Juan Emar “Regreso”. Adelanto de la novela hasta ahora inédita, recuperada de sus diarios de 1923 por La Pollera Ediciones

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El personaje de este libro, acostumbrado a París, acepta el desafío de viajar en tren a Alemania. El turismo lo enfrentará no sólo a la multiplicidad de paisajes y el quiebre que significa atravesar una aduana, sino que deberá integrar o rechazar una nueva cultura de hombres toscos pero sensibles que lo recibirán en la ciudad de Bad Nauheim.

El manuscrito de esta novela, hasta ahora inédita, fue encontrado entre los diarios de viaje de Juan Emar. Fechada en 1923, junto a Cavilaciones y a Amor, ambos textos publicados por primera vez por La Pollera Ediciones en 2014, conforman una posibilidad de dar otra lectura a un autor consagrado en una etapa más joven de su vida. Publicamos aquí un extracto de la novela.

 

 

 

 

CAPITULO II
EN TREN

 

Cinco días después de mi larga conversación con Valdemar, tomaba yo el tren en la estación del Este.

Durante esos cinco días permanecí en mi habitación con la puerta cerrada, para impedir la entrada de los hombres, y con la ventana abierta, para permitir la libre llegada de todas las fuerzas contradictorias que decidirían a favor o en contra de mi viaje.

Sentía las palabras de Valdemar como una cadena que, mantenida por él desde un extremo, se ataba a mí desde el otro. Y le quise mal a aquel hombre que, desde un humilde cuarto de la Rue de Fossés, St. Jacques, destruyó mis largas argumentaciones que de testigos tuvieron mil sitios de París. Y luego llegué casi a odiarle al constatar que estaba perfectamente de acuerdo conmigo.

Además me acosaba un temor real ante las sospechas de que mi viaje se convirtiera en un fracaso, de que el vergonzoso compañero, el hastío, me acompañara por todas partes. Sería la confirmación definitiva de mi incapacidad para arrancar vida del mundo, aunque lo hiciese filmar frente a mis ojos. No habría después un consolador “tal vez”, un cariño esperanzado hacia una situación posible… Y comprendí que si de tal modo regresaba, no osaría nunca más tomar una actitud altiva ante esos objetos míos, ante esos muros de esa habitación mía, que ya empezaban a parecerme fatigados de la continua promesa que, noche a noche, les hacía para el día de mañana.

Pero la voz de la Sudamérica, sirviéndose de mi sangre para hacerse oír, me ordenaba cuanto antes partir. Era una orden sensata. Los meses pasarían, luego los años, y bien pudiera ser que uno de esos tantos barcos malévolos que a diario se desprenden de las costas europeas, me cogiera a mí también y, engañándome con melosos deberes, me depositara luego, allá lejos, en el terruño.

Entonces muchos parientes, muchos amigos, muchos conocidos, vendrían a mí, a tomarme el pulso de mi saber y a lavar alguna duda en mis observaciones como en agua pura se lava una prenda sucia.

—¿Con que ha estado Ud. en Europa?

—Sí, señor.

—¿En Francia?

—Sí, señor.

—¿Y fue Ud. a Alemania?

—No, señor.

—¿Y por qué? Tuvo Ud. la ocasión de ir, dinero le sobraba, el viaje es apenas de un día, los trenes son cómodos, la oportunidad, única… Verdaderamente no le comprendemos.

Si nosotros fuésemos a Europa, lo veríamos todo, lo visitaríamos todo. Aprovecharíamos nuestro viaje minuto por minuto.

Ud., en cambio, se durmió en un solo punto. Es imperdonable, inexplicable.

—Señores —debería contestarles—, no fui a Alemania porque mi personalidad no estaba aún bien formada…

Y mi respuesta sería mi ruina. Al día siguiente, toda la ciudad mostraríame con el dedo y, poco a poco, a medida que el eco de mis palabras se fuese propagando, me irían despojando de todo prestigio.

Pues allá, en la patria, las palabras de Valdemar carecerían de significado; allá, la silueta de un país desconocido se agigantaría, inflada por la imposibilidad de alcanzarla; allá la ocasión desdeñada –sin importancia aquí– convertiríase en la más torpe, la más culpable dejadez.

Y se hablaría, aún en los periódicos –bien pudiera ser– de la injusticia que rige a los mortales, que roe a los desheredados del destino:

“Los hombres que pueden, gracias a una nueva y revoltante suerte prenatal, confrontarse ante otras civilizaciones, debieran empeñarse en llevar las lumbreras de nuestra cultura nacional al ámbito de las europeas tierras. Esos hombres así premiados por la fatal injusticia de la materna sociedad, en vez de retribuir a la patria de tal modo cuando la dicha que esa sociedad les convida, esos hombres, a menudo malgastan el tiempo hacedor de prosperidad, el oro apaciguador de hambres y de fríos. Aquí, en cambio, atados al terruño por la mano cruel de la miseria, de las necesidades, o del deber, quedan tantos otros hombres que honra podrían darnos y beneficios traernos”.

¿Quién podría asegurarme que algún periódico no hablaría así? Difícilmente se me perdonaría que, habiendo estado a un paso de la tierra de Wagner, del Salvarsán, de las ciudades aseadas y del casco de punta, no la haya visitado para luego informar con docta palabra cómo Wagner debe ejecutarse, cómo la medicina moderna administrarse, cómo las ciudades asearse, cómo el casco llevarse para aguerrir el rostro de nuestros valerosos militares… Sí; había pues, que partir.

 

 

 

Invitación al lanzamiento en FILSA 2016:

 

 

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