Y tú de qué te ríes. Dramáticas aventuras

Anécdota número 1:

Cuando estaba en el instituto mis compañeros de mesa y yo –hablo de los compañeros inmediatos, de los adyacentes, de los compañeros que no se olvidan y de los que uno recuerda el apellido para siempre, quizás porque su nombre en las listas era el anticipo de alguna catástrofe– empezamos una serie de dibujos. Cuando digo que empezamos una serie de dibujos puede dar la impresión de que empezamos algún tipo de proyecto, algo que tuviese, siquiera de lejos, alguna aspiración, pero nada más lejos. Ninguno de los que hacíamos aquellos dibujos sabía dibujar. Ninguno aprendió después. No había tema concreto, pero sí una unidad. No eran los típicos dibujos que los estudiantes se pasan entra clase y clase, o, quizás sí, pero todos estaban recubiertos por una sensación de unidad, de pertenecer a una misma cosa. Para empezar -esto es importante- tenían un nombre común. Había algo parecido a un estilo. Había un “equipo de trabajo”. Si alguien que no perteneciese al equipo original intentaba hacer algo, digamos en una línea parecida a lo que nosotros ya estábamos haciendo, era rechazado contundentemente, quizás un poco por chovinismo, pero también porque, en realidad, nada estaba exactamente en la línea de lo que hacía aquel grupo cerrado.Era nuestro humor y aquellos dibujos eran un chiste compartido.

Insisto, para que no se entienda mal. No se trataba de un grupo de estudiantes haciendo dibujos, o quizás, sí, pero también era algo distinto de eso. No mejor ni peor –si fuese algo, seguramente sería algo peor–, pero sí lo suficientemente diferente como para que intuyésemos alguna unidad interna. No había nada parecido a una técnica, mucho menos algo parecido a un programa. Por poner un  ejemplo del absurdo en el que nos movíamos, uno de los integrantes del equipo insistía en dibujar, casi como único tema, una y otra vez el estadio de la S. D Compostela, por entonces en primera división, rodeado de borrones y rayaduras que etiquetaba con el título “terreno edificable”. Nosotros identificábamos aquello como parte de nuestra obra común.

De allí no salió nada bueno, ni siquiera practicable. Sólo horas y horas perdidas y la certeza de que el absurdo es una espiral, que es carismático, que es contagioso y que, caray, es divertido.

Anécdota número 2:

Una vez vi una entrevista a uno de los miembros de los Monty Python en la que aseguraba que gran parte de sus números estaban llenos de chistes privados. Que, a veces, metían tantos que estaban convencidos de que nadie más lo encontraría divertido. Ni siquiera recuerdo exactamente de cuál de los Python se trataba. Recuerdo que, aunque probablemente fuese mentira, se mostraba absolutamente sorprendido de que la gente entendiese algunos de sus gags, porque éstos estaban tan atiborrados de referencias internas al grupo que, según él, la mayoría de las veces ni siquiera él mismo podía recordar dónde estaba la gracia. Sin embargo, añadía: “Pero, era divertido, ¿sabes? De alguna manera era divertido”.

DramáticasAventuras llega a su segundo número. A diferencia del primero, que parecía destinado a ser una empresa aislada, este segundo número sí tiene vocación de continuidad. La historia principal, fotonovelada, es sólo un capítulo de lo que promete ser una saga más amplia. Esto es importante porque ahora podemos confiar en la aparición de sucesivas entregas. Por lo demás, no importa absolutamente nada, es decir, que no tiene ninguna relevancia de cara al disfrute de la publicación. Dramáticas aventuras podría continuar mañana con una aventura sin ninguna relación y esto no afectaría en absoluto al disfrute de su propuesta.

Nada más salir el segundo número de Dramáticas Aventuras lo recomendé a un amigo, que, por cierto, es uno de los dibujantes originales de aquel equipo de instituto. Mis argumentos para la recomendación debieron de ser convincentes, porque se hizo con un ejemplar de inmediato. Le dije que acababa de salir un número de un fanzine en el que uno de los protagonistas era un mono con traje. Que el mono, además de mono, era comisario y que hablaba por un teléfono plátano. No hizo falta más.

Si mi amigo hubiese dudado, yo habría añadido que el comisario mono ayuda en su investigación a un luchador profesional mexicano llamado “El Ligre”, porque es medio león y medio tigre. Que ambos investigan un complot internacional de desaparición de tinte. Que se incluyen cartas de Hitler y el consultorio sentimental de un mad doctor. Todos son argumentos de peso, pero ninguno fue necesario. El primero fue suficiente y, pienso ahora, cualquier otro habría sido inútil.

Es un tópico del humor inglés decir que, o se ama o se odia. En realidad todo el humor es así. Sucede con el sentido del humor algo parecido a lo que, según Descartes, sucede con el buen juicio: todo el mundo cree tener suficiente. Conozco a muy pocas personas, quizás ninguna, que reconozca que no tiene sentido del humor. Si acusas a alguien de no tener sentido del humor, la respuesta será evidente e irrefutable, dirá que sí tiene sentido del humor, pero sólo se ríe de cosas divertidas. Probablemente sea verdad que todos tenemos sentido del humor y que encontramos que los otros lo tienen en cuanto que sintonicen o no con el nuestro. Por eso el humor no se puede explicar. Por eso un chiste, si se explica, deja de ser divertido. Por eso, cuando hablé a mi amigo de la aparición de este segundo volumen de Dramáticas aventuras tenía que bastar el primer argumento o no habría servido ninguno. El humor es una corriente secreta. Quienes comparten un mismo sentido del humor se identifican entre sí, forman una comunidad que se reconoce.

Ahora podría parecer que pretendo establecer un paralelismo muy acusado entre lo que hacíamos aquellos compañeros de mesa y estas Dramáticas aventuras. Desde luego, hay diferencias importantes entre la capacidad de producción de un grupo de adolescentes y el trabajo detrás de las Dramáticas aventuras. Sus creadores son eruditos de la cultura popular, caballeros de lo pulp que han minado este segundo número de referencias a una cultura y un humor mucho más difundido en España de lo que podría parecer, una forma de humor que conecta en muchos sentidos con la forma de humor que han popularizado el grupo de Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla y compañía. Un humor que, gustará o no, pero que no puedo explicar mucho más allá del argumento que le di a mi amigo. Aparece un mono con traje.

¡Qué diantres!