PENSÉ QUE LA CANCIÓN ERA SUYA (CUANDO VIEJO NO ESCUCHARÁS ROCK, parte final). POR ROBERTO CAREAGA

PENSÉ QUE LA CANCIÓN ERA SUYA

 

Originalmente, pensaba escribir solo de Wilco,  específicamente de las múltiples facetas de Tweedy como guitarrista. Puesto a escribirlas, únicamente  soy capaz de pensar en su capacidad para salir del country con algo parecido a un pop alternativo, lo que evidentemente es muy poco. O muy obvio en relación a las sutilezas que maneja en, por ejemplo, Sukierae, disco que lanzó el año pasado con su hijo en la batería. De la clásica tonada americana de “Fake four coat”, pasa a una melodía luminosa como “Flowering” o la tensa y contenida “Diamond Ligth Part. 1”.  El tipo tiene, sobre todo, estilo y también sabe meter ruido: de Star Wars lo más sorprendente son esas guitarras densas y sucias, hechas de riff fugaces y centellantes que recuerdan al glam de T. Rex –a Marc Bolan– y David Bowie. En ese sonido están “Random Name Generator” y “The Joke Explained”, por ejemplo, y en algún terreno muy lejano del Wilco tradicional, acaso en el de Queen of the Stone Age, está “Pickled Gringer”, una canción a punto de estallar, ruda, para dejarse llevar manejando, acelerar y chocar.

Autor de inolvidables canciones sencillas, como “Jesus, Etc”, Tweedy se despacha en Sukierae una para atesorar: “Low Key”. Es una definición: “Desde joven he sido un refugiado, siempre muy nervioso, siempre bajo perfil”, canta Tweedy, confesando que cuando pareciera que las cosas no le importan, sólo se está haciendo el cool. De ahí a “I am an outlaw”, de Kurt Vile hay apenas un paso. Esa canción: fresca, brillante, rítmicamente irresistible, más rockera que funk, hecha de pura actitud. Una actitud que uno pensaba que Vile no tenía. O yo creía eso. Lo imaginaba como un chascón volado, sí, ya, un outsider, pero calladito, de abrigo, otoñal. De ese error –que lo es con todas sus letras– me sacó su nuevo disco, b’lieve i’m going down, en que Vile hace de la modulación y la desafinación un ejercicio de onda. De la vieja escuela de esos cantantes que pareciera que no les gusta cantar. Casi apáticos, sobre todo desafiante. Más deudor del shoegazer que de Springsteen, moralmente hablando. Casi punk.

Podría haber salido de mi error escuchando de nuevo Smog ring for my halo, el disco de 2011 de Vile, porque ahí ya estaba esa veta desafiante. En todo caso, b’lieve i’m going down no es solo eso: es un disco que flota apoyado en una guitarra que opera como una caja de ritmos y que, asistido por teclados y baterías, produce estructuras que se repiten hipnóticamente. Todo se mueve como una vibra que sube y baja, y cuando se hunde cae abismalmente y entrega canciones como “Wheelhouse”. Sospecho que es la canción clave del disco. Su corazón. El relato del “i’m going down”, que es mucho más que la historia de un achaque o una pena. En realidad, es algo mucho más misterioso, más denso: el devenir del outsider en un explorador rastreando la calma, el silencio, un lugar sagrado.

Canta Kurt Vile en “Wheelhouse”: “Hay un desierto abajo en el centro de la Tierra / Una escalera oculta en la casa en que resides / Un poco de algo en esa despensa / Medicina, es una situación de medicina. / Algunos se inclinarán cien veces al día o más / para encontrar un camino, para bajar al templo un día / Encuentra el templo / disfruta su gloria / Luego revuélcate en la alfombra peluda / duerme profundamente por primera vez en tanto tiempo / respira hondo ahí adentro” (la traducción es mía, no es muy buena).

En eso he estado en esto días. De Sufjan Stevens a Ryan Adams, de Jeff Tweedy a Kurt Vile. También he estado pegado en dos canciones perfectas de Matías Cena, “Al menos para mí” y “Cinematografía Clásica”. Es posible que se me pase. Todo se pasa. He vuelto a pensar en el Coke, he vuelto a verlo en la plaza de  nuestros departamentos con su guitarra, tocando a Silvio. Una y otra vez hasta que yo, y todos nosotros, terminábamos cantando con él. No puedo negar que me gusta “Playa Girón”. Tampoco una sospecha: que si yo no termino escuchando jazz o música clásica, pero sí a un puñado de cantautores con guitarra, es por Silvio Rodríguez. Es por el Coke. Pero la voy a negar, porque estoy seguro que partió antes. Ese posible futuro estaba cifrado en la guitarra de mi papá  y las veces que él la tomaba para cantar canciones de Víctor Jara. Estaba cifrado en su voz grave hecha a pulso por los cigarros que ya no fuma.

Ese futuro lo oí cuando chico en un caset que pillé en la casa. Lo había grabado mi papá en el living con un equipo muy elemental. Sonaban varias canciones. Una de ellas era “Plegaria a un labrador” y estaba llena de errores: no sólo partía diferente, en otro tono, sino que justo en el momento en que la canción agarra su primer vuelo, a mi papá le salía  un gallito y repetía en el acto ese “Líbranos de aquel que nos domina…”. Pese todo, a mi me emocionaba. Pero la que más me gustaba era su versión de “Cuando amanece el día”, de Ángel Parra, que cantaba con el aplomo de haber sido un veinteañero comunista en los años de la Unidad Popular. Él, como Parra, había estado en el mitín de las 6 en el centro, donde todo el pueblo gritaba defendiendo lo que se había conquistado. El había visto al hombre levantarse, crecer y se agigantarse. Creía en el hombre. Por años pensé que esa canción era suya. No me importó que no lo fuera. Por lo demás, en ese caset sí había una que él había compuesto. Una canción íntima y poderosa de la cual no me acuerdo nada. Peor, sospecho que el caset está perdido.

Lee acá la primera y segunda parte: /cuando-viejo-no-escucharas-rock-por-roberto-careaga/  /  /cuando-viejo-no-escucharas-rock-por-roberto-careaga-3/

Soundtrack