Noche Mapuche: un espectáculo incendiario por Natacha Oyarzún

 

 

 

Gam. Edificio A, primer piso, sala A2.

Del 30 de Septiembre al 28 de Octubre.

Miércoles a sábado 20:30hrs.

$8000 Entrada general, $4000 Estudiantes y tercera edad.

 

Noche Mapuche –escrita y dirigida por el novelista, guionista y teatrista Marcelo Leonart– no es sino la relectura de una tradición. El guiño a Los Invasores (Egon Wolff, 1963, estrenado ese mismo año bajo la dirección de Víctor Jara) no es solo en términos argumentales, sino también en cuanto a estrategias narrativas, las cuales Leonart extrema hasta lo delirante. Ambas obras se inician con un notorio asidero en la realidad, la que siempre se presenta frágil, corruptible. Y es que el plano onírico con el que se van fundiendo, poco a poco, termina por tomarse el protagonismo, operando como un gran espacio de indeterminación donde todo es posible, así como en los sueños: “Ahora, las palabras son inútiles, porque sabemos todas las respuestas y todas las justificaciones. Pero hable…, hace miles de años que oímos el sonido de esas palabras. Nunca dejan de ejercer una extraña fascinación en nuestros oídos. Hable usted, hasta que se canse. Yo estaré aquí, oyendo”, dice el China a Meyer, en la obra de Wolff. Si en este clásico del teatro chileno era un grupo de vagabundos los que invadían el hogar de un matrimonio adinerado como alegoría de un despertar social, en la obra de “La Pieza Oscura” son, en primer lugar, los mapuche. Si bien, la mayor carga ideológica apunta hacia el conflicto histórico de dicho pueblo (el abuso indiscriminado y, lo que es peor, el olvido total por parte del Estado chileno), el montaje también devela una serie de injusticias en distintas épocas de la humanidad, por ejemplo, los pueblos Dakota y los afroamericanos, como si todas fueran herencia de un mismo germen. En ellas hubo alguien que habló hasta el cansancio, mientras otros escucharon artificios, de memoria. La obra también se configura a partir de este tipo de datos periodísticos, lo cual, sin duda, potencia la brecha ambigua entre sueño y realidad con la que el autor deliberadamente juega. Suma tensión, nos aterriza.

A los chilenos nos aterra la violencia, como si ésta estuviera escindida de nuestra naturaleza por orden divino. Lo cierto es que el Estado Chileno la ha aplicado desde sus inicios en la Araucanía. Pero eso no molesta. Lo que parece molestar es que el mapuche sea el violento, de lo anterior se desprende uno de los mayores valores de la Cía. “La Pieza Oscura”: se las juegan por tesis duras, incómodas, altamente políticas. En Noche Mapuche sus intérpretes opinan sobre el escenario, no salen a defender puramente un buen argumento, sino una causa, lo cual parece darles una energía y delirio sobrecogedores.

A nivel de puesta en escena, la obra también exalta el voyerismo, mostrándonos permanentemente diversas situaciones de tensión sexual entre las parejas que protagonizan el montaje (Nona Fernández, Pablo Schwarz, Daniel Alcaíno y Roxana Naranjo), como si tras un cristal pudiéramos ver todo lo que sucede dentro de un departamento corriente en el barrio alto de Santiago, llevándonos sorpresas de alto impacto. El diseño de iluminación –explicativo y al servicio del relato– tiene la cualidad de generar una dramaturgia autónoma, una narración en sí misma. Por último, decir que las dos horas que, aproximadamente, dura la obra en ningún momento merma la pulsión de los espectadores. Al contrario, nos mantiene en un inquebrantable estado narcótico. Noche Mapuche es, sin duda, uno de los grandes aportes de los últimos años a la dramaturgia nacional.