John Banville/Benjamin Black (Malditas asociaciones). Por Alejandro Neyra

John Banville/Benjamin Black

Las dos (o tres o más) caras del escritor

Por Alejandro Neyra

 

Desde Moliére y Stendhal,  pasando por Mark Twain y George Orwell, para salir de los clásicos latinoamericanos Clarín, Pablo Neruda, Gabriela Mistral o Martín Adán, el uso de un alias o de un nombre distinto al propio al firmar una obra literaria es un caso de patente bipolaridad aceptado como positivo e incluso noble. Curiosidades de la literatura.

Pero algunos hacen de esta bipolaridad un caso flagrante. Escriben bajo el propio nombre de pila y también con un nombre de pluma (para traducir el anglicismo pen name); el “yo es otro” de Rimbaud llega en algunos casos a posibilidades camaleónicas insospechadas. Uno de los más notables es Roman Kacew, quien es el extraordinario escritor Romain Gary y también Emile Ajar, “ambos” ganadores del Goncourt. O Fernando Pessoa, cuyos heterónimos y múltiples personalidades son legión. Pero es extraño que un escritor bajo seudónimo escriba además como un tercer escritor desaparecido. Eso hace Benjamin Black (John Banville) al escribir como Raymond Chandler.

No se mareen, a continuación comentaremos dos novelas de John Banville, el escritor irlandés más importante de esta época y seguramente uno de los mejores narradores contemporáneos. Diremos algo de El mar, la novela que le valió el Man Booker Prize en 2005 y La rubia de ojos negros, la novela negra en la que resucita a Philip Marlowe, el detective duro y de humor ácido que popularizara Chandler en los Estados Unidos de la década de los 40 y el gran Humphrey Bogart en The big sleep.

 

La rubia de ojos negros

El detective Philip Marlowe recibe en su minúscula oficina a Clare Cavendish, una rica -en todo sentido- rubia de ojos de un negro tan profundo como un lago. Aquellos hermosísimos ojos han visto a su amante caminando por las calles de San Francisco. El problema es que aquel -Nico Peterson- ha fallecido semanas atrás y ella no cree en la resurrección de la carne.

Y sin embargo es cierto, Peterson ha vuelto a la vida. Como el propio Marlowe en la mítica Bay City, o como el mismísimo Raymond Chandler, quien ha vuelto a publicar una novela pese a haber muerto en 1959. Pero ponga mucha atención, en esta novela todo debe leerse con cuidado. No es cualquiera quien ha vuelto a escribir las historias del detective espigado y con estilo; ha sido nada menos que Benjamin Black. Menuda casualidad porque Black es también un espectro. Es en realidad John Banville, multipremiado y extraordinario escritor irlandés que escribe policiales bajo aquel seudónimo.

La recreación de Bay City –que es una ciudad imaginaria en California inventada por Chandler- y la zona de Los Angeles es admirable, tanto como la forma en que se describe una época en la que ser racista -los mexicanos son unos seres primitivos que trafican droga y beben tequila- no es (tan) políticamente incorrecto. Marlowe es el mismo tipo duro de humor negro que atrae como imán a las mujeres como Clare y a los maleantes más abyectos que le pegan hasta dejarlo al borde de la muerte (pero ya sabemos que él desde su aparición en 1939 es inmortal), algunos para descubrir y otros para encubrir lo que verdaderamente le ha sucedido al misterioso Nico Peterson. Quizás nada resuma mejor esta gran ficción de Black que la siguiente frase: “Me siento como si una mañana hubiera salido a pasear –dice Marlowe- y, al doblar la esquina, me hubiera topado con un accidente en cadena. Sangre y cuerpo diseminados por todas partes, vehículos en llamas, sirenas de ambulancia, el caos en directo. Y yo estoy en medio de la escena, rascándome la cabeza igual que Stan Laurel.” Hay poco más que decir de esta novela, salvo que es imprescindible para todos quienes aman no solo los policiales sino la buena literatura.

El mar

Es esta una novela que como el propio mar es difícil de describir porque lo que uno ve en la superficie –a veces el discurrir sereno de pequeñas olas, a veces maretazos repentinos- no es lo que realmente sucede en las profundidades oceánicas. Los sentimientos de Max Morden, el historiador del arte que protagoniza esta novela son como esas corrientes submarinas que van cruzándose y desatando la suavidad o la furia que llegará a las costas.

Anna, la esposa de Max, ha muerto. Y Max ha vuelto a Cedars, el balneario donde transcurrió su infancia, donde recuerda su primer amor y aquellas ideas que creía tener entonces. La memoria recupera para Max aquello que cuando uno es niño cree entender revelado en frases perdidas y actos aislados.

Y Max descubre todo eso en sus reminiscencias sobre las experiencias con la familia Grace, sus vecinos en Cedars, con quienes de alguna manera va aprendiendo a comportarse como un adulto. Se enamora de Chloe y desconfía de Myles –ambos mellizos- pero sobre todo se acerca a un mundo en el que Connie y Carlo Grace, los padres y la nana Rose, los adultos de la familia, se comportan de una manera que resulta misteriosa –con ese misterio que para los niños mantienen siempre los mayores.

No es esta una novela de intriga como en el caso de las de Black, pero nos deja igualmente con una sensación de que pese a nuestros mejores esfuerzos, la vida nos trae las mayores sorpresas en nuestras propias palabras, obras y omisiones.