Manuel Rojas: La prosa nunca está terminada por Ernesto González Barnert

Manuel Rojas: La prosa nunca está terminada

Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.

129 pp.

Por Ernesto González Barnert

 

No tenía planeado leer en el futuro inmediato y, para ser sincero, en el lejano tampoco a Manuel Rojas. Bastaba con verlo incómodo, levantando las manos, vociferante, no me cabe la menor duda, en ese lugar opaco, atosigado de clichés, viciado en que nuestra academia duerme como un niño de pecho y empollan sus discursos tantos de nuestros colegas a pito de nada, a cualquier hora del día. Facebook y twitter cómodos cajones de tomate. Asunto que tuvo un brusco giro cuando llegó a mis manos La prosa nunca está terminada (Ediciones Universidad Diego Portales, 2013) de Manuel Rojas. Un engendro de textos sobre literatura seleccionado y editado por Andrés Florit Cento.

Vaya título para romper el hielo –pensé–. Y después: un acierto. Sobre todo para mí, cuyo primer acercamiento fue la lectura escolar obligatoria de Hijo de ladrón en ¿séptimo? ¿octavo? En que la profe de la asignatura se esmeraba en preguntar de los libros, lo que hace que a los que no les interesa precisamente leer les vaya la raja en el ramo, mientras el libro, que yo había querido entender muy bien descansaba, en la mochila.

La nota del montón no me bajoneó. Algo en mí intuía que no hay que permitir que la escuela estorbe nuestra educación. Lo mismo que me empuja a juzgar cualquier trabajo que se emprenda en relación a Manuel Rojas, es muy fácil caer en la tentación de hacer un volumen con algún título sagaz y luminoso: obra dispersa, ensayos reunidos, etc. Un ladrillo que adorne el librero de más de algún académico de provincia o de otro tesista sin muchas ganas de pensar por sí mismo. Por eso, este trabajo es laudable de entrada, porque rompe la mala racha con que el autor venía siendo reimpreso hasta agotar stock. Y porque nos lega de babor a estribor páginas brillantes, que desarman cualquier idea de relegarlo a la parte más oscura de la biblioteca, a la que echar mano cuando andemos cortos de plata.

Cierto, estuve contrariado desde el comienzo por la inclusión al final del volumen de las páginas excluidas de Hijo de ladrón. Que sólo terminó de convencerme cuando comprendí que Rojas era capaz de sacrificar todo un batallón para ganar la guerra. Eso es lo que hace a un escritor genial, de tantos sólo buenos.

Quisiera concluir esta lectura aplaudiendo el capítulo IV, perfectamente llamado “Como oír hablar a un carpintero. Fragmentos de entrevistas”, quizás el punto más alto del presente libro, porque extrae, de polvo y paja, las opiniones contundentes de un escritor que a la luz de esas respuestas –como antes en su labor de cronista, antologador y reseñista– lo transforman no sólo en un escritor de tomo y lomo, sino que en un faro crucial de las letras castellanas; tan actual como necesario, riguroso como vivo. Una escuela en sí mismo para todo aquel que hace de las palabras su negocio. Y si el tiempo ha hecho mella en algunas de sus páginas (por cierto aquí no incluidas), uno insiste –con estas 129 páginas por prueba– que la literatura no conoce decadencias. Sólo cumbres.