Marcelo Simonetti: Dibujos de Hiroshima (Emecé, 2020). Entrevista de Joaquín Escobar.

 

Resulta interesante el ejercicio de espejos que se plantea en Dibujos de Hiroshima. La idea borgeana de que todo es circular. Una especie de eterno retorno en el cual se toma la vida de un otro por sobre la de uno, como si estuviéramos designados por el azar. Nos parece que en esas conexiones hay varios guiños a la obra de Paul Auster. 

-Me gusta mucho Auster —sobre todo La trilogía de Nueva York, La música del azar y Brooklyn Follies—, quien es un confeso admirador de la obra de Borges, devoción que comparto. Son autores nutricios, alimento de cualquier escritor en vías de formación. Desde que los leí pasaron a ser parte de las influencias que empujan el impulso creativo. No pensé específicamente en ellos cuando escribí Dibujos de Hiroshima. La novela fue escrita más al alero de narradores japoneses, pero sin duda que lo que mencionas, esa suerte de circularidad, la idea del eterno retorno, o hilando más fino, la idea de que somos la continuación de otras vidas, son tópicos que se cruzan en las páginas de la novela. El misterio que se abre con a muerte del abuelo de Yasuhiro (el protagonista de la novela), y que este toma como si se tratara de una posta, es también una forma de mostrar esa continuidad o circularidad; es el nieto de los Nakata quien está llamado a develar aquello que durante mucho tiempo perturbó la vida de su abuelo. Y si bien en la novela ese tema está enfocado en una relación familiar, también es posible trasladarlo a otras esferas. Los mismos escritores muchas veces nos sumamos a ciertas tradiciones para continuarlas o romperlas. Lo que quiero decir es que no aparecemos en este mundo fruto de una generación espontánea, hay otros que nos han antecedido, hay un origen que llevamos también con nosotros, hay una memoria que se ha construido y de la que somos parte, y creo que es importante tener conciencia de ello para poder entender el sentido de la existencia.

La novela tiene hartos giros intertextuales a la obra de Kawabata, Oé, Kawakami y Cortázar ¿Cómo influyeron estos escritores en tu trabajo? ¿Crees necesario que la literatura refiera a otra literatura? 

-Antes de escribir la novela, hice un trabajo importante de inmersión en la narrativa japonesa. Me interesaba poder aproximarme a esa atmósfera tan particular de algunos libros y de algunos autores que han dado lustre a la literatura del Japón. Creo que —guardando las distancias— hay cierto tono, a la manera de un claroscuro, que permite advertir cuando menos ese intento de aproximación al territorio literario que han construido los autores que mencionas. Lo de Cortázar lo tomé específicamente para construir el personaje de Fabián Aristimuño. Lo había situado en uno de los bares más emblemáticos de Valparaíso y necesitaba dotarlo de un discurso y me pareció que apropiarme de la voz del protagonista de «El Perseguidor» —de Cortázar— era un ejercicio útil para estos efectos. Ahora bien, no creo que sea necesario que la literatura refiera a otra literatura, pero retomando esta idea de la continuidad, de que uno hace el camino que otros antes han iniciado, en algunos proyectos he incurrido en esa referencia literaria. Sin ir más lejos, La traición de Borges (Lengua de Trapo, 2005) trabaja sobre esa lógica.

Cito: “¿Acaso la memoria no es otra cosa que la suma de cientos de otras memorias que se heredan de generación en generación anidadas en algún gen todavía no descubierto? “. El destino del protagonista de la novela pareciera venir designado. Como si su vida no solo estuviera determinada por un tema familiar, también por uno histórico. El traspaso de experiencias va desde lo íntimo hasta lo político. 

-Es un poco lo que decía antes, somos seres que nacemos y vivimos en medio de una serie de circuitos que vienen desde nuestros orígenes y se proyectan hacia el futuro. Las experiencias que vivimos, los conocimientos que incorporamos a nuestra vida, vienen cargados con historias pasadas. Nuestra existencia no comienza con nuestro nacimiento sino que se comienza a escribir con antelación. Sin embargo eso no significa que nuestra vida esté predestinada. La voluntad de cada individuo puede optar entre seguir el dibujo que otros iniciaron antes que nosotros, torcer esos trazos o iniciar otro nuevo dibujo, que necesariamente tendrá implícito todos los otros dibujos que existieron antes que él. Y eso ocurre tanto a nivel individual como a nivel colectivo.

La ficción va más allá de sus fronteras, pues has dicho que esta novela fue escrita al alero del recuerdo de tus abuelos. Hay un viaje personal que pretende  conectarse con historias familiares. La idea de puzle incompleto que todos tenemos consigo, la idea de construir un vacío a través de la escritura. 

-Absolutamente. El otro día oía una entrevista que le hacían a Hebe Uhart. Le preguntaban para qué sirve la literatura y ella decía que para nada. Y entonces preguntaba, “¿para qué sirve el amor?”. Y en ese juego de preguntas y respuestas de Uhart se esconde una verdad monumental. Nos hemos olvidado que las cosas más importantes de nuestra vida no son utilitarias. ¿Para qué sirve el arte? Para nada práctico, probablemente, pero al igual que la literatura uno puede buscarle un sentido o inventárselo. Cuando dije que «Dibujos de Hiroshima» había sido escrita al alero del recuerdo de mis abuelos, me refería a que mientras imaginaba el personaje de Yasuhiro (el protagonista de la historia) y su relación con el abuelo Ryu pensé mucho en la relación que tuve, o mejor dicho que no tuve, con mis abuelos. Ellos eran seres huraños, casi ermitaños. Me hubiera gustado conocerlos más, oír de su boca la historia propia. No se dio, por diferentes razones. Pero al escribir esta novela y al construir el encuentro que Yasuhiro propicia con su abuelo a partir de la investigación de su historia sentí también que en el trabajo de escritura yo también me encontraba con mis abuelos. En este sentido, la novela me ayudó a construir un mundo, un imaginario, que de alguna manera me ayuda a reparar esa relación con mis abuelos que no llegó a construirse como yo hubiera querido.

Estamos ante un texto íntimo que deviene en histórico. Se va desde una raíz familiar a una tragedia mundial. ¿Cómo surge Dibujos de Hiroshima? ¿Hubo alguna investigación previa? ¿Te documentaste de alguna forma para construir el texto?

-La novela tiene un antecedente, un cuento que lleva el mismo nombre y que fue publicado en 2015, en una antología que Ediciones B lanzó a propósito de que se cumplían 70 años del fin de la II Guerra Mundial. Para esa antología yo escribí un cuento que narraba la historia de un grupo de niños que dibujaba el hongo atómico diez años antes de la bomba. El libro se publicó y yo siempre me quedé con la idea de que dentro de ese cuento había otra historia que no había salido a la superficie, esa es la historia de la novela. Tanto para la escritura del cuento como para la de la novela leí mucho. Desde Hiroshima, de John Hersey, hasta las Flores de Verano, de Tamiki Hara, pasando por otros títulos de la Genbaku Bungaku, que es la narrativa sobre la bomba. Leí también a otros autores japoneses en el intento de acercarme a esa atmósfera tan propia de la narrativa japonesa. E incluso descargué una aplicación que permitía conocer a fondo la ciudad de Hiroshima en la que estuve sumergido un par de meses. Todo eso fue alimentando la historia y modelando el tono de la novela.

Sabemos que además de escribir narrativa, escribes teatro, ¿Cuáles son las grandes diferencias entre escribir desde un lugar y de otro? 

-Es bien diferente. En una novela tu puedes ocuparte con detalle de la construcción de una atmósfera, en el teatro esa labor se reduce a dar algunas indicaciones que luego otros se ocuparán de potenciar. La narrativa puede prescindir del diálogo, pero en una obra de teatro —a menos que sea posmoderna— el diálogo es fundamental. En una novela tú puedes ocuparte o no de tratar de ir dibujando la historia en la cabeza del lector, pero en el teatro es necesario imaginar cómo se verá la obra sobre el escenario.

¿Qué lees en estos días de cuarentena? ¿Qué nos podrías recomendar? 

-Soy un lector disperso. Me gusta leer varias cosas a la vez y en ese plan no siempre termino todos los libros que comienzo. De lo que he leído hace poco o estoy leyendo, recomiendo: El viento que arrasa, de Selva Almada; Hacia la belleza, de David Foenkinos; y un ensayo sobre ballenas de Philip Hoare, Leviatán o la ballena.

¿Estás escribiendo algo? ¿Trabajando en algún nuevo proyecto? 

-Trato de estar siempre escribiendo. No termino un proyecto y ya comienzo otro. Ahora estoy escribiendo una historia de robots, son ellos los que dominan el mundo y desconocen prácticamente todo de la raza humana, la que ha sido borrada del planeta. Lleva por título: Robots que sueñan con humanos.