J Mascis. Several Shades of why

La belleza no parece un concepto que goce del actual favor de la crítica. Más bien al contrario. Yo, a ratos, empiezo a estar harto de tanta virilidad y tanto énfasis en lo bronco. Cuentan que el frontispicio de la Academia platónica rezaba: «No entre aquí quien no sepa geometría». En el fondo eso también quiere decir: «No entre aquí quien no le interese la belleza». Porque este disco es sobre todo eso, un ejercicio mayúsculo de trato con lo bello-bueno-verdadero que quede en este mundo (o en cualquier otro, si lo hubiere).

Porque J Mascis es un músico. Esto, hoy en día, parece no significar mucho. Pero tipos como Mascis le devuelven a las palabras su sentido primigenio. De hecho, voy a escribirlo de una manera que me gusta más —y que también es más exacta—: J Mascis, músico. Estamos ante un guitarrista increíble (al modo de un Neil Young más técnico) y un cantante de lo más convincente. Y lo más importante: sabe componer canciones. Digámoslo de una vez: J Mascis emociona. El grupo de su vida es Dinosaur Jr, extraño nombre para una banda no menos extraña. Una guitarra, un bajo, una batería; si el guitarrista es además el cantante, tenemos que bastan tres tipos para armar ruido. Bastante ruido, por cierto: Dinosaur Jr escondían su sensibilidad, su alma folk, tras el muro de sonido que construía Mascis con sus seis cuerdas. Surgidos a mediados de los ochenta —y reivindicados por Nirvana— deciden poner punto y aparte a su carrera en 1997. Y resulta que, en su regreso tras diez años sin actividad como grupo, graban su mejor disco (Beyond, 2007) y un notabilísimo sucesor (Farm, 2009). Pero hoy no estamos aquí para celebrar el retorno de Dinosaur Jr, estamos para rendirnos ante uno de los mejores discos del año. Uno de los que más he escuchado, uno de esos que, con la guardia baja, pueden hacerte llorar (o recordarte cómo era aquella época en la que la música era lo más importante en la vida).

Several shades of why, quédense con ese nombre. Una colección de diez canciones soberbias (doce en su versión especial) que el guitarrista y cantante de Dinosaur Jr nos ofrece en solitario. Eso significa que se hace acompañar casi exclusivamente por su guitarra (descargada de la electricidad y la distorsión que la caracterizan), y por algún que otro instrumento (violín, dobro, piano, alguna doce cuerdas, alguna lap steel…) que no desentona en absoluto en esta propuesta sincera y valiente. Porque para hacer esto bien —lo cual implica hacerlo de verdad— hay que tener una buena dosis de arrojo. Más allá de lo que aparentemente nos diga la letra de las canciones, en este disco hay lamento, (des)amor, ternura y alguien que sabe hacer muy bien su trabajo. Qué digo trabajo, profesión (o sea, profesión de fe). Porque Mascis no es sólo quien escribe y canta, es también quien produce. Y, en este sentido, la cosa se mueve como un reloj bien ajustado. Este tipo sabe lo que hace, conoce la medida. Algo que siempre conviene, pero que, en los discos denominados «acústicos» es, si cabe, aún más importante. Aquí no sobra nada —cuántos proyectos de este tipo hemos visto echarse a perder por su «sobrecarga»: o demasiados violines, o demasiados coros, o demasiado piano— y cada cosa suena como ha de hacerlo. Es un álbum que funciona como una unidad, pero, si llegados a este punto quieren nombres, les daré nombres. La primera canción puede interpretarse como declaración de intenciones y como emblema del disco: «Listen to me», acordes de guitarra durante catorce segundos y, en el segundo quince, Mascis empieza a cantar. Un minuto, sólo un minuto más tarde, ya puede saberse ante qué tipo de disco se está (y, por tanto, si gustará o no). Sigamos con el platonismo: es la clase de obra que parece haber estado ahí siempre, esperando a que alguien se decidiera a grabarla (por cierto, el Echo de Tom Petty es otra de ésas). La canción que da título al conjunto sigue por los mismos derroteros: hay algo de trovadoresco y hay un violín que cumple su función condenadamente bien.

Pero quizá mi parte favorita del disco se encuentre hacia la mitad. En esa pareja que forman «Make it right» y, sobre todo, «Where are you». «Make it right» proporciona sosiego, oxígeno, reposo, la clase de experiencia que reconcilia con el mundo (lo cual ha de incluir, necesariamente, algún tipo de trato amable con la naturaleza: sea pasear por el bosque, sea contemplar un mar en calma). Y, sumidos en ese estado de placidez, es cuando llega «Where are you». Bueno, más que llegar, sobreviene. Y consigue algo que va más allá de la paradoja e ingresa en el ámbito de lo contradictorio: hace daño deleitando, construye un himno a partir de la nostalgia, pero lo hace —y he aquí lo insólito— produciendo invariablemente una sonrisa. Diablos, ¡es una canción triste y alegre al mismo tiempo! Aquí debe de haber algo de alquimia.

Y el disco sigue girando, y haciendo su trabajo. «What happened» cierra esta obra en su edición normal, y desde luego está a la altura. J Mascis deja escapar un solo de guitarra —es como si se hubiera estado aguantando durante todas las canciones precedentes; matizo: en la insuperable «Is it done» también fluye de manera subterránea esa electricidad que le es tan querida— que subraya las bonitas imágenes que transmite esta canción. Algo que vale también para el conjunto del disco y que sirve para recordarnos de dónde viene todo esto. Hablábamos al principio de lo gastadas que parecen ciertas palabras. Es un problema, claro, tan viejo como el lenguaje. Pero lo cierto es que lo que mejor describe a Several shades of why son palabras de lo más común: un disco hermoso, un disco especial (como los propios Dinosaur jr), un disco que nos ha salvado el año.