Christian Rodríguez Büchner: Constelaciones.

Christian Rodríguez Büchner: Constelaciones.
Temuco, autoedición, 2011.

 

Relatos de barro crudo.

Por Andrés Florit C.

 

No me da el tiempo ni el ánimo para hacer un examen técnico muy acucioso de Constelaciones, libro de cuentos de Christian Rodríguez Büchner (Temuco, Chile, 1985), y además esa tarea ya la han hecho y la sabrán seguir haciendo otros mejor que yo. Sólo informo, para los que no hayan leído otras reseñas del mismo, que es el primer libro del autor, que se compone de seis cuentos y en algunos narra el protagonista de la historia y en otros el narrador está fuera de la acción, pero narre quien narre siempre son importantes los estados de ánimo tanto como la acción y  las historias tienden a estar relacionadas, a retratar el mismo mundo, con cierta actitud contemplativa y cruda al mismo tiempo.

Me siento compelido a dar algunas impresiones de este libro, pues me ha acompañado en las últimas dos semanas y lo pasé bien leyéndolo. Pese a que hay algunos ripios de estilo, dan ganas de terminar de leer cada una de las historias y cuando terminas la última tienes la impresión de que el autor conoce muy bien el mundo que está retratando y te ha regalado un buen vistazo de él. Pedazos de un mundo que no hubieras conocido si no lo lees.

Materialmente, es una autoedición muy rústica encuadernada por el mismo autor junto a otra persona, un gesto austero que suele ser más frecuente en poetas que en narradores. Tengo la sensación de que muchos narradores jóvenes chilenos, recién salidos de sus carreras de Literatura, buscan inmediatamente una editorial, tienen expectativas en ser “descubiertos” o algo así, expectativa que los poetas en general aprendieron a desechar de inmediato y asimismo lo ha hecho en principio este autor, que distribuye por sí mismo su obra y también la tiene disponible, gratis, versión PDF, en el sitio Letras.s5. Por ello creo que busca más el rigor o la intensidad que el glamour y eso me simpatiza. Aunque desearía ver este libro reeditado y con alguna distribución mayor, con un mejor título y con un editor que limpie esos pocos ripios de estilo, que es lo que más falta mejorar en este libro (nada grave, sólo apretar más las tuercas, economizar, agilizar algunas partes) pues se atisba que ya tiene en esencia lo demás: cosas que decir y una posición desde la cual decirlas.

Pero Rodríguez Büchner, al parecer, está recién tanteando terreno, dando sus primeros pasos sin fuegos de artificio ni excesiva publicidad (toda publicidad es engañosa). El autor se limita a decir lo que tiene que decir, casi en bruto, con urgencia pero controlando su voz y haciendo observaciones que combinan ironía, escepticismo y al mismo tiempo experiencia, ganas de zafar. Porque en sus cuentos muestra vidas asfixiantes, a veces miserables, de las que sólo se ansía salir, respirar. Un sur cotidianamente violento, donde la gente que parece buena decepciona a los que confían en ellas o son derrotadas por las circunstancias. La crueldad y la decepción son temas que se repiten una y otra vez, sin finales redentores: es un realismo que no transa con ninguna ideología ni corrección política. Hay honestidad, personajes que le mienten a los demás pero no a sí mismos y buscan finalmente escapar, aunque sólo sea para terminar muertos en la nieve. Uno de los personajes de estos relatos dice por ahí: “Primero, debía construirme un halo de solemnidad, al igual que los empleados fiscales y los malos poetas. Debía construirme ese halo, alimentarlo, volverlo notorio, mostrárselo a la gente con poder, convencerlos de que yo era importante por razones evidentes y universales, y sobre todo inexplicables. Debía hacer eso si es que quería vivir tranquilo, con techo y comida”.

Me gusta que en este libro la injusticia no tenga explicación y me gustan los momentos crueles, los pequeños momentos crueles cotidianos. Cuando en “Puerto Saavedra” el joven profesional bondadoso termina por mostrar la hilacha y aprovecharse de la confianza de una amiga para robarle un beso y luego deja botado a un viejo en la carretera, o cuando el profesor que intenta ayudar a sus alumnos a salir de la pasta base termina siendo amenazado por un dealer que estaba en su misma clase (“Lluvia de barro”).  O cuando la crueldad se combina con la gracia y las salidas picarescas, sobre todo en los personajes femeninos como Vanesa, la hija de 14 años del pastor evangélico que Javier, un profesor lisiado, quiere seducir en “Javier y la Virgen”, del que extracto un diálogo para finalizar:

-Deja las muletas aquí
-Te pareces a una amiga irlandesa que tuve hace años.
-¿En serio? ¿Y era bonita?
-En realidad no era irlandesa, era chilena, pero su familia venía de allá. Era mitad celta mitad negra.
-Te gustan las mujeres exóticas. Te pillé, por eso te fijaste en mí –le dijo, dándole codazos–. Y dime ¿por qué saliste tan pedófilo? ¿Por qué te andas fijando en niñitas?
Javier quedó desencajado con la pregunta. Para él fue como “¿no puedes contra una mujer de verdad? ¿Tan deleznable eres?”
-¿Qué te pasó? –dijo Vanesa–. No te enojes, estaba jugando.