Un país con memoria de adobe. Entrevista a Lucas Costa en torno a su nuevo libro

 

Playa-tapa-front¿Qué supone Playa de escombros dentro de tu proyecto literario?

Sospecho mucho de la palabra proyecto. De hecho, en cierto sentido, este libro trata de remar en contra. No creo que sea sano pensar la escritura como si fuera un caballito de carrera. Creo, como la Thénon, que la poesía sigue siendo una venturosa excursión por lo ignorado. Eso sí, este libro supone para mí cerrar un estadio de aprendizaje. Nada tan distinto que no esté presente en otros libros que intentan extremar la búsqueda por un lenguaje decantado. En ese sentido, para mí sería una confirmación, de que hay que seguir buscando.

 

Comenzaste este trabajo en 2010, ¿qué intuición te hizo persistir tanto tiempo en este libro?, ¿qué hay aquí que urge ser compartido con la sociedad?

Me demoré porque trabajo desde la inseguridad de componer ensayando, además soy lento para machacar las ideas (hasta que brotan). Como te dije, querer destruir la noción de proyecto demora y más intentado ser sensato con el proceso del poema. Este libro me hizo notar que, cuando uno intenta ir hacia algún lado con la escritura (como en la vida), el camino siempre sufre cambios. También creo importante el gesto de bogar por el poema como un sistema abierto, como un lugar poroso, que se deja habitar por otro (en un mundo hasta las masas de individualismo). Creo importante compartirlo porque se vuelve necesario pensar y repensar en las catástrofes. Más en un país con memoria de adobe. Eso sumado a experiencias personales que emergieron mientras lo escribía; acontecimientos que me sobrepasaron, donde experimenté el amor de múltiples formas y una presencia de Dios. Cosas que me dejaron en el silencio absoluto y que intenté escribir para darles sentido.

Hay cierta multiplicidad de registro, poemas largos, poemas con destinatario, prosas, textos más recogidos y sugerentes, otros con fuerte presencia del autor. ¿Cuál es la razón de ser de esa propuesta?

Eso está relacionado con la noción del escombro: algo de naturaleza irregular. También pensé que esa diversidad puede ser vista como los movimientos telúricos o esas ondas del sismógrafo: ninguna es igual a la otra. Pienso en la escritura como una búsqueda y como un proceso abierto. Por eso intenté intuitivamente que la forma no se preestableciera, que brotara acorde a lo que intentaba decir el poema. Un poco lo mismo que te decía antes: ir contra toda noción de linealidad, de poemas predecibles como caballos de carrera. También lo hice para que entre los mismos textos exista un roce, un desfase (como de capas tectónicas). Tal vez no diga nada nuevo: son imágenes que están presentes en el libro.

¿Prefieres la ciudad o la provincia?

Lo políticamente correcto sería decirte la provincia pero habito la ciudad y muchas veces pienso desde ella. Eso sí creo que la frontera entre ambas puede ser más prolífica como lugar de reflexión. Puede sonar medio amarillento pero en la praxis creo no estar ni aquí ni allá. Quien lea el libro podrá ver que se prefiere, territorialmente, lo nebuloso.

 

¿Qué significa la solidaridad?

Creo que puede estar emparentado con prestar ropa con todo, a destajo. Prestarle oreja al prójimo. Algo, como todos los dones, muy difícil de ejercer si uno se conoce y cacha que muchas veces se comporta como un egoísta. Cuesta salir de uno, en serio.

 
 

ADELANTO DEL LIBRO

 
 

SOLE ¿TE ACUERDAS DÓNDE NOS TOCÓ?
Cómo voy a hablar de esto si estábamos arriba
de ese camión de luces altas cruzando una loma
cerca de Chañaral y pasó en el sur.
Nos dijeron que habían sentido un derrumbe
piedrecillas en la ladera. Nada grave.
Veníamos derrotados de estar toda la tarde
con el sol dale que brilla sobre el asfalto
pidiendo recogida afuera de Antofa
y de tanto dar pena nos llevaron.
Despertamos roncando en el camarote
mientras amanecía. «Chicos llamen a sus casas.
La radio se cortó y parece que hoy no llegamos».
Cómo describirlo, si varamos en Pichidangui
donde vimos todo por pantallas. El mar
estaba igual. La isla donde mismo.

 
 

MIRAMOS LAS CASAS DEMOLIDAS AL CRUZAR LAS DUNAS
conchas de locos y machas vacías
donde el protocolo del poblador
es masticar la noche
el sueño amarrado a las hojas
de un eucalipto hundido
en las napas subterráneas ya sin agua.
Prolongamos la estadía en un gesto:
el arqueo de las cejas o la fiesta
que empieza en la caleta
destellos como escamas que paciente
la mujer quita del róbalo
–perlas del estercolero o aros diminutos
en las orejas de una recién nacida–.
Ojalá esa hija llegue a conocer el cariño
con que se arponea una vieja
las lenguas del erizo
al derretirse entre los dientes.

 

 

EL PESO DEL ANCLA EN LAS ALAS que se baten en el baño de crudo, manchas de
moretones los tonos sepia en un menjunje que es aceite tras aceite y agua o asfalto
derretido por el sol. Como la sangre a raudales en la caza de ballenas, kilómetros
de plaquetas en las plumas solapadas y la pupila marrón hace de hectáreas cuando
alguien contempla la escena pensando en su hijo. Para conmover, un pelícano
necesita sólo estar exhausto. Pero es un ave, no un hombre.

 

 

PON TUS CONDOLENCIAS AQUÍ, EN UNA FRASE
de deshechos útiles donde sortear una senda
cualquiera que te seduzca hasta hacerte cortar
con esta ruta impuesta. No es lo mismo nadar
en el agua que en el barro. Sobre las hojas cae
un líquido y diluye las intenciones del roce.
Los patios se mimetizan en su propio movimiento
una sala de espera que se llueve.
Hibernan las estampas del ginkgo en tus recuerdos
un fósil portador de sencillez
y el chiflón hace suspender las hojas.
Estos niños juegan a que nieva.
En esa edad dudosa no había explanadas
ni socorros. Por eso: ábrete apacible como un padre
consolado por sus hijos.

 

 

playa de escombros