Carlos Henrickson: 44 canciones realistas. Por Cristian Foerster M

 

Carlos Henrickson: 44 canciones realistas
Libros del Pez Espiral, 2015. Colección Pez Espada (Poesía)

72 páginas
$6.000

 

Por Cristian Foerster Montecino

 

No sé bien por dónde empezar esta reseña, pues cada uno de los 44 poemas que componen este nuevo libro de Carlos Henrickson vislumbran distintas zonas del mundo, que en un principio, no parecen emparentadas. Sin embargo, existe un hilo subterráneo que hermana a estas 44 canciones realistas, o mejor dicho, un mismo prisma por donde pasan y resuenan: la literatura. Esta institución se nos presenta como un problema personal, que atraviesa el cuerpo propio de la escritura, situándonos al interior de un campo de batalla. Batalla en la que el hablante, a pesar de poder salir victorioso, su triunfo no repercute más allá de esos muros de papel, ya que “el mundo,/ el mundo, el mundo/ seguirá dando vueltas, en fraternal/ inercia”. Así una de las ideas que nos proponen estos textos es que el fin de lo literario no es cambiar la realidad de las cosas, ni mucho menos corregirla, sino más bien mostrar sus incongruencias y tratar -a regañadientes- de aceptarlas, o en su defecto, gritar y alegar.

Por otro lado, estos poemas, mientras los leía, me dejaron la curiosa sensación de que hubieran sido escritos en otra época, una ajena a los problemáticas “contemporáneas”. Este dejo anacrónico no solo se debe a los géneros -por llamarlos de algún modo- menores u olvidados (la balada, la parábola, el salmo, la oda, el brindis, entre muchos otros) que allí se cultivan, sino que, sobre todo, por el tono afectado del hablante, el cual recuerda a la de esos poetas portentos, que declamaban del mismo modo sobre su vida personal, como de un problema social o metafísico. Todo tocaba y movía y removía su sensibilidad, todo era motivo para emprender el canto de la pluma. Por lo mismo, la escritura de Henrickson a la que más se asemeja es a la de Enrique Lihn, el último de los poetas de antaño. Como señala Roberto Merino en su libro Lihn: ensayos biográficos (Ediciones UDP, 2015), la figura del poeta ya era anacrónica para su tiempo; un remedo o parodia del intelectual ilustrado, que repite como un loro una monserga desfondada y aprendida de oídas. En el caso de Henrickson el anacronismo es doble, pues no solo nos vuelve a enfrentar a la decadencia de esa voz, sino que a su vez nos recuerda que su potencial futuro también se encuentra anulado: “A mi poesía/ ya llegaron, ya están aquí, se quedaron a vivir,/ obstinados y firmes, los verdugos.”.

A pesar del nihilismo de base -y sin el cual no sería posible vincularse críticamente con la tradición literaria-, en 44 canciones realistas presenciamos una suerte de veneración por las palabras,  palpable en el modo en que estas han sido cuidadosamente elegidas para vibrar entre sí, como si en ellas se encontrara sepultada una última gota de esperanza: “el mundo asuma sus antiguos deberes, y ya/ que proliferan las lenguas y delirios/ como obreros camino a la muerte, y ya/ que a nadie le importa si esta o la otra/ voz, si este u otro libro, que todo verso/ es aire, voy/ a cantar.”. Esta esperanza más bien parece ser una especie de nostalgia acotada por un momento histórico en que lo literario ocupaba un lugar central en la sociedad. Hoy en día este se encuentra desfondado, pero existen algunos valientes que aun insisten con su pantomima para resistir los vértigos del fin de ese mundo.