Aunque lo nuevo sea repetición. Sobre “Mil hojas. Formas contemporáneas de la literatura” (Carlos Walker, compilador). Por Matías Celedón 

 

Carlos Walker (compilador): Mil hojas. Formas contemporáneas de la literatura
Hueders, 2018
436 páginas
$13.000

Por Matías Celedón

[Texto leído en la presentación del libro realizada en BiblioGAM el 21 de junio de 2018]

 

Hace unos años, para esta misma editorial, me tocó entrevistar durante todo un verano a los curadores de las distintas áreas del museo de Historia Natural. En ese momento eran seis áreas –Antropología, Botánica, Entomología, Paleontología, Zoología invertebrados y Zoología vertebrados–,  pero en otro momento habían sido seis secciones  –Antropología, Botánica, Entomología, Geología, Hidrobiología y Zoología–, por lo que muchas colecciones todavía no habían sido re-catalogadas. En parte, porque llegaban nuevas piezas y colecciones que había que ingresar y clasificar mientras tanto. Además, porque no solo los campos, también las formas de archivar y clasificar iban variando con el tiempo. Incluso ellos mismos, algunos se jubilaban. Cada cambio de paradigma o nuevo protocolo de taxonomía, suponía actualizar las bases de datos de lo que había pendiente sin dejar de incorporar al mismo tiempo las nuevas adquisiciones. Cada nuevo conocimiento científico, cada cambio tecnológico, implicaba revisar y, a veces, reordenar el inventario, redactando un catálogo sin horizonte en donde nunca iban a poder saber realmente todo lo que tenían. Era un trabajo interminable. Lo realizaba una tribu pequeña de investigadores que vivía en las cavernas del Museo. Un ejercicio permanente de preservación y actualización de la memoria que siempre me impresiona. Rescato de esa labor, la curiosa vocación del investigador, cualquiera sea su disciplina.

En el caso de la literatura, la materia de análisis es escurridiza, pues la unidad de estudio, en sí misma, es una caja negra que produce activamente realidad. Al marco reflexivo propuesto por Mil hojas, se añade otro elemento inestable: lo que convoca es la contemporaneidad, el elusivo presente, “que deviene problemático, pues se presenta desactualizado”, como señala en uno de los ensayos de este libro Christian Galdón. Tomando prestadas algunas palabras de Carlos Walker, el compilador, Mil hojas se podría entender como un conjunto de ideas y entradas posibles en torno a un dispositivo de lectura construido a partir de una fecha determinada: la de un Coloquio que tuvo lugar entre Lieja y París en 2015 dedicado a reflexionar sobre las formas contemporáneas de la literatura.

La presencia del pasado prefigura el presente. El trabajo del investigador, del teórico, del académico, intenta dar cuenta cómo; en este libro es posible acceder a lo que piensan autoras y autores, ensayistas, narradores e intelectuales sobre el panorama de la literatura contemporánea en castellano.

Viene al caso precisar que, en cuanto a las formas, el objeto de estudio amplía el campo a manifestaciones narrativas como el cine, las artes visuales y la publicidad –se habla de autores como imagen marca–, asumiendo y señalando el gesto intrínsecamente contemporáneo de una literatura en expansión, más allá de sus límites, fuera de sí.

Ante el ocaso de la literatura como arena central de los debates culturales, Graciela Speranza impone una revisión decisiva: “‘Debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo’, dijo Borges en los años 50. ‘Podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas´. Es lo que están haciendo muchos artistas y escritores –añade ella–, que reconfiguran el mundo a su manera y amplían, sin perder su singularidad, el horizonte de lo diverso”.

Speranza ve en el arte “una creación en marcha y en la dispersión”. Entre distintos autores, este libro propone intuiciones compartidas que permiten esbozar una cierta problemática común respecto a su relación con lo contemporáneo.

Para Marcelo Cohen lo contemporáneo es “un enjambre de asociaciones que se precipita a aumentar la realidad del instante, o su vacío de significado”. Esa imposibilidad de habitar con propiedad el presente –ese estar mal informado sintomático que en su texto Edgardo Dobry rastrea desde Mallarmé–, da sentido a este libro, que permite estar un poco más al día del debate. A diferencia de lo que sucedía en el excepcional año 1969 en Argentina, como da cuenta el compilador en un divertido ensayo, hoy son pocos  –si es que existen– los medios y espacios concretos donde circule y se reúna la crítica, donde se lean y entablen estos debates, por lo que este libro cumple sin proponérselo esa función: acerca el pensamiento y la discusión de un coloquio a los que no pertenecemos a la academia.

Se hace difícil habitar el presente anclado a una actividad en esencia rememorativa. Mientras estamos aquí, una tribu de investigadores exhuma el pasado para encontrar los rastros de lo que sucede.

“Cómo los escritores se sitúan frente a las aporías del presente –se pregunta en otro ensayo Julio Premat–, qué concepciones del tiempo desarrollan, qué imaginarios al respecto, qué forma de relacionarse con el pasado, el presente y el futuro”.

El conflicto permanente del presente con la tradición, las posibilidades de diálogos con ese pasado a través del acceso a sus fuentes y discursos, la legitimidad y los usos del archivo y el documento, los propios cambios tecnológicos, permiten rescatar los “rastros de un diálogo material con las fuerzas naturales”, obligados a trabajar con el tiempo, contra el tiempo, todo en el presente –siempre–, sujetos determinados por la aceleración y superposición de discursos, compilando textos, narraciones, materiales literarios diversos que transitan por “estratos líquidos” y “espacios de simultaneidad”.

El libro reúne voces de relevantes narradores actuales sometidos a la pregunta de cómo se perciben y entienden ellos mismos en esa arena movediza. Es interesante, por ejemplo, leer autores como Marcelo Cohen, Sergio Chejfec o Hernán Ronsino obligados a pensar la contemporaneidad de sus propias literaturas, sus procedimientos y llamados personales, patentando sus filiaciones.

Seña ineludible –al parecer– de nuestro tiempo, el trabajo documental, en su variante más contemporánea, propone matices que resignifican el acceso a un pasado reciente a través de los usos de los archivos. “El archivo puede ser considerado como la reconversión del historicismo: sin linealidad, sin teleología, el archivo es la superposición de restos del pasado en estado no narrativo. Es una suerte de historiografía portable que puede servir para contar diferentes tipos de historia o ninguna”, observa Graciela Montaldo, a propósito de la película Balnearios de Mariano Llinás. “¿Cómo se repiensa el vínculo entre referencialidad y textualidad en estas narrativas? –se cuestiona Ilse Logie en su ensayo– ¿Cómo funciona en ellas la referencia al documento?”. “Frente a la escritura no creativa, por ejemplo, la escritura lenta que utilice a la tecnología como herramienta de ‘producción intelectual’ y no como herramienta de consumo. Frente a la escritura que solo se interesa por el presente desacoplado del pasado; la escritura que se enlaza con el pasado para discutir tradiciones, herencias. Frente a la escritura que desprecia la memoria, organizada por un algoritmo –escribe Ronsino–; una escritura con memoria crítica, hecha por sujetos”.

Los autores de este libro componen un interesante cuerpo de textos críticos. Reflejos teóricos que dan cuenta de nuevos espacios, pero sobre todo, de la necesidad constante de tener que pensar, desde algún lugar, la literatura.

 

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