Nota sobre la poesía de Silvina Ocampo. Por Matías Rivas.

NOTA SOBRE LA POESÍA DE SILVINA OCAMPO

MATÍAS RIVAS
Conocí la obra poética de Silvina Ocampo a través de la revista Sur. Un día de calor sofocante, durante el verano, encontré en una librería de viejos de la calle Santa Isabel un volumen empastado que contenía varios números, de los años cincuenta, de la mítica revista. En uno de ellos venía un poema de Silvina Ocampo que para mí, luego de repasar algunos de sus libros, continúa siendo mi predilecto. Se trata de “El Oblicuo Espejo”, en el que se leen estos misteriosos y al mismo tiempo confesionales versos:
“Escondida detrás de mis facciones,

ordenaba secretos a mi cara,

estudiando las torpes convenciones

que me ofrecían a tu sombra rara:

me querías distinta y no como era,

o vegetal como la enredadera.

Distinta, ay, no lo fui jamás bastante

pues quien puede olvidar ya reprimida

la individualidad que es el brillante

que ralla el vidrio helado de la vida,

que repite arbitraría cada día

la progresiva y misma melodía.”
En estos versos se concentra parte importante de la singularidad poética de Silvina Ocampo: pulcritud y cuidado por el idioma, que se hacen patentes en la economía de medios y en la falta de florituras y de énfasis, así como en su manejo de la métrica. Hay en ellos, también, un halo evanescente y melancólico, una prescindencia de las circunstancias, un afán por lo particular.

Alejandra Pizarnik −quien la conoció intensamente− escribió con envidiable inteligencia sobre su obra. Entre las cosas que anotó, me parece especialmente lúcida la siguiente apreciación sobre la extrañeza que producen los poemas de Silvina Ocampo. Anoto: “La reserva delicada y el don de la alusión son rasgos de una escritura simple y estricta que no logra disimular su perfección. Aquí esta todo más claro y, a la vez, todo más peligroso”.