Witrapaiñ (A partir de Mapocho de Nona Fernández. Por Vicente Larenas Añasco)

 

Witrapaiñ*

Por Vicente Larenas Añasco

 

El Mapocho es un patrimonio que no enorgullece a nadie. Es testigo de las vicisitudes de La Vega, el Mercado Central, los guarenes corriendo por las barandas en Cal y Canto.Es la hilera de agua con caca que atraviesa la capital y alberga a muchachos adictos a la solución, cogoteros, borrachos, festín de los misioneros de viernes en la noche, que bajan con cabros pijes a darles un aliado y un café a los mendigos, que después se revuelcan con el olor de las niñas bien, y se mandan sendas pajas con olor a parafina. La primera edición de Mapocho data del año 2002, y explota por estos días como una premonición de nuestro escenario santiaguino actual. Evoca tiempos pasados en las mismas locaciones. Mi padre vivía en la ribera del río. En una toma que se llamaba Arenera. Con el paso del tiempo esa población fue erradicada y se fueron a vivir a Recoleta, a la población Quinta Bella, al norte del Mapocho. Él se crió con la virgen dándole la espalda a su gente, imagen recurrente en la narración de Nona Fernández a lo largo de esta novela. Sus protagonistas los reconozco por historias que he escuchado. Peleas a tajo entre pasajes chicos. Los postes meados son parte del paisaje dominical.

El río rememora episodios nefastos, hitos históricos, glorias pasadas. Hay obsesión con su presencia y los misterios que guarda. El Mapocho, en otros tiempos, fue testigo de masacres cobardes en manos de los milicos. Por estos días ha recibido muchachos que saltan para arrancar de la represión policial enajenada. En su ribera se mimetizan con los murales de los mártires mapuche en sus paredones. ¿Es el ciclo de la historia que busca el cauce en la misma dirección? Instala el ojo sobre una familia que funda sus bases en las mentiras, y exacerba los instintos animalescos con una relación incestuosa, que se lee como un deambular sin salida clara para sus protagonistas. Ese mismo movimiento a ciegas, permite mirar el entorno, las realidades de los vecinos que pareciera que jamás conocerán algo más que su radio inmediato en donde desarrollan sus cotidianidades. El Mapocho es el límite natural que separaba las casonas aristócratas de la pecaminosa vida de La Chimba. Hoy las separaciones tienen otros carices. La ciudad ha crecido y lo vemos en otras aristas y latitudes.

Nona Fernández vierte a través de este relato mántrico, en donde todo parece reiterarse, su mirada a una ciudad agobiante. Eleva a prosa sus rencores y destapa un imaginario generoso de padres e hijos ausentes que vagan en sus propias búsquedas. Tiembla en ella una voz crítica y brillante para cruzar la historia de nuestro país en un paraje que conoció y que sigue visitando. (La he visto en las calles.) Pareciera que el avance del río hacia el mar es una poesía conocida y cansina, en donde sus protagonistas se embarcan de manera ciega, entregados a las inclemencias del tiempo y el espacio que les fue concedido sin quererlo, vivido por inercia y desconocimiento. Este es el mismo río que arrastra siglos de historias y que busca fundirse una vez más con las aguas mayores. Y aunque parezca que bailan en otros compases y que sus recovecos abisales aún no han sido explorados para poder levantar nuevas formas y revertir los gargajos pegajosos de la miseria, hoy lo cruza una gran diferencia. Los huachos paria que fueron marginados vuelven a no tener miedo. Entre el río indolente y la calle aplaudiéndolos, son los protagonistas del fuego de las calles y están al asalto, aunque con ellos se vuelva a teñir el pavimento.

*Witrapaiñ (estamos de pie, en mapuzungun)

Nona Fernández: Mapocho
Alquimia Ediciones, 2019
232 páginas
$13.000