Latitudes. Poesía mexicana actual: Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985)

 

Armando Salgado (Uruapan, Michoacán, 1985) Profesor normalista por la Escuela Normal Rural Federal Vasco de Quiroga de Tiripetío, Michoacán, y maestro en Educación Básica por la Universidad Pedagógica Nacional. Es autor de los poemarios Azogue Suite (inédito, Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2012), Corvus Suvroc (Mantis Editores/H. Ayuntamiento de Hermosillo, 2011, Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2011) y Liturgia (Secretaría de Cultura de Michoacán, 2011, Premio Michoacán Ópera Prima de Poesía 2011), así como del libro de cuentos Variaciones de una vida rota (Secretaría de Cultura de Michoacán, 2011, Premio Michoacán Ópera Prima de Cuento, 2011), Premio Nacional de poesía Joven Francisco Cervantes Vidal por el libro Estancia de ánimas (2013).

 

 

Del libro Cofre de pájaro muerto (Ediciones Punto de Partida, 2014)

 

 

Cherán:

todos los árboles del mundo

 

 

Un bosque se abre en la memoria 

y el olor a resina es útil al corazón.

Antonio  Gamoneda

 

 

1

 

Papá, ¿dónde nacen los alfileres que anidan en los
muertos? ¿Quizá en el remolino donde tristeza y polvo
truenan balas para llevarse a los que no volveremos
a ver? Ahí donde huele a podrido y la lontananza es
distancia cría comparada con el filo que la calle
apedrea entre el llanto de automóviles. Nadie sale a la
calle, ni la luz. Ni las historias que alguna vez mamá
nos contó. Ahora son relatos vagabundos con placas
traseras y matrículas de fantasmas y cerros. Lugares
donde se alimentan las banquetas con cuerpos
desmoronados. Extraño el crepitar de la fogata, el
sonido de la noche, tibio, al igual que el cabello de la
abuela. No sé dónde está. Muchas personas
desaparecen. Son fichas enterradas donde huellas las
sumergen como dientes en maceta. Papá. Entiendo
que platicas con mamá a escondidas, alcanzo a oler tu
enojo. Múltiples siluetas de miedo, no absorbido, frente
a ti y ante los nuestros. Parvadas que al tocarlas se
pierden como alfileres clavados en la nuca. No sabes
dónde empieza la bastilla de esta cabeza, ni la ruta por
donde arropamos abandono. Sólo aire. Lo hurtamos a
la fuerza con los puños porque la ausencia es lo único
palpable y los hermanos y la desaparición de los
hermanos. No quiero estar debajo de la cama ni
escuchar los gritos de mamá. Quiero dispararle al
miedo, hacerle frente y darle un puñetazo en la cara.
No quiero ocultarme ante él. Aquí autos mueven
silencio y encumbran oscuridad en la puerta. Golpes
demoliendo candados. Papá, deseo cerrar los ojos de
otra manera y que al abrirlos no golpeen la puerta para
que nadie desaparezca otra vez.

 

 

2

 

Vagar fantasmas en la cara. Sentir el fondo del caos e
inhalar atisbos sin los primeros rostros
desenmadejados. Sorber la eternidad y el origen de un
huerto. Hoy, la velocidad es tarde en bolsitas de
plástico. Un refresco, la pulpa de un árbol, personas de
vapor. Cerros abandonados a la fuerza. Puñetazos por
la espalda. La desbandada de un barranco. Ojos en
cruz. Troncos anudados. Personas que al marcharse
nunca volverán. Mordida de un perro y alfileres de rabia
en el ombligo. Despuntando árboles, cadáveres, el
llanto. No dejo de recordar, no, no, no. Negarlos hasta
el amanecer es creer que los sueños despiertan. Los
pueblos, la madre tierra, los hermanos se escurren por
la rendija. Destejo cuerpos de pan. Dientes esparcidos
como recuerdos distantes. La placa de una vida mejor
se renta en tiendas automáticas. Aserrín enrevesado.
Placenta. Verde pálido. Verde muerto. La velocidad del
dinero es testimonio de nuestras manos. El tacto no
tiene permanencia. Las huellas son estériles. Ningún
sujeto se levanta del piso para devolver la bala
incrustada en su cabeza. Nadie. Ni la saliva, ni el jadeo,
ni el tiempo arremolinado en los párpados, ni el cráneo
roto. Tengo fantasmas en la cara. Son las personas
que se fueron y que nunca volverán. No dejo de
recordarlos y por eso están en mi cabeza. Son árboles
que no quiero arrancarme pero en otro lugar fueron
arrebatados del bosque. Ellos están en mi mente: Mi
abuela Lupita, el abuelo José, Francisco, Tadeo,
Joaquín. Sus pómulos restriegan calor en mi cara. Sus
pómulos son tu rostro, papá. Deshuesadero de troncos
ventilando calzadas. La gruta para alcanzar un poco de
comida. El tiro en los ojos. La camioneta destrozada.
Un padre grabado en el lodo. Cherán. Bosque por
brazos, vejiga por carreteras, cáncer por árboles. Las
huellas se olvidan fácilmente si la herida del ojo está
seca. El olvido jamás se secará.

(Detrás de la camioneta el bosque está de luto).

 

 

3

 

Afilar un machete en la boca del suelo para cortar
culebras de agua. El abuelo José partía historias como
gajos de naranja y nos hablaba del respeto a la
naturaleza. Era un gran árbol.  Su bosque no conocía el
dolor, ningún quejido. Decía que las enfermedades
llegaron como fábricas de detergentes. Contaminaron
cuerpos y los ríos y las historias personales de los
barrios y las casas de adobe y la plaza del centro. Les
dejaron códigos de barras para prevenir la vejez en la
autopista que detona casetas. Los árboles ahora son
petróleo y atermitan la dentadura del gasoducto. Inflan
con resina la compraventa de colorante artificial para
las arrugas. Al recordar, nunca había sido tan viejo y a
la vez tan niño. Ay, Abuelo, corta otra naranja menos
agria, una hogaza de pan no tan dura; no compres
charales con lama, mejor una chúspata o un taco de
borrego sin limón. Los alimentos que anuncia la bocina
tienen chapopote. Muertos tirados en la corteza de la
autopista. Los cortabosques visten de añil, usan carros
con sirena y reparten figuritas de miedo. Los productos
televisivos maldicen el huinumo e ignoran a los pájaros.
¿Por dónde la niebla?, abuelo. Ahí la densidad es
menor que la idiotez y cada trino es corazón y árbol por
latir. Abuelo, la lluvia era un gallo que despertaba el
fuego dentro de nosotros. En ese tiempo la abuela
vivía. Tu automóvil era veladora para montar el cerro y
regar no la gasolina sino un sorbo de mezcal como
ofrenda para los antepasados, para no sentir averiado
el motor del coraje. Fuiste otro que nunca regresó.
Siguen cortándolos. Vienen del aserradero hechos
pedazos como si la tierra fuera un costal para esconder
los crucifijos; como si este páramo se arrancara los
restos y enterrara los cabellos. Abro el costal. Soy
menos hombre y recorro la muerte más rápido. Todo mi
cabello está dentro de él, el llanto. Daga que enterró
muertos en mis lágrimas. Polvo que crece en lugar de
los difuntos. Jauría que muerde mi silencio porque no
puedo gritar.

La raíz de mi bosque se ha quedado muda.

 

 

4

 

Abrí la jaula. Todos los pájaros volaron en busca de un
árbol. Papá. Corrí tan fuerte como pude. Agarré coraje
y levanté la tapa de la caja donde estabas. Pero, ¿por
qué no volaste para llevarnos lejos de aquí?