MARIANA ENRIQUEZ: LA HERMANA MENOR.UN RETRATO DE SILVINA OCAMPO Por Natalia Berbelagua.

MARIANA ENRIQUEZ: LA HERMANA MENOR.UN RETRATO DE SILVINA OCAMPO

Ediciones UDP, 2014.

217 pp.

 Por Natalia Berbelagua

 

 

Silvina Ocampo es una de las narradoras más extravagantes y misteriosas de la literatura argentina y Mariana Enríquez lo sabe. La hermana menor es un retrato –como su bajada de título lo indica–, una aproximación a la mujer que describió con velocidad, extrañeza y un componente mágico, casi fantasmal, la crueldad de la infancia.

La primera gran imagen que entrega esta biografía es a raíz de una confesión que le hace Silvina a Hugo Beccacece –periodista, escritor y amigo–, sobre la extraña fascinación de la autora por los mendigos: “A mí me encantaba sevirles té con leche o café con leche; algo que tuviera leche con nata. A mí la nata me parecía asquerosa pero me daba curiosidad  ver cómo los otros se tragaban la nata tan repugnante. La pobreza me parecía divina” (…) A mí me parecían tan superiores a los que nos visitaban, mucho más divertidos que mis primas. Mis primas eran unas pavotas, unas inútiles (…) Siempre me quedó la añoranza de la pobreza. Después crecí y me di cuenta de que la riqueza tiene sus ventajas. Pero la pobreza te da libertad, uno no está temiendo perder nada, no está atado a nada”.

 

Poco se ha hablado sobre la crueldad infantil en la literatura. Agota Kristof es una de sus principales referentes, pese a que Silvina Ocampo, la retrató de una manera muy singular, dando pie para elucubraciones chismosas sobre su propia relación con su hermana, la conocidísima Victoria Ocampo. En “Cielo de Claraboyas” el cuento knock out del libro Viaje Olvidado, una niña observa el crimen de otra, lo ve a través de las claraboyas de la casa de su tía, como si fuese una lupa, la asesina es una mujer, una institutriz, de la que solo destacan sus botas negras. “Despacito fue dibujándose en el vidrio una cabeza partida en dos, una cabeza donde florecían  rulos de sangre atados con moños (…)”. El libro completo es una oda a la oscuridad, a los recovecos de una infancia desprotegida, donde los niños están expuestos  a la intemperie del horror. Lo único que los salva es la memoria, siempre frágil, borrosa. Otro ejemplo es “La calle Sarandí”, donde una niña relata la violación de la que es víctima. El tipo es solo una sombra. “El hombre estaba detrás de mí, la sombra que proyectaba se agrandaba sobre el piso, subía hasta el techo, y terminaba en una cabeza chiquitita envuelta en telarañas.”

 

Esta lucidez extraña que toma casi con naturalidad el crimen, es extrapolable al retrato que Mariana Enríquez hace de Silvina. Humor negro, afán de fastidio al prójimo que pareció acompañarla hasta el fin de sus días, donde la vejez y la infancia se confunden, casi en un mismo plano, niveladas por la enfermedad del alzheimer. El olvido, del que tanto habló en sus libros, se hace patente; la invisibilidad de costumbre al estar casada con Bioy, ser hermana de Victoria y la mejor amiga de Borges, queda de manifiesto en su tumba, donde solo aparece el nombre de su hermana. Siempre será interesante conocer la historia de los marginados de las familias, sobre todo si se trata de un escritor. Hay un arco dramático que según varios comienza con una infancia difícil, que se alimenta con el aplastamiento de un otro: la sociedad, el poder, la belleza o el talento. Después aparecen los amantes, la bisexualidad, las mascotas, peculiares relaciones con la comida, los chistes, y versiones desdibujadas de amistades relevantes para la historia de la ficción. Hay algo que siempre nos queda claro en estos casos, y es que la sangre, el amor y la tragedia merodean a los grandes escritores como buitres. Los lectores seguimos allí, esperando la carnicería.