Pablo Sheng: charapo. Por Vicente Larenas

Pablo Sheng: Charapo
Editorial Cuneta, 2016
96 páginas
$8.900

Por Vicente Larenas.

El telón de fondo son casonas de aristocracias añejas, que con el paso de las décadas migraron a fundar nuevas historias en otras periferias. Un paseo por urbes entrampadas en otros tiempos, donde las fachadas son vestigios pasados, y que hoy tienen usos residenciales.En este punto empata con su protagonista, que es un peruano que busca oportunidad en calles que no le pertenecen y que se lo recuerdan a poco andar. Una familia en la lejanía, ausente, impulsan la inserción inicial, quizá el motivo de mayor fuerza para caminar las nuevas rutas en Santiago, presagiando la oleada migratoria que vino a completar las filas de los puestos que faltaban por ocupar, transformando la novela en un discurso político atingente.

Se instala arrendando una pieza en condiciones precarias y de hacinamiento, marcando el pulso de la agenda migratoria actual:  “Me tocaba ocupar la lavadora los domingos. Tenía que usar mi propio detergente, pero aún no lo compraba. Pedí prestado el tendedero a Luisa y lo puse en mi pieza. Daba un poco de sol. No importaba si la ropa se humedecía. El gato caminó por el pasaje hasta que lo perdí de vista.” La miseria queda en evidencia con episodios puntuales que reverdecen la narración, pero también con otros pasajes que detallan en demasía asuntos que solo nos contextualizan desde la contemplación minuciosa del entorno, cuando el mayor afluyente de sangre de la obra está puesto en las relaciones humanas. La atemporalidad y los saltos de un espacio a otro refrescan la particularidad del relato, pues pareciera que develan paseos e historia personal del autor con esos lugares. Da la sensación que hay conocimiento de causa, fetichismo y romance por esos territorios.

En los episodios que siguen, hay siempre una carta de bonanza. Una historia de amor que borronea a la familia que quedó atrás y encuentros con personas que le hacen el pasar más grato. La suerte del aventurero resiliente y la certeza de que no hay mucho que perder. También cruza con otros migrantes orientales de monta mafiosa y sicopática, que lo explotan en callejas del barrio Patronato, que es otro paraje de comercio diurno, y peripecias nocturnas de calibres más densos. Da la sensación de que está cojeando detrás de sus pasos la muerte, lo que parece importarle poco. Esto mismo le allana el camino agreste en una ciudad que escuchó amable, que abría certezas al forastero y donde los réditos se multiplicarían al cruzar la frontera. El uso del día y la noche es recurso primordial, que nos sitúa en densidades acordes a cada momento del día. Las texturas y las descripciones de las cualidades lumínicas, elevan el imaginario a pasajes cinematográficos. Es una nueva mirada al barrio que apareciera en otra época en Mano Bendita de Enrique Lafourcade.

Sheng devela una ciudad solitaria e instala ficciones que se repiten una y otra vez en esos lugares, como si el sino de sus habitantes fuese una posta en que hay que seguir perpetuando las mismas historias, y que pesa sobre los hombros de los que habitan estos espacios. Pinta desde su acera nuevas tonalidades que marcan el palpitar del entorno, que contrarios a extinguirse, crecen en diversidad cultural, resarciendo la lejanía obligada con episodios más coloridos y alegres, no sólo tragedias sórdidas, que, si bien están allí, no son el único foco para apuntar la lupa.