Teatro de los infectados, poética de la enfermedad, narrativa de guerra, de Fernando Villalobos. Por Gabriel Zanetti

 


Texto leído en Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). 24 de noviembre, 2011.

 

Por Gabriel Zanetti.

 

Voy a remitirme específicamente a una de las obras de este libro, a Las uñas del murciélago o El animal duerme su siesta, pero creo que, más todavía conociendo al autor, al hablar sólo de una de sus obras, paso a hablar de todo el proyecto, por que acá estamos frente a un proyecto de obra, del dramaturgo chileno Fernando Villalobos.

La obra se inicia con un dato que todos conocemos y que determina el desarrollo de las literaturas y marca el inicio de la posguerra, que desde mi punto de vista, no ha terminado. Quizás posguerra, guerra fría y posmodernismo pertenecen a la misma cosa, al desarrollo de ciertas atrocidades enfocadas desde diferentes puntos de vista, pero, es más que sabido, que las atrocidades cometidas por los poderosos son las mismas.

El autor está tan involucrado en su obra, que vida y obra parecen una sola. Para abrir, como decía antes, define genocidio, sitúa y compara la guerra nazi con la nuestra –guardando las proporciones- y declara: “Aun así esa boca no se callará jamás pues su destino es otro. Hoy a los cuarenta años se da cuenta de que es necesario trabajar con la antropología histórica de una nación…” Dato híper relevante, tomando en cuenta, con lo que nos encontraremos más adelante.

Todos conocemos la sentencia de Adorno, esa en la que dice que la poesía terminó en Auschwitz. Un amigo mío, el crítico español Miguel Carreira, dice que asegurar que la poesía murió en Auschwitz, es como viajar en zepelín en pleno siglo XXI. Tomando de base lo anteriormente expuesto, que las atrocidades realizadas por el fascismo desde las dos grandes guerras a nuestros días son las mismas, pero desde diferentes puntos de vista, desde lo más evidente a lo más abstracto, creadores como Fernando Villalobos sólo pueden funcionar como una esponja respecto de la historia, del aquí y ahora –Tengo una spiniak en mi corazón es un ejemplo- incluso frente a lo más abstracto y solapado. Las dos grandes guerras son literales, en la guerra fría no se dispara, se amenaza, y ahora, la atrocidad literal, cometida contra, en y desde el tercer mundo, como una enfermedad social es solapada y mimetizada por los medios de comunicación, y para Villalobos parece ser un deber del artista mostrar lo que otros no muestran.

En Las uñas del murciélago o El animal duerme su siesta todo funciona –me refiero a la propuesta estética- con un propósito. Desde los nombres de los personajes, que no pueden ser más evidentes, no por querer ser evidentes, sino que para trabajarlos como topónimos, como significantes, hasta el lugar de los hechos de la obra.

Una consulta dental donde el odontólogo es Augusto Pi donde de donde “sale un penetrante olor, característico al que ocupan los odontólogos para sellar los molares que están careados”. Las caries como el cáncer marxista, el dentista como el salvador, el extirpador. Dice la secretaria, Mónica Ma, al paciente Señor Contreras: “si los pacientes no se preocupan de mantener sus incisivos caninos en buen estado al doctor no le queda más remedio que extraer las piezas de cuajo”.  Otra cita importante, respecto a las caries, al  cáncer que no merece demasiadas explicaciones: “Manuel, he revisado tu ficha clínica y he podido comprobar que me he equivocado, he instalado prótesis donde hay dientes careados, he trabajado para hacer puentes cuando en realidad lo único que estaba consiguiendo era provocar más focos infecciosos y por ende ayudar al paso de los gérmenes de una base molar a otra base molar. Peridoncia, ortodoncia y endodoncia. Peridoncia, ortodoncia y endodoncia. Has hablado mucho Manuel, la infección te está gangrenando entero, vamos a tener que hacer extracción total”.

Aparece una madre y un hijo, llamados Señora Evelyn Mat y Manuel Contreras. Evelyn es la personaje, a mí parecer, más importante de esta dramaturgia, una mujer arrepentida, que cree en el Dios redentor y en el conservadurismo. Dice: “Le sonreiré a todos por que no tengo memoria, no sé nada, no vi nada y no hice nada. No pelo a nadie, tengo relaciones sexuales una vez al año y rezo mucho para no irme al infierno”.

Pero siempre vuelve a arrepentirse y ese arrepentimiento es expresado tan notablemente –la sensación de arrepentimiento, por eso digo expresado y no escrito- que la angustia puede apoderarse fácilmente del lector. Una noticia curiosa y que pone los pelos de punta salió hoy en el diario, respecto al homenaje a Krassnoff. Cito dos cuñas. “No veo cuál es el objeto de hacer esto. Ellos podían haberse juntado, pero para qué tenían que invitar al Presidente, para qué tenían que hacerlo en el Club Providencia (…) Yo creo que fue una provocación”. “Entonces yo no puedo entender que alguien esté rindiendo homenaje a una persona que está condenada a ciento y tantos años de cárcel por matar a gente. No lo puedo entender. De verdad no sé en qué estamos, no sé para qué, treinta años después qué sacan”.

Estos personajes no están muertos y pasará mucho tiempo, aunque no lo queramos, aunque yo no lo quiera, para que mueran. La sesión del doctor Pi terminará cuando su fantasma lo decida. Las cuñas de Krassnoff comprueban la contemporaneidad del proyecto de obra de Villalobos, poblado de fantasmas, cubierto de neblina. Un claro en el bosque que enfoca a los que no se ven, a los locos, a las putas, a los transexuales, travestidos, a los asesinos, a todos los enfermos o infectados o supervivientes de una guerra. Teatro de los infectados, desde los incontables puntos de vista como focos de una infección que se propaga y debe propagarse, una poética trabajada bajo la enfermedad y una narrativa que quiere dar cuenta, y lo logra, de nuestra antropología histórica. En pocas palabras: de la guerra.