En el camino inverso surgen los amuletos. Sobre “Curvatura del ánimo” de Daniela Escobar. Por Sebastián Gómez Matus

 

 

Daniela Escobar: Curvatura del ánimo
Editorial  603, 2018
80 páginas
$ 9.000

Por Sebastián Gómez Matus

Torta de piña remojada en pisco, un perro acaparador, un globo melancólico, son algunas de las figuras que aparecen en un mundo tan único como extraño. El tiempo hará de Curvatura del ánimo un clásico. En cualquier época el libro sería crítico, corrosivo, vital. No se parece a nada y devuelve al lector la poesía en su sentido más radical: trasladar el sentido hacia lo desconocido. No obstante, el mundo retratado es familiar; somos capaces de reconocer su extrañeza dada la precisión suprematista de Daniela Escobar.

Los poemas son de una calidad inaudita, no construyen ningún discurso y a la vez destruyen todo discurso. La voz dice primero llorar, después aprender a leer. Los vínculos están castigados y de ahí surge una luz opaca que muestra el idioma de la gravilla que practicamos. En otros términos, somos espectadores de nuestro anticapitalismo para poder consumir con impunidad. La autora no iza bandera alguna, más bien deja a media asta la bandera del mundo, muestra las grietas de lo real, que rezuma a través de lo cotidiano. En una escritura sin propaganda, emerge la música de la negatividad, “El placer de retirar el brillo, /desprender lo que llama la atención”.

“Prometo no manchar nada, solo la esfera es perfecta”. La economía doméstica, la herencia patriarcal (un lápiz blanco), la tristeza inmortal de la madre, las cosas vegetalizadas y los vegetales cosificados, “la cima entre el primer y el último aliento”, todo encuentra un espacio en estos poemas, cuya dúctil versificación, la gran cantidad de elipsis, el uso rítmico del punto y coma, la economía del habla, en definitiva, dan cuenta de un oficio poco usual en nuestra lírica. Da la impresión de que cada palabra fue esculpida y no puede volver a ser tallada. Nada falta, nada sobra. Todo lo injusto se vuelve justo en su escritura. Ajusta la realidad de acuerdo a sus trece horas de sueño –como enfatiza en un poema–, y hace coincidir esto con su descanso. Otro poema pregunta: “¿No le estarás dando mucho protagonismo a la vida?” La poeta sabe que la ideología general es el cinismo, que la moneda corrige el hueso.

El fantasma desterrado de las cosas y la realidad coincide con la máxima de Diógenes el Perro: “He venido a devaluar la moneda”. El amor, la familia, la amistad, están devaluados; todo está expuesto en su contradicción. El nivel de tensión en los poemas ataca los “capitales de reputación”, sometidos a lupa para quemar papel con sol. Estos poemas devuelven la miseria del mundo impecablemente escrito –“¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?” No se parecen a nada, algo difícil de lograr hoy dentro de la política taller-postulaciones y la política redes sociales. El corvo está realmente afilado. Un libro así debería revitalizar la poesía de todos quienes escribimos poesía, puesto que devuelve, no sin cierta violencia, una posibilidad, la posibilidad de decir algo dentro (o fuera) de un sistema cultural subyugado por la industria cultural.

Quisiera destacar un poema que le escribe al Óscar, un señor que lleva años afuera de una botillería en el vaticano chico. Es un poema que se sale de la página, porque narra algo que está sucediendo hace años. Hasta el momento nadie había escrito un poema sobre Óscar, y lo saca de su anonimato, lo integra al mundo de los lectores. Seguramente en él ve sintetizado lo que critica en el libro: el realismo capitalista sobre el que se organizan los ojos.