Rafael Gumucio: Nicanor Parra, rey y mendigo. Por Pablo Sheng

 

 

Rafael Gumucio: Nicanor Parra, rey y mendigo
Ediciones UDP, 2018
493 páginas
$17.000

Por Pablo Sheng

Hace unos días terminé de leer Nicanor Parra, rey y mendigo, de Rafael Gumucio. La lectura coincidió con fiestas patrias, el contexto diciéndome que el libro era la mejor manera de asistir a una fonda, escuchar a la Violeta, sustraerse del zapateo asfixiante e inmiscuirse en la biografía de quien murió a fines de enero, a los 103 años. Primero eso: la vida de un poeta que nació en San Fabián de Alico a principios del siglo XX, publicó sus obras clave a edad avanzada –no como Neruda que publica a los 19 Crepusculario‒, fue inspector del INBA, Premio Nacional y Cervantes, candidato eterno al Nobel, de relación ambivalente y extraña con la izquierda chilena. Quizá esa es una de las impresiones que tuve leyendo al Parra de Gumucio. Lo que divide las cosas. Como esa frase de Bolaño en Entre paréntesis separando las aguas de la poesía chilena: Neruda mira de la Plaza Italia para arriba, hacia Los Andes, mientras que Parra hacia el poniente, hacia abajo de la Plaza Italia.

Gumucio parte la biografía contando que el año 2002, cuando él tenía 32 y Nicanor 87, lo visitó en Las Cruces (o Las + + +) junto a la editora Isabel Buzeta y el escritor Germán Marín. La primera imagen de Parra es súbita: despeinado, pantalón de cotelé, desafiante y guiñándole un ojo, circense. Que no lo trate de usted, le dice Parra a Gumucio, sino de tú, reflexionando con ese gesto sobre la relación entre el patrón y el empleado. De ahí se pasa a describir una provocación de Marín que maravilla a Parra, un gol de media cancha, al igual que esa columna de Gumucio, la carta en que enfrentaba al monseñor Medina. En eso, Parra se manda unas frases que hablan, por qué no, de su poética: “Así son los poemas ahora. Chile, país de columnistas, dicen por ahí. Opinólogos, les dicen ahora también. Todos somos opinólogos. La poesía en verso, antigualla del siglo XX. Como el teléfono fijo”.

En la biografía destaca la mirada de Gumucio. Personal y aguda, sin duda, su propia versión, atravesada por los lugares que visita y marcaron la vida de Parra ‒San Fabián de Alico, Lautaro, Oxford, Estación Central, Conchalí, La Reina, Nueva York‒, también por personas que lo conocieron de cerca, como el poeta y editor Adán Méndez, el director de The Clinic Patricio Fernández, y la visita de Gumucio a los propios muertos de Parra: sus parejas y amores, Luis Oyarzún, Gonzalo Rojas, Neruda mismo, la Violeta, Jorge Millas. Ese tono que logra Gumucio, cómplice a veces, crítico en otros, se da en ciertos momentos, cuando Parra habla del suicidio de su hermana, confiesa que le dejó una carta donde es él el que mejor queda parado. Se la ofrece leer a Gumucio pero nunca alcanzan, siempre hay algo que traba. Quizá la leyó, ¿quién sabe? La Violeta a Nicanor le decía, a finales de los sesenta, que se suicidara, si era tan burgués y emperifollado. Terminó sucediendo lo contrario, él vivo hasta los 103. Y es que, delata Gumucio, no hay Nicanor sin Violeta ni Violeta sin Nicanor.

El libro muestra las aficiones de Parra. Como el gusto por leer cada mañana los diarios, escribir a partir de crónicas rojas, y es que el poema aparece en El líder de San Antonio, según Parra el mejor diario de Chile, o el gusto por relevar a Carlos Pezoa Véliz. Según Gumucio, Nicanor le dijo a Neruda, cuando la relación entre ellos estaba quebrada, que jamás estuvieron ni estarán al nivel del poeta Pezoa Véliz, que él ya había cachado el asunto hace rato. ¿Qué se dice después de estos versos de “Nada”: “Era un pobre diablo que siempre venía/ cerca de un pueblo donde yo vivía”. O mejor: ¿qué se dice después de leer el titular de El líder de San Antonio, hoy lunes 25 de septiembre, “ABUELITO ESTÁ AL BORDE DE LA MUERTE TRAS RECIBIR PATADA DE CABALLO”? Pero me pregunto, ¿qué se dice de Parra después del libro de Gumucio?