Simón Soto: Matadero Franklin. Entrevista de Joaquín Escobar

Simón Soto escogió un tema interesante –y nada explorado– para su nuevo libro. El Cabro Carrera y los barrios por los que deambulaba no habían sido trabajados en la literatura chilena. Se valora y se agradece la propuesta, pues cuando gran parte de los narradores actuales, sólo se miran su ombligo –en palabras de Tavarovski, son parte de la literatura café con leche–, hay que aplaudir al escritor que arriesga, que propone y abre brechas, pues se posiciona en otra vereda, distinta a la de un campo cultural que solo aplaude lo habitual.

Escrito mediante diversas historias, que con el correr de las páginas se irán hilando, Matadero Franklin funciona como un puzzle en el que nada está liberado al azar. Dividido en tres períodos distintos, los personajes se van, retornan y aparecen más viejos, con más dinero, con nuevas ambiciones, con un nuevo posicionamiento en las calles que los vieron crecer. Torcuato, que en 1930 mendiga las migajas de los jerarcas de la zona, en 1945 –después de un exitoso paso por Argentina–, vuelve con los bolsillos cargados de dinero y dispuesto a hacer nuevos negocios, es así como entra la cocaína al barrio, y con ello, una destrucción patrimonial basada en el compañerismo y el respeto por una cultura que en el Chile contemporáneo ha dejado de existir.

Simón Soto, con algo de policial, de criollismo, de Fargo o de cultura de pandillas elaboró una novela refrescante, entretenida y necesaria, que habla sobre barrios y costumbres que se encuentran alejadas de los actuales -y apocalípticos- procesos de homogenización. Aquí el autor responde estas y otras interrogantes de la novela.

¿Es cierto que perdiste el primer manuscrito de Matadero Franklin cuando la novela estaba casi lista? ¿Cómo viviste esa experiencia? Volver a recomenzar un texto que estaba terminado, asumimos que fue una situación compleja. 

Sí. Ocurrió en 2012, mientras regresaba de un conversatorio en la Universidad de Playa Ancha, donde estaban invitados escritores de mi edad. Regresé con la María Paz Rodríguez en un bus. Mi poca experiencia en materia de viajes, me llevó a confiar más de la cuenta. Dejé la mochila (con computador, libros, documentos y otras cosas) arriba, en esos espacios para el equipaje. Cuando íbamos a bajarnos en Estación Pajaritos, la mochila había desaparecido. Con ella, el computador y las ochenta y tantas páginas que había escrito de esa primera (o segunda, o tercera) aproximación a la novela. Fue terrible, porque también perdí el archivo donde llevaba los diarios de ese año (esto ocurrió en noviembre, más menos); nada, por supuesto, estaba respaldado. El proyecto de la novela sobre el Cabro Carrera fue abandonado y, entre otras cosas, destiné mis esfuerzos a escribir los cuentos de La pesadilla del mundo y a trabajar los apuntes y estructura de otra novela. Sin embargo, ese tiempo de abandono del mundo de Franklin fue positivo, principalmente porque mi conocimiento de todo aquello se hizo más profundo, y apareció el tema de la cueca. En resumen, creo que la pérdida de ese manuscrito fue una tragedia feliz. Haber persistido en esa versión, o peor aún, haber llegado a publicarla, habría sido nefasto.

Imaginamos que existió un proceso de recolección de datos, de entrevistar implicados, familiares, de conocer en profundidad el barrio. ¿Nos puedes contar cómo fue este proceso, previo a la escritura?

Parte con una noticia sobre Mario Chico, nieto del Cabro Carrera, por 2005 o 2006, no recuerdo con claridad. Esto me lleva a investigar al Cabro a través de una de las pocas biografías que existen sobre él: Los cien rostros de don Mario, del periodista Ignacio González Camus. Ahí se hablaba del nexo de Silva Leiva con el barrio Matadero Franklin y con todo el cuerpo social que habitaba ese lugar, específicamente los matarifes, hombres de gran fuerza y habilidad en el uso del cuchillo. Luego encuentro en la biblioteca nacional un pasquín editado en los años treinta, en el propio barrio, llamado El Matadero, y descubro la enorme identidad y orgullo que existía allí, y también la abundante oferta comercial, desde bares hasta sastrerías, pasando por chinganas y casas de niñas. Después aparecen los referentes literarios e historiográficos de rigor, que fueron importantísimos: las novelas La mala estrella de Perucho González, de Alberto Romero; Hijuna, de Carlos Sepúlveda Leyton; el libro histórico Por la güeya del Matadero, de Luis Castro, Karen Donoso, Araucaria Rojas. También leí mucho sobre cueca y la escuché (la sigo escuchando) obsesivamente. Hay 3 libros que fueron muy importantes: Chilena o cueca tradicional, de Fernando González Marabolí y Samuel Claro; La cueca, de Antonio Acevedo Hernández y La fiesta sin fin del roto chileno, de Pablo Padilla y Daniel Muñoz. Hay, por supuesto, mucho más, pero ese fue el centro del proceso investigativo.

 

En Matadero Franklin hay muchos códigos barriales (solidaridad entre pares, consciencia barrial, cultural popular), algo similar hallamos en las novelas de Manuel Rojas y de Gómez Morel, ¿cuánto influyeron ambos autores en esta obra? 

Por supuesto, pero también otros. Méndez Carrasco, Luis Cornejo, Alberto Romero, Sepúlveda Leyton, y tantos más.

 

Matadero Franklin tiene cosas criollas, policiales y seriales, me parece que, también hay, una potente influencia de la cultura audiovisual, ¿prefieres entender la novela como un texto híbrido o encasillarlo dentro de alguna vertiente literaria en particular?

No, la verdad no lo considero un texto híbrido. Para mí, el lenguaje es importantísimo y la construcción de la prosa es central; pienso que la escritura, en este libro, no está solo al servicio de exponer imágenes, sino también sensaciones, emociones y pensamientos de los personajes. Sin embargo, por supuesto que la novela se alimenta de referentes venidos de muchas partes, también de la televisión seriada moderna. Pero no la considero un texto híbrido, ni una serie o película narrada en prosa. ¿Dentro de cuál vertiente encasillarla? Honestamente, no lo sé.

 

¿Cuánto ayudó tu trabajo como guionista en la elaboración de la novela? El texto se sostiene, en varios pasajes, en largos diálogos. 

 Ayudó en el trabajo con la estructura, en el diseño de los personajes y también, pienso, en construir los diálogos de la manera más natural y menos artificial posible. Eso sí, los diálogos literarios tienen otra vocación, otro “adn”, distinto al que tienen en la narrativa audiovisual. Por muy naturalistas que sean, tienen que enmarcarse dentro de las elecciones estéticas y estilísticas del narrador. Esto en general no importa (o no es deseable) en la escritura de guiones audiovisuales.

 

Por lo general las novelas de escritores chilenos actuales refieren a temáticas de la dictadura o las consecuencias de esta, no obstante, en Matadero Franklin optas por ir hasta más atrás y retratar el Santiago (y en algunos pasajes la provincia) previa al Golpe de estado. ¿Por qué te interesaste por este mundo? ¿Qué viste de este periodo que te invitó a retratarlo? 

Creo que no tengo una respuesta demasiado clara ni demasiado sólida en términos de argumento para esta pregunta. Fue simplemente algo que comenzó como un chispazo, hace muchos años, con la noticia de la cual hablo en una pregunta anterior. El mundo de ese pasado fue ejerciendo un influjo fuerte en mí, y no me cuestioné demasiado las implicancias de escribir algo inspirado en el Cabro Carrera, ni de estar desatendiendo alguna temática moralmente imprescindible.

 

¿Crees que Matadero Franklin es una novela sociológica? Te lo pregunto porque se muestra el ingreso de la cocaína en los barrios, y las luchas de poder (narcos, mercenarios, pandillas), que ello trajo consigo.

No, la verdad es que no la considero como una novela con ningún adjetivo. Para mí es una novela a secas, donde importa, como en cualquier novela, la estructura, los personajes, cómo está escrita esa novela, la construcción narrativa, el lenguaje, etc. Ahora, sin duda que hay elementos de la idiosincracia y de la identidad social de ese periodo, o quizás de la construcción en términos de ficción de cómo me imaginé esa época. Y desde este punto de vista, tal vez se desprendan lecturas sociológicas del libro, pero no es algo buscado, y ni siquiera soy capaz de advertirlo ahora, con la pequeña distancia que existe cuando el libro ya está impreso y es real. Lo de la entrada de la coca a los bajos fondos es algo que me interesaba solo como algo al servicio de la historia total, no como un mensaje ni nada parecido.

 

Simón Soto: Matadero Franklin.
Planeta, 2018.
328 páginas.
$13.000