Pedro Montealegre: Buenas noches, buenos días - Retrocometa. Por Cristian Foerster Montecino

 

 

 

Pedro Montealegre: Buenas noches, buenos días
Libros del Pez Espiral, 2015

51 páginas
$5.000

 

Retrocometa
Garceta Ediciones, 2015

65 páginas
$5.000

 

Por Cristian Foerster Montecino

 

Una reseña doble, algunas impresiones de una lectura conjunta

No conocí a Pedro Montealegre y solo me enteré de su existencia tras su muerte. Asimismo, los únicos libros que he leído de él son dos, publicados póstumamente: Retrocometa y Buenas noches, buenos días. Ambos, a pesar de sus diferencias rítmicas, de intensidad y tema, me parecen hermanados por una misma pulsión escritural, la que halla belleza en las zonas más diversas: desde el anime, pasando por los MMORPG y MOBA, el Tarot, el paisaje natural, la comida, la literatura y un largo etcétera. Pareciera como si nada de la esfera sensible, ya sea real como virtual, le pasara por alto a esa escritura exuberante. Y sí, creo que es esa la palabra más adecuada para describirla: como un exuberante tejido -que recuerda en algún punto al exotismo de Darío- capaz de entrelazar en sus pliegues el exceso material del mundo contemporáneo, o por lo menos, recordar ese vértigo.

Además, ambos textos están articulados por el influjo del Tarot, por su lógica de progresión y semejanzas, cuyo número de símbolos aparentemente reducido puede contener y apelar al resto del mundo. Por ejemplo, tanto en la portada como en la contratapa de Buenas noches, buenos días nos topamos con dos arcanos mayores: el sol y la luna. El vaivén de ambas cartas marca los ritmos del libro, así como su materialidad; la pigmentación de sus hojas no es la acostumbrada -negro para las letras y blanco para el fondo-, ya que este orden es invertido tras cada página, emulando al ciclo del día y la noche. Por otro lado, la primera parte de Retrocometa se llama Tarot y el título de cada poema corresponde al nombre de uno de los arcanos mayores.         

Más allá de estas semejanzas, las dos obras difieren entre si, por lo que me referiré brevemente a las particularidades de cada una. Buenas noches, buenos días se conforma tanto como el saludo como la despedida de la figura del poeta, la cual, nos enseña Montealegre, se fuga constantemente de su rol. O mejor dicho, ese rol, mientras nos adentramos en su lectura, se transforma en un misterio, el cual puede involucrar a cualquier persona: “Buenos días, santos subrogantes, buenos días hijos de todos, buenos días animales escasos, buenos días poetas de palabras rabiosas, buenos días poetas transversales, que escriben mal o muy mal la pobre prosa humana.”. Por otra parte, la mayoría de los textos comienzan del mismo modo: <Buenos días…> los de las hojas blancas y <Buenas noches> los de las negras. La repetición programática de estas estructuras, desemboca en el extrañamiento, una suerte de surco en el emplazamiento cotidiano, donde comienzan a cobrar nuevos sentidos sus más variados componentes: “Buenos días poetas, que golpean con fuerza un bajo o un contrabajo, que juegan LoL o WoW, poetas con familias cálidas, en vez de gélidas, poetas que saben contar chistes, poetas que aman a poetas enfermos”. Así saludo y despedida, no son polos opuestos ya que -nos recuerda Montealegre- conforman un mismo espiral en el que están confabulados lo blanco y lo negro, el ying y el yang, la vida y la muerte.

Por otra parte Retrocometa nos enfrenta a los pormenores de una identidad virtual, a sus conflictos y disputas internas. De esta manera se nos advierte en la contratapa: “Pako Latorre, alter-ego de un poeta chileno, omite en estos poemas su nombre verdadero, real, o imaginario (Pedro Montealegre), por considerarlo esotéricamente polvoriento, definitivamente viejo y comprobado presagio de mala suerte.”. Asimismo, el título del libro corresponde al de un arma legendaria de World of Warcraft, el más famoso MMORPG. Estos dos datos, aclarados en la contratapa, aluden a un espacio virtual y a la posibilidad de volver a ensayar los remedos conflictivos de una identidad: “Soy Lukas Cohen, soy dado a la luna, a pisar los crustáceos que ella produce. Ellos me insultan; se aferran a mis talones con sus pinzas afiladas. Los perros me odian, me vengo de ellos, les pongo 3 cabezas”. Así, estas tensiones se ramifican por múltiples escenarios, cuyas resonancias -de potencial corte psicoanalítico- se desplazan hacía otros derroteros. En otras palabras, se trata del viaje por un mundo, el del lenguaje propio, a lo que asistimos como la arremetida de ese arma legendaria: “No hay poesía sin Mundo (…), no hay poesía sin lenguaje ni mucho menos mundo previo al lenguaje, ni filósofos previos al lenguaje, ni santos ni maestros ascendidos. El lenguaje son capas tectónicas, el azar de las células, de los protozoos celestes, la vegetación y la fotosíntesis.”

Al terminar la lectura de ambos libros, presiento de algún modo que ellos funcionan como las caras opuestas de una misma moneda de cambio: una verborrea que coquetea tanto con lo sagrado como lo profano, o mejor dicho, que comprende que esos dos extremos contienen un mismo coeficiente de espiritualidad, de goce secreto por el devenir de la vida y la muerte. Grito de salvación que solo podremos escuchar al leer sus libros y volver a recordarlo.