Greta Montero: Balada del Señor Cuervo. Entrevista RL + fragmento
Greta Montero Barra (Coronel, 1986) es autora de Dummies (2013). Poemas suyos fueron incluidos en la Antología histórica de poesía: Balmaceda BíoBío 1998-2010, editada por Rodrigo Hidalgo (2011) y en 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI, editada por D.G. Helder, Daiana Henderson y Bernardo Orge (Rosario, Argentina, 2014). Actualmente finaliza el doctorado en literatura de la Universidad de Chile. Balada del Señor Cuervo es su segundo libro.
¿Qué libros marcan la escritura de Balada del Señor Cuervo?
Este libro en su estructura general está directamente marcado por ciertas lecturas de novelas decimonónicas que leí entre los 11 y los 17 años. Estas son: Orgullo y prejuicio, de Jane Austin, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, y Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. Además, gracias a mi trabajo en el Doctorado de la Chile, tuve la suerte de leer hace eso de un año la novela de la dominiquesa Jean Rhys, Ancho mar de los sargazos, que es una reescritura de Jane Eyre encarnada en Antoinette, una mujer antillana. Allí Rhys cuenta la historia de Berta Mason, un personaje secundario en la novela canónica, desarticulando el estereotipo de la mujer del Caribe. Balada del Señor Cuervo intenta también reescribir estas historias decimonónicas, resignificando mujeres reconocibles en nuestras villas y poblaciones que se esfuerzan por sobreponerse al imaginario patriarcal, femicidios mediante, desde la precariedad de sus propias lecturas de episodios románticos y familiares. Esta reescritura de mi libro las desterritorializa, abstrayéndolas de sus locus enunciativos primigenios, exponiendo sus realidades de seres subalternos que se debaten y subviven, lejos de la historia oficial, en cualquier gueto y pueblo sudamericano. En el caso de Balada del Señor Cuervo, en torno al Golfo de Arauco, en la zona del carbón, particularmente, en el puerto de Coronel, Chile.
¿Qué lugar ocupa este libro en tu proyecto literario?
En este momento ocupa un lugar muy relevante por cuanto considero que es un proyecto aún no terminado. Además es un libro que está nuevito, recién salido del horno y eso hace mucha ilusión. Quizás, la escritura de mi siguiente libro se inicie a partir de la segunda parte de Balada… Con mi libro anterior, Dummies, trabajé con la intertextualización de obras más propias de la ciencia ficción y la cotidianidad, aunque también con una posición crítica ante episodios familiares, extrapolados al autoritarismo, por un lado, y la ambigüedad de los afectos, por otro, en la crianza de las hijas, aun cuando trato con menos profundidad el tema de género.
¿Cómo escribes? ¿Algún método o rutina?
No, a mi pesar, creo que no tengo ningún método, en particular, para escribir un texto. Tal vez, sí, puedo mencionar que empiezo escribiendo todo en prosa, sin la urgencia de la escritura en verso, de modo que siempre la primera versión de un poema mío es excesiva. El exceso permite más tarde la corrección y en algunos casos las versiones de lo anteriormente escrito. Creo que el rigor asoma en esta segunda fase: cuando corrijo lo primeramente escrito.
¿Hay una “escritura femenina”? ¿Se distingue del resto de las escrituras?
Este es un cuestionamiento que se han hecho las feministas desde hace varias décadas y que llegó a su clímax en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado. No es difícil deducir que a los hombres no se les pregunta sobre una escritura masculina. Se considera obvio. Yo conozco muy bien a poetas (varones) que han escrito hermosos poemas que podrían catalogarse como profundamente femeninos. La respuesta es no, no hay escrituras femeninas, masculinas, homosexuales. Solo hay discursividades, enunciaciones. Hélène Cixous enseña que la escritura femenina no es masculina ni femenina y es a la vez ambas. Ella dice: “no se puede seguir hablando de la mujer ni del hombre sin quedar atrapados en la tramoya de un escenario ideológico en el que la multiplicación de representaciones, imágenes, reflejos, mitos, identificaciones transforma, deforma, altera sin cesar el imaginario de cada cual y, de antemano, hace caduca toda conceptualización”. Esto lo publicó ella en el 95. Creo que ha pasado suficiente tiempo como para referenciarlo como información, al menos.
Considero que lo que existe es una escritura subversiva, libertaria, de denuncia, de resistencia y celo con el oficio de escribir. En eso creo yo.
¿Tiene nombre tu próximo proyecto? ¿De qué tratará?
No, no tiene nombre, ni sé de qué se trata. Tengo algunas ideas, que van desde escribir un poemario sobre el desierto hasta escribir un bestseller romántico o intertextualizar a partir de series de TV, algunas son muy interesantes. Tengo ideas, pero no sé lo que vendrá.
De qué preocuparse y de qué no…
Bueno, tengo varias cosas sobre las cuales preocuparme como qué es lo que voy a hacer cuando se me termine la beca Conicyt, dónde voy a conseguir pega, ¿podrá una persona con un posible doctorado en literatura y sin santos en la corte hacer trabajo académico en alguna universidad? Como cualquier hija de vecino debo seguir pagando la hipoteca de mi casita básica, el colegio de mi hija, el auto que me traslada de lado a lado de la ciudad para llegar al colegio donde enseño. Una profe siempre tiene preocupaciones como éstas, incluso una profe con postgrado que no ha dejado de estudiar desde que egresó del pregrado y que de poco le ha servido a la hora de afrontar estos temas del día a día. ¿Y de qué no preocuparme? Pues del cariño y cuidados con que está creciendo mi hija de seis años. Definitivamente está creciendo bien, perceptiva e inteligente. Ella tiene un buen papá y yo un buen esposo que nos entrega todo su apoyo y sensibilidad en nuestra vida en común. ¿Y respecto a la literatura? Creo que ella seguirá leyéndose y seguirá escribiéndose conmigo o sin mí, de modo que pienso que eso está dentro de aquello que no me preocupa en estos momentos.
Selección de poemas de Balada del Señor Cuervo (Overol, 2016)
Parque Isidora Goyenechea
Cuando creíamos
habernos despertado,
repentinamente
conscientes
de nuestro verdadero
nombre,
como a todas
durante el sueño,
ya nos habían
rebanado el cerebro, Berta.
¿Estamos en qué lugar?,
te preguntabas.
¿Estamos en los ojos
ardientes
del grisú
o simultáneamente
en la mirada
hacia dentro y hacia
afuera
de la piedra negra
de espelunca?
¿Hemos muerto, Jane,
hemos vuelto
a nacer
en algún otro ignorado
lugar
de las Antillas?
(Quizás como todas nosotras,
Isidora,
como todas las que alguna
vez
nos adentramos
por los muros inhóspitos
y fríos
de esta mansión
del Valle de las Hortensias,
entre las confinadas
estatuas
de niebla
sobre las siete minas
del subterráneo Mar de Lota).
Amigas por siempre
Te recuerdo corriendo
por las riberas
del Bío-Bío, Antonia,
a lo largo
de unas noches eternas.
Contándome
tus vergüenzas de niña
desquiciada
con la lengua traposa.
Recuerdo nuestras risas
destempladas
con la primera luz
sobre el césped
en los jardines
del Gran Concepción.
Te recuerdo contándome
las razones
de tu odio por el mundo
y las razones
de tu pelo
como púas de pino.
Las historias de otro tiempo
nos habían ido
tragando
una a una en esas corridas
nocturnas
agrias de alcohol y cigarrillos.
También te recuerdo
hablando
mal de mí a los hombres
interesados
en nuestras
mejores noches
de glamour y seducción.
En esas huidas por la bruma
nos polveábamos
la nariz
en los baños de los bares
dispersos
desde la Plaza Perú
y la Diagonal
hasta los Tribunales.
Nos hundíamos
hacia la Plaza España,
para reaparecer
en la pileta de Paicaví,
ésa que se vino
abajo
después del terremoto.
Por muchas noches más
fuimos amigas
de letras y abandono,
acordando
no colisionar
con las miserias ajenas
ni las verdades
personales,
en nuestras diferentes
declaraciones de principios
y conversaciones.
Sin mayor audacia
ni historias,
huérfanas y provincianas,
de lengua viperina,
desde cada noche
de la noche,
retornábamos
a los inaplazables
pasillos
del extrañamiento,
siendo las mismas
de la jornada
anterior,
con la inevitable
llegada
de la amarga
luz del día siguiente.
El tiempo vuela
Esa noche ayudé a mi padre a plantar
un árbol
en el centro del huerto, donde mi madre
cultivaba las frutillas
que yo miraba crecer,
desde la ventana, siempre pequeñitas
y verdes,
en la oscuridad,
demasiado ácidas, todavía,
mientras la luna se alzaba muy alto
sobre las montañas.
Años después aquel viejo castaño
se convirtió
en mi refugio,
cuando me sorprendía la lluvia
en días de tormenta.
La espesura de su follaje no impedía
que escurriera
el agua
y resbalara fría y gruesa
–tampoco los inviernos
que vinieron–
entre sus hojas, sobre mi cabeza.
Con el paso de las estaciones todos
debimos partir
una noche
de madrugada, antes de que viniera el sol.
El huerto, aquel castaño, las frutillas,
mis padres,
se quedaron,
sin saberlo, envueltos por la niebla,
del otro lado de la floresta.
Nuestra casa, de aquella época de mi vida,
pese al mucho tiempo
transcurrido,
ya no ha vuelto
a aparecer donde la dejamos entonces.
Patología femicida
Esa vez mi Edward ya no pudo guardar
sólo para sí
su furor, sus sentimientos.
Las maniobras entre los ácidos
y los monopéptidos que realizaban
el trabajo
de la fagocitosis
no tuvieron un buen final.
Luego de haber pasado del capullo
a la flor,
yo
no terminé siendo
la apetecida
fruta que él tanto anhelaba.
Después de las contusiones,
los leucocitos
de los cuerpos
apoptóticos
pudieron haber sido los responsables
de inducir
a los macrófagos,
para que estimularan una respuesta
inflamatoria.
Aunque las membranas ad hoc
no formaron
pulcramente
su vesícula
para degradar los antígenos,
la hinchazón igualmente se produjo
en mis células
epiteliales de más abajo.
Una vez que las sustancias de la ira,
el desgaste de la templanza,
el desprecio, los celos,
el terror,
entraron en sus huesos,
ya no fue posible
para ninguna de sus sobrevivientes
células
por varios
períodos de mí enamoradas,
mediar,
aplacar,
detectar
las toxinas venenosas,
restituir la pasión, extraerlas todas.