Notas de lectura. Del otro lado del espejo de Eduardo Molina (Overol, 2016)
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Supe del Chico Molina por Emiliano Valenzuela, fanático de la generación del 38, lector de Héctor Barreto, Miguel Serrano y Omar Cáceres, entre otros. Yo no estoy ni cerca de ser un “molinista” o experto en la generación del 38. Antes de leer este libro solo recordaba su nombre –que asociaba siempre a las fotos de las patotas de la Unión Chica– y esa historia –probablemente malrecordada o reinventada por mi cerebro– de aquellos anticipos de su novela titulada El gran taimado que mostraba a sus amigos y resultó ser una traducción de alguno de los libros de Hesse.
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¿Qué es lo primero que recuerdo ahora cuando en mi mente resuena el poeta Molina?
Este verso: “Una muchacha fresca como un huevo del día” del poema Las elucubraciones de la mente. Considero la imagen y la asociación certerísimas. Curiosamente esto coincide con el mismo Molina: lo encontraba un acierto de su parte.
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Al mencionar este poema es inevitable intentar desarrollar la idea del espejo (hay dos versiones de éste). El título del libro algo nos anticipa. Felizmente no es algo concreto, de hecho es difícil de asir. El efecto despega ya tras la lectura de los 3 primeros poemas. A modo ejemplar:
Apoyado en una pirca de piedras
Apoyado en una pirca de piedras
Un niño pálido mira Orión las Tres Marías
Los ojos hundidos en las estrellas
Sostiene en su mano una manzana roja
En la noche invernal
En la noche invernal
Apoyado contra una pirca de piedras
Un niño contempla el cielo estrellado
Absorto tiene los ojos hundidos
En las lejanas estrellas
Un pálido vaso de leche en la mano
En la noche invernal
En la noche invernal
Apoyado contra una pirca de piedras
Un niño contempla La Vía Láctea
Absorto tiene los ojos hundidos en las estrellas
Un tibio vaso de leche en la mano.
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José Miguel Ruiz, editor de este libro, amigo de Molina, señala en el prólogo que la manera de corregir del autor era escribir los poemas nuevamente, casi sin tomar en cuenta el anterior. De este método surgen los espejos. Molina conocía el hecho poético, la epifanía. Para mí, aquello, es sustantivo. Por lo general los actos y gestos sustituyen los discursos. O bien son discursos en sí mismos, tal vez más abstractos, verdaderos, incuestionables. ¿Qué podría significar este acto? (es la gracia del acto por sobre el discurso: el acto pertenece al mundo del podría significar, mientras que el discurso habita en el significa tal cosa, sin muchas dudas) probablemente la firme idea, la conciencia de que la experiencia humana frente a la naturaleza (o la realidad) es insuperable. O al menos, incomunicable. Muchas versiones de una misma cosa palearían un poco esta situación. Y tal vez conforman esta poética.
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Versos sueltos ejemplares
El lento y grave canto de la Tierra
*
Un niño pálido mira Orión Las tres Marías
*
A todos la tierra lleva por igual
*
Como el dulce pan de los pobres cae la nieve para todos
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Dos poemas breves ejemplares
Es casi la calma
Es casi la calma
El viento debe cantar más allá de las nubes
Es el momento en que las manzanas
Caen sin saber por qué
Poema
Una chinita
Cruza mi página en blanco
Mi soledad es
Mi soledad es
Como esta mano blanca llena de sol
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Ahora ¿qué significa no publicar? Después de leerle los poemas “Los amantes eternos” y “Amor eterno” a mi mujer me dijo “me carga eso de que le publiquen obra póstuma a los escritores”, sugiriendo alguna especie de egotismo de parte del escritor al no publicar. Pensé si Molina simplemente se quiso hacer el interesante con su calidad de inédito. Al releer el libro me di cuenta de que aquello es poco probable. En su carácter más bien noto falta de ansiedad. Molina prefirió escribir, que es para él una manera de vivir. La carrera literaria no tiene importancia.
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El hecho de que muchos de los poemas que aquí aparecen hayan sido presenciados por Molina me provoca simpatía. Casi adherencia. José Miguel Ruiz asegura en el prólogo que Molina efectivamente vio al niño mirando las estrellas, fue a Lo Valledor –referido al poema “Los Toros”-, y presenció a la obrera muerta del poema “La muerte”. Tal vez haya, a grandes rasgos, dos tipos de escritores, el primero es el de escritorio -enfocado en la evolución de la literatura, en la estética y en formalismos varios. Borges es un ejemplo, de hecho el maestro decía haber vivido muy poco– y el segundo es el vitalista que tal vez solo se dedica a intentar comunicar la experiencia. Hay puntos intermedios. Lihn, por ejemplo, era un tremendo intelectual y a un mismo tiempo un callejero. Para él era necesario que pudieran convivir Bataille, Freud y Barthes con la basura acumulada en una playa, el Paseo Ahumada, la mina que le gusta, etc.
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Cerraré estas breves notas de lectura con el mismo Molina. “Hace unos días, hice un retrato de Luis Oyarzún bastante curioso. Me voy soltando de a poco. Cuesta. Elimino todo lo literario, lo impostado. Ir directamente al grano. Lograr en lo escrito una prolongación del gesto. (…) Si resulta esta sería realmente mi obra, que es mi vida. Tengo que aparecer enterito. He sido testigo de muchas cosas y vista ya con una cierta perspectiva es una vida interesante, donde ocurrieron muchas cosas que van tomando perspectiva y profundidad. De eso se trata.”
Santiago, 19 de mayo de 2017.