Lo real y la literatura: una versión rápida de Clément Rosset. Por Juan Rodríguez M.

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Lo real y la literatura: una versión rápida de Clément Rosset

Juan Rodríguez M.

 

Cuando digo literatura incluyo la filosofía.

Salvo que se diga lo contrario, todo esto es una lectura abusiva de El mundo y sus remedios (el cuenco de plata), de Clément Rosset, un escritor de filosofía.

Lo real

Rosset nació en 1939, en Francia. Según él, lo real es lo dado, y es trágico: es aquello ajeno a toda causa, finalidad y libertad. Es un accidente de auto y la lectura de este texto, la flor que florece y el niño que muere. Es necesario:

“Mi novia se casa con otro hombre, mi hijo muere, nazco con una enfermedad, un accidente paraliza mi existencia, un loco prende fuego a mi casa, e inmediatamente surge en mí esa pregunta ridícula para la cual Geronte [personaje de Los enredos de Scapin, una comedia de Molière] espera en vano una respuesta: «¿Por qué yo?»”, escribe Rosset.

Igual de vano es ganarse el Loto y preguntar por qué yo.
Conclusión: lo real no es “cruel”, sino “inextricable”.

Inextricable y necesario: lo dado es necesario por que es (no porque debe ser). No es la necesidad del determinismo, sino la necesidad de lo contingente, de la existencia: necesario porque se ha dado.

Es ajeno a la razón, no contrario a la razón; es decir, lo real, lo dado, lo trágico no es ni razonable ni absurdo. Está más allá del bien y del mal, antes del bien y del mal.

La literatura

Digámoslo así: no tenemos pulmones para respirar, sino que respiramos porque tenemos pulmones. Lo primero es un relato, un conocimiento, es lo real y su doble; lo segundo, un hecho sin más. Quizás habría que limitarse a decir: pulmones, respiramos… sin poder saber por qué… “esa piedra que está allí no sirve rigurosamente para nada, como tampoco mi pasión o la forma de esa colina. Puedo orientarlos en vistas de tal o cual finalidad efímera y ficticia [la cursiva es mía] que no sobrevivirá a mi propia finalidad…”, escribe Rosset.

Entonces: la moral, el conocimiento (la explicación) es una huida de la existencia. El moralismo, dice Rosset, es una tentación intelectual, la mayor tentación intelectual “para plantar un obstáculo a la evidencia trágica y a la lucidez de espíritu”. Un remedio que no cura nada, porque no puede, porque no hay nada qué curar.

No se trata de negar el conocimiento ni la moral, sino de decir lo que son: el producto de un sujeto, relaciones, relatos: “Podemos disertar sobre las relaciones que rigen los colores, los sentidos, las formas —dice Rosset—. ¿Pero «por qué» el azul? ¿«Por qué» el ritmo? ¿«Por qué» el árbol? […] Tantas preguntas sin respuesta que, por otra parte, no estorban al conocimiento, puesto que el conocimiento no tiene nada que ver con ellas y se demora explicando las modalidades del ser, no al ser mismo”.

Lo real

Una conciencia trágica es aquella que se da cuenta que lo real es porque sí: aquella que se da cuenta, no aquella que comprende, pues la comprensión ya está del lado de la representación, del tiempo. (“Reflexionar sobre lo que está dado no es comprenderlo”, dice Rosset.) Yal volveremos sobre la cuestión de la representación y del tiempo.

La conciencia es algo dado, contingente y necesario: no hay libertad, pero no porque estemos sometidos a algún determinismo o causalidad; al contrario, no hay libertad porque somos —lo es nuestra conciencia, las pasiones, el carácter…— algo dado, contingente, casual, un acontecimiento “que ha nacido del azar”.

¿Nos ponemos a llorar? No es necesario. “… cómico y trágico son dos aspectos complementarios […] la intuición de lo dado es, de manera general, tan risible como trágica…”. Por eso, dice Rosset, la seriedad es frívola; y el hombre moral es demasiado serio. Podríamos agregar: da risa, como la seriedad de los niños.

Ni optimismo ni pesimismo. O un pesimismo paradójico, que cura del aburrimiento, porque nos revela la “maravillosa cotidianidad”, esa cotidianidad porque sí que a veces nos provoca miedo y otras veces alegría. Un “pesimismo”, una conciencia que nos libra del peso de la desesperanza… “si se desea escapar de lo real, se vuelve a él necesariamente y con usura —la usura de la esperanza decepcionada”, leemos en La alegría y su paradoja (Hueders), otro libro de Rosset.

La literatura 

La pasión humana es algo dado. Para ilustrar la intuición de lo dado a través de la pasión humana Rosset recurre a la literatura: a Proust, a Céline, a Molière, pero especialmente a Balzac. Éste se limita a decir, según Rosset: “El mundo está ahí, los hombres están ahí”. Y con eso “Balzac lo ha dicho todo”, “el juego de espejos en el que se agitan los hombres de La comedia humana es sólo un breve aplazamiento de la impenetrable oscuridad de la cual la novela los arrancó un instante, sólo es un preludio a la noche en la cual se pierden todas las pasiones”.

O sea, como el resto del mundo, y como ya decíamos, somos algo dado, sin causa ni fin, sin razón, un acontecimiento. Una oscuridad. Somos ajenos a nosotros mismos, extranjeros. Y por eso, volviendo a la literatura, un personaje comprensible —malo y punto, bueno y punto, o cuyo actuar se siga de una causa determinable, conocida—, un personaje así, decimos, no es ficticio, es falso, antitrágico, una mentira. (Llevado al extremo el punto, un personaje, como una persona, tendría que ser porque sí, por ejemplo como el Guasón de Heath Ledger, en El caballero de la noche, la película de Chirstopher Nolan, cuya “demencia” tiene varios cuentos para explicarse.)

En El mundo y sus remedios leemos: “La Razón no puede explicar el acontecimiento más que con la complicidad del Tiempo”. Y también: “… el acontecimiento escapa por completo a la noción de tiempo orientado que va de un pasado a un futuro, generador perpetuo de un sentido cuyo contenido intelectual procede por completo, en nuestra filosofía occidental, de esta representación orientada del Tiempo”.

Lo real

Lo que algunos filósofos llaman Acontecimiento (así, con mayúscula), la irrupción de un hecho que rompe el orden en el que vivimos, que rasga la continuidad de una historia, no es otra cosa que la irrupción de lo dado: es la rotura del tiempo creado, la rotura de la representación, del doble que pretende ordenar lo real. Un acontecimiento no es, en realidad, algo excepcional; es, al contrario, lo esperable, porque es lo dado, la existencia sin más, sin doble, sin moral, sin sentido. Es la desilusión, la caída del velo. En otras palabras: no es que haya acontecimientos trágicos, es que el acontecer es trágico, lo que es, es trágico: de nuevo, desde un accidente automovilístico hasta la lectura de este texto.

Entiéndase: trágico, no dramático.

Las apariencias (las causalidades, las finalidades, las libertades) surgen de las relaciones con los otros. Yo digo que ese otro, que me hizo un mal, es malo. Para sus padres quizás es bueno. (Cada uno tiene su historia, su tiempo, su versión.) Si lo real es gratuito, entonces la moralidad, el bien y el mal, la justicia y la injusticia son la apariencia; y ya no lo dado, que es o real. O mejor, son la fachada de lo real.

La literatura

El relato, el sentido, el tiempo es el doble que superponemos (o tal vez suponemos) a lo real, a lo dado.

La literatura es el tiempo, el tiempo es literatura, una forma de nuestra subjetividad (Kant) con la que ordenamos lo dado: es el mundo como representación (Schopenhauer). En ese sentido, el proyecto soviético es (fue) el intento de establecer, de realizar, de escribir un tiempo total, una literatura total, una obra de arte total (Groys). Una fachada absoluta.

El tiempo es la cultura.

El tiempo es la ficción, es el juego: cuando se acaba el juego, se acaban las reglas, el sentido, el significado, la finalidad. ¿Y qué pasa? Nada.

Se acaba un libro y pasamos a otro, o no.

El tiempo es la literatura o la literatura es tiempo, da igual.

La literatura es el doble de lo real. ¿O es lo real y su doble?

“Se trata, una vez más y como siempre, de la existencia dada en tanto tal, que la muerte, como la noche, llega súbitamente para revelar y sacar a la luz: El cura de tours y personajes de A la búsqueda del tiempo perdido llegan definitivamente al ser en las últimas páginas de la novela, mejor aún, cuando la novela ha recuperado su lugar en el estante de la biblioteca, del mismo modo que hay que esperar con frecuencia la desaparición de alguno de nuestros conocidos banales para medir de pronto lo absurdo de su ser y tomar así conciencia de su existencia”, escribió Rosset.

 

Lo real

Clément Rosset —un insomne que se curó de su mal porque leyó… No, que se curó de su mal leyendo a Dostoievski y otros rusos— murió el martes 27 de marzo de 2018. Y nada, eso es todo, queda leerlo o al menos darle un lugar en nuestro estante.