Latitudes. Poesía mexicana actual: Ángel Vargas (Acapulco, 1989)

angel vargas

 

 

 

Ángel Vargas (Acapulco, 1989) estudió Letras hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 2012 obtuvo el Premio Estatal de Literatura Joven en la categoría de poesía (Instituto Guerrerense de Cultura/CONACULTA) y el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo en 2015. Ha sido beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Guerrero y del Programa de Jóvenes Creadores del FONCA. Publicó Díptico (De Otro Tipo, 2015).

 

 

Es cansado el divorcio de las bibliotecas.

Tienen que resistir el escrutinio

de dos pares de manos

que no quieren tocarse.

Dividir las parejas

que la costumbre unió

porque durmieron juntas mucho tiempo

y  vaciar los libreros,   las repisas

hasta que su esqueleto nos mire

con el último libro.

Es cansado el silencio,

 el no saber

 qué hacer con los años y el polvo

sobre el corte de las enciclopedias.

 

Me incomodan las cajas donde cabe una vida,

escamas que se amoldan para no deshojarse sobre uno,

libros que respiran muy lento

hasta que están seguros

en el aire vacío de otra casa.

 

 

 

Mi hermana dice que se quiere morir

 y no la culpo.

Comprendo que a su edad

el miedo es una talla más grande que sus ojos,

los zapatos le calzan una moda obsolente;

no repite bufandas ni sonrisas

compradas en oferta,

tiene en la cintura las miradas ceñidas

y se quiere morir mi hermana

y no la culpo

si no sale de casa para evitar el miedo.

Me gustaría decirle que al terminar los quince

dejaran de mirarle la confianza,

pero sería mentira.

Mejor que se dé cuenta

que lo frágil se viste con la ropa más cara

porque teme morirse de vacío.

 

 

 

Si me ganara un premio millonario

le regalaría

una casa a mi madre

donde quepa ella sola con su poca estatura

y sus cuarenta años de trabajo.

Tendría, como ella quiere,

una cocina amplia

y una tina spa de hidromasaje.

No limpiaría los platos

ni tiraría basura de otra gente.

Habría una sala grande

para tener visitas

dos o tres veces por semana.

Sé que le gustaría

un jardín donde imagine el recuerdo de sus cuatro hijos.

 

Si me ganara un premio millonario

le compraría a mi madre

una casa

donde pudiera estar con su memoria

y un par de llaves propias

para cerrar su corazón

si mi padre volviera muy borracho.

 

 

 

No olvido que la casa está aquí

 como una piedra,

que volver es mi forma de decir lo siento,

que nada se parece al perdón

como un vaso de agua o una muda de ropa

para sentirnos limpios;

que la casa es un viaje

cuando el mundo se vuelve

tan pequeño y no puede mirarse;

cierro entonces la puerta

y en esta habitación se hace la luz primera de la infancia,

entra la memoria reclamando sus dones

y no tengo nada que ofrecerle

mas que esta incertidumbre

parecida al amor y al reconcilio.

 

 

 

Ficticia

 

Quisiera hablar del tiempo,

de la edad que desgasta

la finísima piel de los octogenarios,

de la edad y su forma

de ovillarse en las enciclopedias

junto a libros que contienen poemas.

 

Quisiera hablar del aire que circunda

el espacio vital de las estanterías,

de los libros aun retractilados

o de aquellos bondadosos libros

embebidos de minio

como en la Escurialense.

 

Quisiera referir sobre el hallazgo

accidental de tantas obras, pero

a quién le importa

un Cancionero apócrifo

o una Genealogia de Boccaccio

mientras haya HBO o alguna

red Wi-Fi para el smartphone;

 

y para ser honesto,

aun si apareciera un amasijo

inédito de Dante,

el mundo seguiría montado

sobre su propio eje

cual niño en bicicleta

al que no le importa

si la noche caerá como los gatos

o si algo queda de comer en casa.

 

 

 

 

 

Hay que tener valor para aventarse.

Mil seiscientas balas rompiéndole la cara a Dios,

agujereando su rostro matinal.

Pedaleo y la luz es la única vértebra del día.

Mil seiscientos pájaros hundiéndose,

enganchados del pico a una red que los silencia.

Mil seiscientos hombres mordisqueados pasean por la bahía.

Qué fuerte sopla el viento en esta latitud

donde los hombres son pájaros hermosos

y el vértigo es más alto

que la voz de Yma Sumac.

Cuánto tardaría en cruzar

este vacío,

mil seiscientas voces susurrando

que el salto es la esperanza.

Mil seiscientas voces como un coro

de pequeñas aves enfiladas

percuten en mi espalda:

el miedo es el deseo

pero con otro nombre.