Gabriela Mistral. Carta para muchos (España, 1933 - 1935). Introducción y selección por Daniela Schütte y Karen Benavente

 

 

GABRIELA MISTRAL. CARTA PARA MUCHOS. ESPAÑA, 1933-1935[1].

Edición y prólogo: Karen Benavente.
Investigación: Daniela Schütte González.
Ediciones Universidad de la Frontera; Origo Ediciones, 2015.
Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura Convocatoria 2014.

 

A mediados de noviembre de 1932, Gabriela Mistral estaba en Italia. Pocos meses antes, había sido nombrada cónsul honorario en Nápoles como un reconocimiento a su labor en la Sociedad de las Naciones y su profuso trabajo periodístico; era su primer cargo consular. Sin embargo, al momento de ser nombrada, un curioso descuido impidió que ejerciera el cargo: el Gobierno Italiano, con Mussolini a la cabeza, no permitía el ejercicio de mujeres en puestos diplomáticos y negó su exequátur. En una carta a Carlos Préndez Saldías, enviada algunos meses depués de lo sucedido, le cuenta que pese a que no contaría con un sueldo fijo más que las eventuales entradas del Consulado, había aceptado el nombramiento en Italia por destruir su leyenda de descastada “sirviendo al país en un cargo honorario” y por el clima, el único propicio dentro de Europa para su salud y compatible con su absoluta aversión al frío. Continúa señalando que no quería volver a Chile porque le había dado más de 20 años de su vida –“lo cual es bastante”– y porque no sabía “vivir en los infiernos de las tierras divididas donde hay que ser en cada día el centinela de sí mismo”[2].

Algún tiempo después –a principios de 1933–, viaja a Puerto Rico, quizás uno de sus países más queridos, para dictar algunos cursos en la Universidad. Allí conoce a Berta Singerman, actriz y declamadora argentina de origen ruso. Este encuentro y la lucha portorriqueña por mantener el español como su primera lengua, marcan el inicio de uno de los temas más recurrentes en su producción en prosa del periodo: “…el derecho a la lengua heredada, es como el derecho al alma propia, y para aquellos que llaman dudosa el alma, es como el derecho a llevar el propio cuerpo, a estimar, a admirar, a aprender los otros idiomas, pero a usar el suyo y solamente este, al igual de su cuerpo”[3]. Mistral pensaba que la lengua era la única posibilidad de cohesión de los pueblos latinoamericanos y confiaba, asimismo, en su valor como capital social y como medio de acercamiento con España tras la Conquista.

El 23 de marzo de ese año recibe, primero un escueto telegrama y luego una carta, firmada por Miguel Cruchaga Tocornal ofreciéndole el cargo de cónsul de elección en Madrid. Mistral no acepta de inmediato… Estaba bien en Puerto Rico, tenía sus clases, había sido acogida con honores por los ciudadanos y el Estado y el clima, sería como ella misma dice, su cura y su vida larga. Consulta con sus amigos y conocidos, hasta que finalmente, el 1 de abril, acepta: “me voy de aquí como de todas partes”[4].

Llegó a Madrid, el 9 de julio. Los diarios españoles no tardaron en saludar su llegada y con ellos, el constante “visiteo” que tanto detestaba y el ajetreo de una oficina consular precaria que no contaba con fondos propios más que las entradas por trámites propios del consulado y cuya mantención tuvo que, en más de una ocasión, ser solventada por los ahorros de la recién llegada cónsul. “Mucha gente cree que al nombrarla en ese cargo, el Gobierno de Chile le hacía un favor a Gabriela. Por mi parte, yo creo que la explotaban”, comentaba Luis Enrique Délano en Sobre todo Madrid[5], recordando su experiencia junto a Gabriela en el Consulado.

Tan pronto llegó a la capital española, comenzó́ la intermitente necesidad de buscar un nuevo destino: Lisboa, Puerto Rico, Italia incluso Egipto y Japón fueron planteados como posibilidades. La difícil situación económica y la escasa preocupación y reconocimiento por parte del Gobierno de Chile hicieron la situación insostenible. La escritura fue –como tantas otras veces– su refugio. Cartas, poemas, artículos para los diarios de las principales ciudades americanas, españolas e incluso publicaciones para dos diarios de Texas, se mezclaron con oficios consulares, minutas, memorias y la escudaron de la activa y ruidosa vida madrileña de la que siempre renegó. Escribió en muchos registros y sobre distintos temas: la Academia, la Guerra del Chaco, el Conflicto de Leticia, la situación de Puerto Rico, el estilo de vida europeo, la Conquista española, escritores sudamericanos y el estado de la sociedad española antes de la Guerra Civil. Tuvo conflictos y debates, algunos de los cuales le costaron amistades de años. Pero también, tuvo grandes y cercanos amigos y estableció importantes vínculos con escritores e intelectuales españoles. No fue una figura central de la intelectualidad española del periodo –ese era el lugar de Neruda– pero sí, dio conferencias, visitó con frecuencia Barcelona y Portugal y continuó afianzando lazos. Insistió sobre su precaria situación económica, sobre la necesidad de un ascenso, sobre la pertinencia de una permuta entre ella y Neruda –quien estaba primero en Barcelona y luego en la embajada en Madrid-, sumó aliados y urdió sutiles pero efectivas estrategias. España era una etapa, un periodo y ella lo sabía.

Aquí se selecciónan ocho documentos (cartas, artículos), fragmentos de ellos, entre los años 33 y 35, que dan cuenta de los intereses políticos, linguísticos, pedagógicos, ecológicos y literarios de Gabriela Mistral. Se adjunta también la copia del telegrama de agosto de 1935 donde se le destina como cónsul en Lisboa.

 

Daniela Schütte, Karen Benavente. Septiembre, 2015.

 

Textos de Gabriela Mistral.

 

3 de diciembre de 1933. Gabriela Mistral, “A una niña”, publicado en La Prensa, San Antonio, Texas.

 

A una niña centroamericana, yo le diría:

No olvides de que Rubén Darío hizo la honra de Centroamérica con la belleza de la gracia, y que esa herencia de Rubén ha de recogerla particularmente la mujer, para ir creando ella una civilización traspasada de espíritu.

No te olvides, si tienes un hermano o un hijo de que vivió en tu tierra el hombre más puro de la raza: José Martí, y procura formarlo, a su semejanza, batallador y limpio como un arcángel.

No te olvides que de la única patente de decoro de los países pequeños, que no son ricos es su libertad. Y no te olvides tampoco de que si tu tierra hace concesiones feas en el sentir de su indiferencia, socava la situación del que sigue y del que sigue a éste. Tu tierra acaba en Magallanes…

Hay que pensar en la solidaridad y en esa lealtad. No quieras para novio ni amigo a ningún traidor porque te ensuciaría el aire de tu cara.

Cuando reces tu padrenuestro [sic], acuérdate de la igualdad de los hombres que recibieron juntos la misma oración y quema en ti la sagrada idea del hogar.

 

 

Enero de 1934. Gabriela Mistral, “Recados quincenales: Escandalo literario” [Fragmento].

 

[…] Comentaban hace poco los diarios parisienses el escándalo literario de la rehúsa que ha hecho la Academia Francesa hacia el ingreso en ella de Paul Claudel. Ahora la prensa española habla de otro menos, pero semejante: de la preferencia que hace el secretario perpetuo de la docta Academia del señor Muñoz Seca sobre Valle-Inclán. Peores cosas y más graves se han visto en este mundo, diría el chistoso. Resulta, cómodo siempre pensar que pueden ocurrir cosas peores de las que pasan: por ejemplo, que arda el Museo del Prado o que los profesores vuelvan a decir que Góngora fue un cretino. Las Academias son una especie de instituciones pedagógicas y con esto se ha dicho bastante. El pedagogo es el hombre al que le importan los cómo sobre los qué. El profesor es un usufructuador de la lengua que hicieron, mitad a mitad, pueblo y escritores del idioma que no dio de comer a Cervantes ni al Dante, pero que da de vivir orondamente a la legión de los conjugadores de verbos. El pedagogo es un cosechero de lana que sabe escardar el copo sacándole a luz cada espina de cardo y terrón, pero que no puede, a menos de nacer otra vez en carne no docta, hacer lana, es decir, lengua, en novela, comedia o poema.

Es un señor de aire sacerdotal que opera con la mayor solemnidad en la víscera misteriosa del idioma, sudando sesos para explicar los giros vivos del periodo que los dueños de la expresión, pueblo y escritor, dejaron caer jugando, pero que él no puede conseguir en su horrible escritura talmúdica. El patrón del estudiantado es el curioso señor que buscó hasta poseerlo el genio del fastidio que se exhala sobre el montón de criaturas vivas que le rodean y a las que sirve con la misma mano el dato junto con el tedio y la vida envuelta en borra mortecina. Y es el pedagogo un señor “suelto de talle”, cacique envalentonado con el manco que, cuando se trata de los negocios mayores de la lengua, convoca a su tribu para que acuda a discutir y a decidir, y da con la puerta en las narices al escritor que quiera entrar a ver qué hacen con lo suyo esos señores de la jerarquía al revés […]

 

 

Enero de 1934. Gabriela Mistral, “Recados quincenales: Bosque” [Fragmento].

 

[…] España se ha puesto a su repoblación forestal. Un poco más de tardanza en la empresa y el país habría rematado su fama de desierto, reputación odiosa hasta de oírla. Doscientos millones para la replantación de bosques. La suma es grande porque el estropicio ha sido tremendo. Cuesta menos de lo que se cree, convertir un agro, del orden que sea, en desierto. Cuesta apenas: la sequía aceptada, la tela consentida y el simple abandono, tan fácil a nuestras razas, crean un país desierto en cincuenta años.

Me acuerdo de nuestra ciudad de Magallanes, que tuvo al nacer un cerco maravilloso de selva y que en veinte años de socorrer sus chimeneas con lo más inmediato, logró la calvicie horrible que hoy la rodea en una cintura leprosa de selva quemada. Veo el extraño campo de muñones negros o calcinados que yo llamaba “mi divina comedia vegetal”, mi infierno botánico patagón. Tienen razón a veces los reaccionarios, cuando desgañitan contra la “espontaneidad” y el “instinto” popular. Espontáneo es en los pueblos el barrer por la necesidad de un día el logro de siglos y el sacrificar a la circunstancia momentánea el futuro de hijos y bisnietos. El pueblo es infancia en lo mejor y lo peor y necesita tener sí el ojo celador que le sujete los antojos como la explosión insensata […].

 

12 de septiembre de 1934. Gabriela Mistral, “Recados quincenales: El cielo de Castilla” [Fragmento].

 

[…] Una de las cosas perfectas entre las que se posan sobre la bandeja de este mundo es el cielo de Castilla, cristal de cristales, unas veces claro-dulce, otras veces claro-duro.

Venir en la estación fea, que dura ocho meses, del invierno europeo; llegar de Berlín, Bruselas o París, o subir del Mediterráneo. Se dejan atrás las borras indefinibles de unas plebeyas atmósferas industriales y se entra en un cielo patricio, de una mentalidad a la vez terca y ligera; se cae dentro de un casco seco y luciente que en un día limpia los ojos del mal mirar y del mal percibir y los rehabilita. Se ha llegado, de veras, al reino de las metáforas de Santa Teresa y aquello que nos cubre es una piedra preciosa, el diamante que ella contó. Mejor que cubrir, este cielo rodea. Es tan grande que no resulta techo sino ámbito, hondura de campana o de valva y también una vestimenta repentina de aseo sobrenatural, que nos dignifica con sólo caer sobre nosotros. Viajero sudamericano, que no mire la tierra, por famosa que sea la terrible meseta. Si es verídico, dirá mal de ella y los suyos se le oirán con indignación. Si es embustero, repetirá los elogios clásicos de la aridez como clima, bueno para acicatear las potencias del alma y dirá de las verduras de este mundo que son unos regodeos viciosos de la mirada y la piel.

El viajero, mire el cielo; vale el viaje él solo; tal vez no se lo encuentra más en otra parte. Se necesita de una fantástica sequía del suelo para que la atmósfera llegue a tener esta castidad cabal, para que devore así vahos y nieblas.

La transfiguración teológica de este cielo significa una obra maestra de eso que llaman la geografía física. La tierra renuncia casi a toda materia espesa para que el aire se parezca lo más posible a los aires celestes, a aquellos que los místicos cantaron y describieron como otra meteorología real […].

 

 

2 de octubre, 1934. Gabriela Mistral, “Fiesta de la lengua española” [Fragmento].

 

[…] Don Miguel de Unamuno lo ha dicho ayer, en su Castilla fundamental, y otros lo venimos diciendo hace mucho tiempo en nuestra América: raza no, idioma sí, a lo menos, la lengua en pleno, la raza a tercias.

El viajero español recorre mal a su América. Le visita las ciudades, concentraciones de blancos y mestizos, y en algunos países, especies de campamentos de europeos expedicionarios, anegadas en un mar de poblaciones aborígenes. Él regresa a contar su América blanca y convence de ella, a los que allá no fueron ni irán.

En el Brasil, ese viajero libador [sic] de miel de urbes, conoció su Río de Janeiro ibérico, y no bajó en la Santos ítalo germánica.

En Chile, por miedo de lluvias y de kilómetros, no echó una mirada sobre dos provincias australes donde el alemán hace horizonte.

En el Perú, tenía las aldeas indígenas a cinco horas de Lima y en México, se quedó sin la experiencia rotunda; a tres horas. Pero dejó que se las contaran y se evitó el ver y el tocar, que nunca había de ahorrarse.

La raza común está quebrantadísima en su hispanidad y de año en año el mal (si es mal) subirá en marejada con la imaginación, que en todas partes es considerable, pero en algunas, inmensa. En cincuenta años más aquella América nuestra ya no será nombrada española por la sangre, sino por la lengua, como se llama Suiza Francesa a una Suiza llena de filtraciones germánicas, pero que habla francés.

Y si el nombre de la festividad ya no será válido dentro de cincuenta años más, ¿por qué no haríamos desde ahora el trueque de su nombre y la ubicación precisa de su sentido, puesto que se trata de asunto trascendente, digno de ser considerado en una perspectiva tan dilatada? […].

 

 

6 de agosto de 1935. Gabriela Mistral, “una Asociación Auxiliar del Niño” [Fragmento].

 

[…] La barrida lisa y llana de los mendiguitos resulta brutal si no viene, unos pasos detrás de la policía, esta cuadrilla de mujeres averiguadora de la tragedia infantil callejera. ¿A dónde se guarecerán estas criaturas, que tenían a la calle por su reino de día y de noche? Como bolas de billar se las tiran y devuelven la pocilga y la policía, la familia, que no es tal, y la autoridad del tráfico, y este toma y daca [sic] que vemos a toda hora nos revuelve la conciencia a las mujeres. La policía desea dejar su calle limpia; pero resulta que la urbe, como cualquier utensilio, no puede lavarse sino entera, de las asas al fondo, y que los aseos parciales de la persona civil paran en grotescos, como los de aquellas niñas que se echan el agua a la cara y se olvidan del cuello y brazos… Mientras el barrio sucio o abandonado esté allí y la casa de vecindad rebose baja miseria, aquello tendrá que vaciarse hacia la calle y la plaza: las fermentaciones, de líquido o de vida estallan sin más.

La policía, peleando sola esta lucha por el decoro urbano, barre y barre hacia adentro sin saberlo, y su afán resulta tan leal como infantil. Si hay labor que se parece a la de las Danaidas, es esta de los aventadores uniformados de mendigos urbanos sean adultos, sean niños […].

 

 

19 de septiembre de 1935. Gabriela Mistral, “Recado sobre una reforma educacional suramericana” [Fragmento].

 

[…] Había ocurrido en el hondón de la entraña de Chile una mudanza de mucha gravedad: los educadores entraban en la posesión lisa y llana de la administración escolar, y la novedad los llevaba y traía, mudados hasta parecer otros, por su promoción, a personas y cuerpos acatados. Adolfo Ferrière decía que nuestro país se encontraba en el jalón de honra educacional que tienen Suiza y Alemania.

Yo conocí a varios de los herreros de esta fragua, y no podía menos que mirarlos de lejos con una expresión feliz y un poco en cómplice del vuelco. Y los seguía la suerte ansiosamente. Los comienzos de la hazaña los vi allá adentro; el avatar más brioso lo leería en el libro de Adolfo Ferrière La educación nueva en Chile; las heces del éxito se las plañiría desde Francia.

Pero los vencedores, esta vez como siempre, se encandilaron con la victoria. La simpatía popular había hecho de ellos en poco tiempo líderes obreros, y los maestros se dejaron escurrir hacia los partidos que tardíamente se acordaban de ellos con puras intenciones aprovechadoras.

La reforma pareció hundirse en la totalidad de su volumen; los jefes fueron despedidos de sus cargos, y se volvió la gente pedagoga como el agua del caño, incolora e insípida…

En verdad, sólo se rebanaron a la reforma sus reventones de fronda política. El remezón de la costra pedagógica había sido tan grande y las savias de la ideología nueva corrieron tan caudalosas, que ambas operaciones quedaron temblando y persistían dentro de las instituciones. Pasó la racha oficial frenadora y castigadora, y lo padres se dieron cuenta de que “el árbol daba buenos frutos”, que no era cosa de volver, por ningunos disparates circunstanciales, a la vieja condición de escuelas estafermos [sic], auditoras o recitadoras, que devoraban el presupuesto con su inercia, tanto como las nuevas lo quemaban en la acción.

Como ha pasado tantas veces, la “revolución espantosa” quedó reducida a su tamaño efectivo y tomó un aspecto de buena industria educativa. Una escardadura meticulosa de los programas, la practica en las escuelas-granjas industriales y una revisión calmosa de las instituciones suplementarias de la escuela, aplacó a los escandalizados […].

 

 

20 de octubre de 1935. Gabriela Mistral, “Recado sobre sudamericanismo: Monumentos” [Fragmento].

 

En este negocio como en pocos andan mellizos el aturdimiento y la necedad del viejo y del nuevo mundo. Tienen ambos una debilidad pareja de sus grandes hombres; era otra ídem del mármol y del bronce desperdiciados en esperpentos y una escasez extraña de genio escultórico contemporáneo.

La abundancia de estatuas corresponde exactamente, y aunque las naciones blancas y mestizas hagan la grimace, a la idolatría copiosa de los negros, alumbradora de una infinidad de dioses mínimos. El Egipto comenzó por Amnón e Isis, el Sol y la Luna y siguió dando curso a su apetito de dioses hasta parar en el chacal y el escarabajo. El blanco levanta estatua a Leonardo en Milán, y en la ciudad de provincia al ricachón que abrió un asilo de viejos o de lisiados. (¡Como si valieran por hazañas civiles estas mediocres beneficencias ocasionales!) O hace el grupo escultórico de soberano de Mestrovic en gran ciudad yugoeslava y adjudica presente parecido al acalde y compadrero [sic] de una aldea. Hay que tener dioses, y si faltan, se halla cualquiera manoseando un matorral o alzando una piedra con musgo…

En esto de los ayuntamientos dan el do de pecho de su bonhomía y su ruralidad de pañuelo de yerbas… Los buenos hombres “ediles” o como los llamen, quieren honrar a su camarada de club o de café que se murió ayer y cuyo busto les hace falta en la luz familiar. Y ¡chás! salta en la aldea el monumento […].

 

 

17 de octubre de 1935. Subrelaciones, “Telegrama a Gabriela Mistral”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Gabriela Mistral. Carta para muchos. España, 1933-1935. Edición y Prólogo: Karen Benavente; investigación: Daniela Schütte González. Santiago: Origo, Ediciones Universidad de La Frontera. 559 p.

[2] Mistral, Gabriela. “Carta a Carlos Préndez Saldías, 14 de noviembre [de 1932]”, Carta para muchos, pp. 25-26.

[3] Mistral, Gabriela. “El lenguaje en Puerto Rico”, Carta para muchos, p. 45.

[4] Mistral, Gabriela. “Carta a Pedro Aguirre Cerda, 10 de abril [de 1933], Puerto Rico”, Carta para muchos, p. 45.

[5] Luis Enrique Délano. Sobre todo Madrid. Santiago: Universitaria, 1970, pp. 40-41