Cuando viejo no escucharás rock. Por Roberto Careaga

 

Un hombre con guitarra

 

El Coke vivía al frente de mi departamento y andaba todo el día con una guitarra. Tocaba bien. Decía que había aprendido escuchando los casetes de Silvio Rodríguez y, de hecho, las canciones del trovador cubano eran su repertorio estelar. Insistentemente estelar. Imagino que para no perder su don, en su pieza siempre sonaba. Y a donde él iba también. Aunque yo pasaba con él, nunca llegó a gustarme Silvio de verdad: me sabía sus canciones, recuerdo varias con cariño, pero nunca escuché sus discos. Qué lata. Pero el Coke también escuchaba otras cosas: los Beatles y Queen, a ambos estrictamente en vinilo. Y eso me gustaba más, sobre todo el Sgt. Pepper’s.

Hasta ahora no me había dado cuenta, pero le debo al Coke la idea de interesarme por la música. También fue él quien me mostró que Spinetta era muchísimo más que “Muchacha ojos de papel”, poniendo a un volumen apenas tolerable la canción “Como el viento voy a ver”, de Pescado Rabioso. Él operaba como coleccionista: en esos años en que los vinilos no le interesaban a nadie –a mediados de los noventa–, él los buscaba por San Diego o en el persa Bío Bío, y quién sabe qué otros lugares. No sólo andaba tras de discos, también perseguía equipos y parlantes que prometían lo imposible: el sonido perfecto. De segunda mano, por supuesto, y seguirlos nos llevó a casas atestadas de radios y máquinas de todos los años que alguien había comprado para luego vender como si se trataran de joyas –y de alguna forma lo eran– aunque muchas parecían chatarras. Nunca compró nada.

Años después, cuando yo me había independizado musicalmente de él, lo fui a ver. Ya no estaba al frente de mi departamento, sino en una casa en Maipú. Escuchamos sus discos y también los míos. Entre los que llevé estaba uno de Tortoise, una banda escandalosamente contemporánea para lo que suponía que eran los gustos de mi amigo. Lo llevé como un desafío. Era el Million now living will never die, ese que abre con “Djed”, de 20 minutos. Pero fue con el segundo track con el que enganchó: “Glass Museum”, una canción líquida, que parece seguir el cauce de un río que avanza tranquilamente para luego desembocar en rápidos tumultuosos. Hay guitarras, imagino que algún tipo de teclado, pero los sonidos protagónicos están hechos con percusión: batería, bongó y un luminoso vibráfono. “Es música que me podría gustar”, dijo.

La conversación continuó hasta que el Coke hizo una predicción: que cuando viejos –o quizás dijo adultos– ya no escucharíamos rock, sino que terminaríamos en la música clásica. O en el jazz, agregó. No le contesté nada, pero me pareció posible: mi papá me despertaba los domingos escuchando Bach o Mozart. O peor, Vivaldi. El futuro me pareció aburridísimo. Entonces decidí que yo de viejo iba a escuchar jazz. Y pronto me empecé a preparar. Seguí a Julio, otro amigo, y me metí en Coltrane y Ornette Coleman y me sentí cómodo. Pero algo pasó que me sacó del jazz. Me aburrió. Hace 17 años me aburrió y, en general, no ha vuelto a interesarme.

Hace años no veo al Coke. Sé que sigue tocando guitarra por las fotos que sube a facebook. No sé si escucha a Silvio. No sé si le interesa la música clásica o el jazz. Es un poco mayor que yo, pero está lejos de ser viejo. Es un adulto, padre de dos hijos, creo. Igual que yo. No sé por qué, pero no es raro que me pregunte qué terminaré escuchando. Es una interrogante idiota porque, muy en el fondo, supone que seré otro. Otro que, de pronto, cambiará de gustos. Y una de las pocas cosas que he aprendido a mis 37 años es que no hay más opción que ser uno y siempre el mismo. Es una conclusión tan estúpida como la pregunta, pero a los 17 años, cuando el Coke formuló la predicción, era del todo posible imaginar que cuando adultos seríamos otros. Otros que obviamente jamás escucharían rock o algo parecido. Esos viejos rockeros no existían en nuestro imaginario. Sólo padres de vida calma que escuchaban a Mozart o Bach, o peor, a Vivaldi, que no les interesaban sus viejos vinilos de los Beatles, oían ya con absoluta indiferencia “Todos juntos” de Los Jaivas, entendían como pura nostalgia “Rock Around de Clock” y, sólo a veces, muy alejadamente, siempre con amigos, escuchaban Inti Illimani o Víctor Jara. Ese era mi papá, por cierto.

 

Soundtrack