Juan Carlos Urtaza: ¿Existe Dios después del diez? Por Vicente Larenas Añasco

Juan Carlos Urtaza: ¿Existe Dios después del diez?  
Editorial Aparte, 2019
71 páginas
$6.000

Por Vicente Larenas Añasco

 

El epígrafe que utiliza el autor para esta trilogía es:
BUMAYE, palabra del Lingala que quiere decir, “Mátalo”
Aparte de ser el nombre de esta tercera entrega, inédita hasta ahora, el grito BUMAYE nace cuando pelearon Muhammed Alí y George Foreman en Zaire.
Pesos pesados.

Inmediatamente comprendemos que sus imaginarios y sus ídolos están puestos en las ligas más grandes de la historia mundial. Aparecen a lo largo de sus palabras referencias a Monzón, Pacquiao, Joe Louis.
En la órbita más latinoamericana menciona al Tani Loaiza, a Martín Vargas, Edwin Valero. El boxeo tiene tanto detractores como fanáticos. Yo me considero en una tercera categoría: Simpatizante.

Si se me permite la patudez, me gustaría presentarlo diciendo que es un oriundo san miguelino, con un promedio de tres poemarios en su periplo literario y con sesenta y dos kilos de puro verseo en peso medio liviano ligero. Nos trae voces que son recuerdos nebulosos de sus ancestros y que pareciera que lo están siempre observando y susurrándole estrategias que tiene que aplicar sobre el ring. En este rincón Juan Carlos “El Vate” Urtaza.

Cada vez con mayor frecuencia se pueden encontrar personas que están ligadas a la escritura y que la hacen coexistir con otros oficios. En este caso, el autor es un boxeador de raza, hijo, nieto y hermano de púgiles, que después de su paso por la escena nacional, se decidió a colgar los guantes.

Comprendiendo que los puños son materia prima para un boxeador, abre fuegos en NO HAY MANO, diciendo:

 “Las manos me las regaló mi padre
las guardó para mí cuando perdió las suyas”

Esto porque su papá a los trece años perdió dos dedos trabajando en una panificadora.

En el plano de los signos es un sino difícil de esquivar.

Me es imposible no mencionar Mano Bendita de Lafourcade, que, a pesar de las distancias en el uso de las palabras, en la época en que está emplazado, narra desde una tribuna similar la misma forma de la cancha, el sonido estridente de las campanas que cierran o abren los asaltos, las silbatinas a las modelos que pasan con los números del round, y los gritos aleatorios que se funden en una banda sonora compleja.

Es el espectáculo de dos deportistas que bailan al centro, que quieren embucharse algo de plata por ganar la pelea y de espectadores que se fanatizan con la sangre y los golpes secos en las mandíbulas.

Las palabras que están articuladas en la trilogía ¿Existe dios después del diez?, parecen humeantes. Las vomita desde ese instante efímero del golpe de gracia, de la voluntad de no dejar que se le mueran los brazos hasta meter un Knock out. Salpican olores de sus poemas que en muchos pasajes rozan la prosa, deteniéndose en salivas que vuelan por los ganchos cruzados, los uppercuts, y conteos hasta diez que son transversales a todo tiempo.

En las tres entregas de

vela la inevitabilidad de salir ileso del centro del ring, y los desvanecimientos en las lonas, como si cada pelea fuera una vida única que está jugándose.

El conflicto más radical de las relaciones complejas es la contradicción. Y el box está en contradicción constante. Para pararse en un cuadrilátero hay que estar vivísimo y con el objetivo de tumbar a tu contrincante. Es la pugna por la supervivencia. Brutal por momentos, pero que, dentro de su tosquedad, siempre tiene tiempo para embellecerse con movimientos de piernas, o letras en este caso, que fascinan a la concurrencia,

Juan Carlos Urtaza, entrega un material visceral y certero, genera expectación de mundos que son familiares desde el inconsciente colectivo. Arma un paisaje de retrovisor, pues el box no goza de sus mejores momentos en Chile. A pesar de eso, habita en su entrega una latencia que tiene que ver con la vida misma, con sudores y pulsaciones que podemos ver en nuestros propios caminos. Desde algún lugar nos sentimos en esa exposición y nos reconocemos pegando cada cierto tiempo golpes para avanzar, y otros tantos, tumbados en ocupaciones cotidianas que nos retrasan el camino a los olimpos personales de los que habla Urtaza, pero que hay que superar para salir airoso antes de que llegue el diez.