Santiago inaprensible, fragmentado, la ciudad del imbunche

Carlos Franz: La muralla enterrada.
Booket, Santiago de Chile, 2011. 198 pp.

5950 pesos.

Aunque todos sabemos que las ciudades son complejas, inaprehensibles, llama la atención como Franz identifica en el primer capítulo de La muralla enterrada la diferencia de Santiago con otras ciudades. La misma literatura –o la carencia de ella– es la que nos revela esa fragmentación, la falta de una gran novela que contenga toda la ciudad, que también es la escasez de una claridad o conocimiento sobre la identidad nacional. Por eso sólo ha sido cantado Chile con claridad en el paisaje geográfico, con un Neruda o una Violeta cosa que identifica el autor y cita unos versos de Parra muy esclarecedores: “Creemos ser un país y la verdad es que somos a penas paisaje”. Después dice el autor: “Paisaje de un desierto… Chile no tendría una novela urbana que valga la pena… ¿Dónde está el Londres de Dickens, el San Petersburgo de Dostoievsky, el Dublín de Joyce, en Santiago?”

A partir de esta inquietud se hace una revisión por la narrativa chilena, olvidando el paisaje, el campo y la poesía para adentrarse a lo que todos quieren dejar de lado: Santiago. Identidad olvidada por “esa mala memoria”, como esa misma muralla enterrada que se encontró en 1975 según José Donoso “ruinas…que nadie terminó de demoler” según Franz “síntoma y símbolo de nuestra identidad <<imbunchada>>, negada por pura vergüenza” aquella muralla que separa y resguarda.

Para esta revisión se utiliza un corpus de setenta y tres novelas santiaguinas desde 1902 con Juana Lucero de D’Halmar hasta 1998 con La bella y las bestias de Oses. A través de ese corpus se revisan los lugares comunes santiaguinos dividiéndolo geográfica y temáticamente. Así reflexiona sobre lo que está fuera de la muralla, los locos, los muertos (La Chimba) lo que está dentro, el poder, la razón, los límites (El Centro) lo trasgrede el poder, el deseo, lo prohibido, (Barrio Estación) lo que se quiere ocultar, la violencia, la marginalidad (El Matadero), el único punto de unión y la importancia del comercio (El Zoco) el mito de una ciudad en unidad no imbunchada (Alameda, Parque O’Higgins y el Cerro Santa Lucía) y el escapismo de la clase alta (El Jardín).

Hay que agregar que en está segunda edición se añade una reflexión diez años después de la primera publicación de este ensayo. A diferencia de la primera edición no hay tanto optimismo pero si hay una nueva revisión sobre su mismo ensayo y sobre los cambios de Santiago en 2011. Y Franz observa que el imbunche no ha desaparecido pero que al menos comenzamos a verla “podemos reírnos de nuestra fealdad, y esa sonrisa es el atisbo de una belleza”. También se observa una crítica a la escritura de hoy, “documentan esa reciente conformidad con nosotros mismos”, “Tanta metaliteratura no nos dejará oír el estruendo de las metas rotas”, salvándose para él sólo Nona Fernández y Alejandro Zambra.

En este epílogo el autor nos brinda su mirada desde la lejanía de quién no está permanentemente en Santiago, lo cual le permitió ver con más claridad los cambios y los problemas actuales, la obsesión con el desarrollo, el futuro y el éxito; de quién se queda “enamorado del presente, despreciativo del pasado, seguro del futuro” no pudiendo “tomar aquella <<distancia irónica>> que nos permitiría relativizar nuestra identidad”.