La ceguera del poema: Huir no es mejor plan, de Mario Montalbetti. Por Sebastián Gómez Matus.

 

138 mon tal betti

 

Mario Montalbetti: Huir no es mejor plan
Mansalva, 2018.
$15.000

 

Supongamos que Mario Montalbetti se hastió del mundo y quiso hacer un hoyo en el lenguaje con el lenguaje. Desde entonces, ha publicado nueve libros de poesía y varios ensayos que permiten profundizar en las ideas desplegadas en torno a la poesía. Así, su escritura se ha vuelto intolerable en el siguiente sentido: si el capitalismo es tolerancia infinita, el poeta responde: yo personalmente no me importa la tolerancia porque hace que todo se parezca a todo. Allí, aparte de escribir con lápiz y de querer escribir “como Walcott”, hay una poética.

En el poema “Lejos de mí decirles compañeros” se condensa no sólo la intención que aplica en sus poemas si no que también su visión de mundo, que es posible, justamente, a través del empleo que le damos a la lengua. Mario Montalbetti tensa aún más la tradición peruana –seguramente la más radical dentro de la poesía en lengua castellana– que va de César Vallejo a Blanca Varela, como señala en la entrevista que cierra la antología que sacó hace unos meses editorial Mansalva.

Es justo destacar que la entrevista funcione como epílogo, y que no haya un prólogo introductorio.

Lo incomprensible.

Su poesía se presenta como una búsqueda en lo vasto, lo hondo, lo impredecible; “una sucesión de amaneceres vacíos”, “cinco segundos de horizonte”, “un revólver para dos”, etc. Para decirlo de una vez, Montalbetti es un poeta del lenguaje, y parece sugerirnos que todo poeta que se precie de tal tiene que hincarle el diente al lenguaje. En un poema, medio en broma medio en serio, dice que le gustaría que en su lápida dijera “se fue de lengua”.

Intuyo que lo que subyace a todos sus poemas es una resistencia por la que Montalbetti opta, y es donde se juega su forma de aplicar al lenguaje eso que puede infringirlo: el verso. En el ensayo En defensa del poema como aberración significante (FCE, 2014) encontramos que la poesía para él es una especie de ideología del verso como un lugar que no puede traducirse a valor, un lugar que no puede ser domesticado. ¿Qué valor podríamos asignarle a un verso como espero que esto quiera decir algo? Para Montalbetti la poesía debe restar unidad a la lengua, el castellano no tiene por qué parecer castellano, “la unidad del idioma no tiene la menor importancia”. A través de toda su obra, quizá se nos plantea la cuestión de la ilegibilidad como último nicho de resistencia: “seamos menos comprensibles menos/ tolerantes seamos menos”.

Últimamente, o hace años, el lenguaje está sometido a un uso básico, donde las asociaciones se encuentran suprimidas de antemano y los procedimientos de significación quedan acotados y son construidos previamente por la “cultura”. Con esto, el uso del lenguaje por parte de los hablantes es prácticamente nulo. El uso de los dispositivos de comunicación lo demuestra: los estados de ánimo, la expresión (decir lo que nos pasa), han quedado reducidos a emoticones que estandarizan la construcción de eso que se quiere decir y se suprime o estabiliza con un monito, todo esto amparado en una ideología de la comunicación o conectividad absolutamente falaz. En la poesía, intuyo junto con Montalbetti, está ocurriendo lo mismo. Hay un exceso bastante sospechoso de legibilidad; todos se parecen a todos, el lenguaje está con bozal, los contenidos refieren a un mundo compartido sin mucha diferenciación; da la impresión de que el mundo es uno solo y hay un solo individuo y que su experiencia está siendo rotulada o etiquetada por un algoritmo que estandariza la lengua. Como dijo el poeta ruso Arkadii Dragomoshchenko, “sinapsis es sintaxis”, y de eso va quedando poco.

Cada poema de Montalbetti es ejemplo de un tipo de poema, por decirlo de algún modo, único en su especie. Cada poema reclama su taxón, paradójicamente, inclasificable. Todos sus poemas son ejemplo de un poema a su vez distinto de cada poema y así. Al menos esa es la idea. Por ejemplo, la construcción del poema Para la tempestad (donde el título dice otra cosa que el nombre de la revista a la que alude, La Tempestad, que a su vez es la última obra de Shakespeare, etc). El poema gira en torno a otro poema que se supone escribió (“El Chifa de García”), al cual desecha, aunque hasta cierto punto, pues lo parafrasea, lo cita. Hace uso de un poema que no tenemos, pero que, según el propio poema, existe. Aún más, hay un segundo poema dentro del actual poem: “Dinastía Wong”. Lo que quiero decir es que en los cuarenta años que lleva escribiendo poesía Mario Montalbetti la idea basal ha sido (es) no repetir repitiendo, donde el poeta deambula en el lenguaje buscando algo que de antemano sabe que no encontrará. No hay esa fe lírica, esa confianza en el poema como medio de qué; no está el poeta al centro de todo constelando su experiencia, no. Todos los poemas son similares en el sentido de que todos los poemas se distinguen unos de otros, ninguno es igual pero todos están construidos en contra de la unidad, en contra del castellano (al menos como lo entendería la Academia de la Lengua), en contra de su propia concepción del poema.

Ahora bien, de manera todavía más específica, me atrevería a decir –por supuesto sin afán conclusivo– que la poesía de Mario Montalbetti es una poesía sobre la significación (“ofréceme una sombra que dure”), sobre lo misterioso que ocurre en eso que llamamos significado. En Objeto y fin del poema leemos: “Su ambición es el lenguaje del piloto/ hablándole a los pasajeros/ en medio de una situación desesperada: / parte engaño, parte esperanza, parte verdad”. “Y es siempre lo mismo: un esplendor blanco/ algo que sobrevive, una tercera cosa, y una inconsolable felicidad”.

Una tercera cosa

Una poesía así es resultado no tanto de la pericia sino más bien de la humildad de alguien que dice lo que entiende, que es poco y además ordinario, como señala en El loco de attar, donde de nuevo, desde el título, salta a los ojos del lector una t extra que se entromete en el significado de una frase común. Lo primero que uno piensa es en Attar, el dios del lucero del alba (Venus) en la mitología semítica, dejándonos en un lugar remoto. En segunda instancia nos recuerda a Farid al Din Attar, poeta persa conocido por El lenguaje de los pájaros. Con sólo agregar una letra (repetida, además) cambia el sentido de una frase conocida por todos, de una lengua (el verbo atar, en castellano) nos remite a un mundo con una lengua completamente distinta a la nuestra, y en ese terreno quedamos, antes de comenzar a leer el poema, que alude a “un ave de otra jaula”. Más adelante, encontramos el poema El canto de las aves, que trata de la “forma que tienen las aves de no decir nada”, y de repetirlo una y otra vez.

Un trabajo como el de Montalbetti responde para siempre a la manida y absurda frase de Adorno, que escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, blablablá. Porque primero supone que la poesía es un acto de y sobre la belleza o lo sublime (manida y absurda idea), y que después del horror ni rosas ni crepúsculos. Lo que no entiende Adorno, justamente porque no escribe poesía, es que lo único que puede rehacer (y deshacer) al mundo es el lenguaje. Y no una vez: todas las veces. Quizás esta sea la utopía del género. Así, esa frase desafortunada, resulta tan violenta y represora como el propio nazismo, porque busca acallar el espacio donde la lengua se da –se supone– de manera genuina, como si la poesía –aunque no se note– fuera las plaquetas del mundo. Por otra parte, Adorno asume que la poesía tiene que ver con la historia social del mundo (que sí, pero en otro sentido) y no con el lenguaje, como si después del horror la lengua entrara en recesión. En el horror cotidiano en que vivimos hoy día, horror estabilizado por el uso algorítmico de la lengua, la poesía parece ser el único arte que atornilla al revés.

En relación a esto, en la entrevista que cierra el volumen, el poeta peruano nos da una clave para entender nuestro panorama cultural actual y su poesía. Recordando El Antiedipo (1972), menciona de paso el quid del libro: el capitalismo es iletrado, el capitalismo no quiere lenguaje verbal. La poesía, por burdo que suene, es el arte de la palabra. En efecto, capitalismo y poesía: el agua y el aceite. El hecho es  que intenta responder a la pregunta sobre la relación entre poesía y otras artes y dice lo siguiente: “La manera absolutamente obscena en que las artes visuales han establecido un matrimonio de interés con el capitalismo financiero me parece asquerosa. La novela contemporánea incluso actúa como la hermana molesta por no haber sido elegida por el galán capitalista, y se ha vuelto visual, ha adoptado los mismos gestos, las mismas muecas que las artes visuales. La poesía no. La poesía es como la hermanita enferma con la que nadie quiere meterse. Entonces mi reacción a eso ha sido llegar a pensar por momentos que las artes visuales en general son una forma de no pensar. Para mí la única forma de pensar en serio, sea lo que sea lo que quiera decir “en serio”, es a través del lenguaje éste que tenemos, verbal, y la poesía es una forma de pensar (las cursivas son mías). ¿Hay pensamiento con imágenes? Puede ser, sí, pero no es lo mismo que esto. A mí me interesa pensar con la ceguera del poema”.

Hace aproximadamente dos años, cuando acá apareció por Cástor y Pólux Simio meditando, conversé brevemente con Carlos Cociña, un poeta bastante admirado por los jóvenes pero a mi juicio leído muy por encima por sus aduladores, me dijo exactamente lo mismo: la ceguera del poema, que le interesaba pensar con la ceguera del poema. Por supuesto, estuvimos de acuerdo.

Para terminar, quisiera dejar por escrito una idea que ha cobrado gran vigor para mí después de leer y releer Huir no es mejor plan: el resto ilegible de una obra es la persistencia en el tiempo del trabajo invertido en esa obra. O en otros términos, los versos nunca dejan de trabajar dentro del poema. Creo que esto es lo que ocurre en la poesía de Mario Montalbetti, el lenguaje funciona como el lenguaje, en desmedro de la insistencia por comunicar de alguna poesía abundante, donde comunicar, dicho de una vez, es “el condón del lenguaje”.