No recuerda lo que dice la madre pero sí la voz:
olor a mantequilla derretirse y el brillo del zapato.
Las mañanas eran gatos jóvenes y elásticos, no
esa línea entre los dos hemisferios de la cabeza:
el asfalto nos lleva siempre hacia adelante.

Estamos en una época que languidece por su falta de urgencia para bien o mal, nunca se sabe. Lo que sí está claro es que a los inquisidores que sostienen la poesía tradicional o al menos una poesía que les acomode, no resulta fácil hacerles entender que envejecer es congelar una visión sobre el mundo. En “Motivos de Pirro” leemos:

Las lenguas son un metal dúctil
es la existencia de la rima entre broza
y prosa o cómo producimos valor.

Tratar de entenderlos como a tu padre es una edad
resistir con un puñado de idiotas en las Termópilas
ordenar los billetes el cabello del hijo
a esto llamamos arte.

No, no es un lenguaje duro, es la voz de su hablante un rudo corazón de la calle resistente a ser reeducado; habla de sus pulsiones e inclinaciones primarias que se reconocen justamente allí donde se vuelven incomprensibles para un espíritu burgués que vaga de casa en casa afín, de institución a institución, de academia en academia. Es difícil apreciar desde este último lugar, aunque no deseo ser peyorativo pues cada uno tiene su circunstancia, los grandes cataclismos en un país del cual se dice “acá nunca pasa nada”. Y desde hace tiempo en poesía, por una especie de sinestesia, el lenguaje de la poesía se ha enriquecido con aquello que los críticos de los sesenta, y alguno que otro chambelán de las generaciones siguientes, no pudieron aceptar en su doble vida (hay excepciones); hipocresía le llaman. Así, el abandono de la poesía de estos tiempos que si no se ciñe a la tradición, una tradición mal entendida como si no se pudiesen alterar sus movimientos de predicado y comunicación de un sujeto que ellos sueñan poeta, estilo oveja y cantor, es un no sin explicación. Cito a Roberto Juarroz: el poema no tiene leyes externas, el poema —como diría Unamuno— no se atiene a preceptos, ni a normas, ni a retóricas, no se atiene a ordenanzas ni a decretos, sino a “postceptos”. El mismo crea sus normas. Por eso —seguía el viejo maestro español— el mundo de la poesía es pura heterodoxia. O mejor:  pura herejía.

El logro de Casimir se encuentra en su forma y en su tono que se mantiene fiel a sus predicados. Uno puede ceñirse a una forma pero no necesariamente mantener el pulso y la concentración (ritmo) con el repertorio de materiales que a cada uno competen. Lo que podemos llamar verdad es siempre un invento y acá hay un trabajo que se ha esmerado en dar soltura a sus posibilidades. Y me gusta cuando se alza con seguridad y escribe como un perro que escarba para buscar su hueso (Wang Wei):

Irrita ver las cosas con el rostro aún sin completarse
como las primeras palabras ríen sin más que un brillo
refleja el cuerpo sí pero el agua de la mente no sublima
la campana se admira en el jade y sus peldaños
a nadie importa si brota o alguien reúne en su camino
lo disperso
el jazmín nace a la lluvia
anfibias bordan la eléctrica piel del río
todo esto por poner un pie en la orilla
y otro etcétera
aún buscamos quién quedó en la arena verde del cielo
quién supo leer la tortuga
hallar en el cráneo enemigo la miel del poema.

Casimir es un lugar de paso, no veo un tácito desencanto sino una posibilidad para abrir(se). Creo que este poeta no se abandonará a la ruleta de los hechos y que sí desea provocar un sentimiento de esperanza por oposición, una lucha por la expresión sin término ni términos. Lo constato en su poema “Sivainvi” (escrito en mayúsculas como todos sus títulos), para cerrar:

Lo que ves en la TV o la rapidez de las cosechas
vino de una familia cercana a la tuya o la mía

no una sigla: un nombre común en castellano
pirámide de letras que aguarda inquieta los otoños

como el último capítulo en un sabio melodrama
personajes destilan su memoria y descendencia

pero la realidad sobrevive a quienes la imaginan.