Enero, prolífico de teatro en Santiago de Chile. Por Bernardita L. M.

La apertura de 2014 en Santiago, estuvo rebosada de oferta teatral. La ciudad se cubrió de afiches, pendones, correos electrónicos, eventos en Facebook, llamadas telefónicas y largas filas en las boleterías de los teatros oficiales.

El enero teatral en Santiago demuestra que somos un país culto, cualquier extranjero que visite esta ciudad durante el mes podrá decir que en Chile se hace y se ve mucho teatro. La segunda afirmación, una bella postal veraniega.

Oferta miscelánea: Festival Internacional de Teatro de Quilicura; Festival de Teatro de la Reina; Escena Independiente  y  Ciclo de Selección en Sidarte;  Festival de Teatro en Ceat;  Festival Santiago Off; Festival Internacional de Teatro Santiago a Mil; ciclo Teatro Indie en la Estación;  y más.

Dentro del panorama, destacamos la primera versión del ciclo Teatro Indie en la Estación, organizado por el Centro Cultural Estación Mapocho, a quienes felicitamos por la apuesta independiente y porque cada función que nos tocó asistir se realizó a sala llena, lo que dado el panorama, es un triunfo radical que esperamos se repita con nuevos y más ciclos durante el resto del año.

Revisamos las obras presentadas en esta primera versión del ciclo de teatro independiente, que reunió la propuesta de tres compañías chilenas: Teatro Niño Proletario, con la obra Barrio Miseria; Teatro Amplio, con El señor Galíndez;  y Los Contadores Auditores, con En busca del Huemul blanco. Todos los montajes tuvieron entrada popular de 2 lucas  y se realizaron entre los días 13 y 18 de enero.

CICLO DE TEATRO INDIE EN LA ESTACIÓN

Barrio miseria | Teatro Niño Proletario | Dirigida Por Luis Guenel

Cuánto se agradece la habilidad de construir un discurso escénico preciso y congruente. Una imagen hiperrealista de algún lugar de Valparaíso que puede ser cualquier lugar, barrios miseria hay en todo Chile, seguramente en todo el mundo. Esa transversalidad enriquece el discurso, que no es un discurso sobre la chilenidad de la pobreza, llorón o cursi, es un discurso que se abre al instinto de superación humana a través de sobrevivencia a toda costa y en condiciones deplorables. Las relaciones humanas surgen desde una base quebrada, fundada en el miedo, la decepción, la desconfianza, y la ausencia de amor propio.

Un grupo de personas vive en una pieza arrendada: dos chicos y una joven punk, la madre de esta y su pareja peruana.

La estética punk del relato no solo está puesta en las moicas y las pantis rajadas, está en el espíritu del montaje, en la decepción absoluta frente al mundo establecido: robar para vivir, matar para sobrevivir, fumar pasta para olvidar, tener un trabajo miserable, jalar para pasar el rato.

Un encadenamiento de situaciones problemáticas.

Las principales tensiones se presentan entre el conflicto de los  jóvenes, microtraficantes de coca, que ante la muerte del patrón del puerto, deciden empoderarse del negocio en la zona, una oportunidad para ellos; frente a sus cuestionamientos morales cuando “el mosca” un menor de edad los contacta para comprar droga, situación que genera desacuerdos al interior del grupo que finalmente es sorprendido por el niño, arma en mano, quien los traiciona para quedarse con la plata, la merca y sus vidas, en un ciclo trágico creciente.

Las problemáticas de esta juventud, se mezclan con la relación de la madre y “el cholo”, quienes trabajan disfrazados de Hello Kitty y Barney, una relación pobre de amor, deslavada y sin expectativas.

Los conflictos se cruzan a través del personaje de la hija, la joven punk. “El cholo” tiene una obsesión sexual con ella, la trata con suavidad, con aparente respeto. La madre prepara el momento para que su hombre se sirva a su hija. La deja sola con él, encerrada en la habitación. La joven se transforma en la cuerda transversal de esta historia común. Lucha desanimada y cansada al hostigamiento sexual de “el cholo”, pero cede, exige apagar la luz.

Este momento de oscuridad evidencia la médula de la obra, resignación absoluta, agote de lucha e inhabilidad para revertir la situación dada. Sin trucos de ficción-realidad, ni pedanterías,  el montaje interpela a los espectadores, desde la teatralidad coherente del discurso escénico.

Después de esto la vida sigue normal, la normalidad de este universo es particular. Violencia y muerte, ni un mínimo viso de felicidad, no la quieren mostrar, es una decisión y se comprende.

Basada en el cuento Barrio miseria 221 de Daniel Hidalgo (Das Kapital Ediciones, 2011).

El Señor Galíndez | Teatro Amplio | Dirigida por Antonio Altamirano

Antonio Altamirano dirige y adapta la obra original de Eduardo Pavlovski, una mirada a la dictadura argentina, escrita en 1973, transcrita al contexto dictatorial chileno.

La obra expone la cotidianidad de dos hombres adultos que habitan una especie de oficina- pieza-comedor, un lugar donde trabajan y viven acompañados de una mujer mayor que limpia el lugar, les cocina y practica una relación erótico-maternal con ellos, una anciana que posee un discurso anti juventud característico de quien se niega a los cambios y al paso del tiempo.

La obra se desata con la llegada de un joven a este universo extraño, un aprendiz enviado por el Señor Galindez, poder omnipresente, que ordena las acciones de los dos hombres y es modelo ideológico del joven recién llegado.

Avanzada la obra se nos muestra el mundo cotidiano de estos sujetos adultos: comen, echan la talla, conversan de la vida, uno de ellos conversa telefónicamente con su esposa, con su hija, se muestra amoroso, buen padre, buen esposo, con las alteraciones de cualquier hombre. Practican cierta violencia con el joven, dada su condición de aprendiz, se ríen de él, lo hacen dormir en el suelo, lo hacen comer sus sobras. Un entrenamiento para formar desgraciados o militares civiles.

Esta relación otorga los primeros datos del oficio que practican los hombres, en el estado más puro de su humanidad: la cotidianidad.

Dos torturadores en el día a día, en la espera de las órdenes. El Señor Galíndez moviliza la escena, es la única tensión presente. La espera de su llamado es el sentido de la vida de los personajes adultos, a la vez que su omnipresencia representa el modelo intelectual del joven aprendiz.

Se exhibe la vida cotidiana, casi sin saltos temporales, un paso a paso del tiempo que si bien es necesario para construir el discurso, se establece durante los primero veinticinco minutos, tiempo suficiente para que los personajes empaticen con el espectador, habiten el espacio, sean divertidos, simpáticos. Este tono se extiende durante largo tiempo avanzada la obra, lo que gradualmente se va transformando en un estado situacional plano,  repetitivo y carente de sorpresas que alteren o quiebren lo que ya se nos ha mostrado.

Un giro importante se da con la llegada de dos prostitutas. Aquí se muestra todo lo esperable,  las putas resultan ser comunistas, lo que alimenta las ansias de tortura de los hombres que organizan el espacio para el trabajo, el que no alcanzan a ejecutar por que el Señor Galíndez llama para retirar la orden.

Se extraña la enfermedad de esta cotidianidad, ver los agujeros de esa relación humana, algo que está entremedio pero no alcanza a aflorar. Se da todo, el texto, la actuación, la dirección nos entrega la obra absolutamente masticada para tragar.

El trabajo actoral es de gran valor, juegan todo lo necesario, todo lo que se les ha pedido, pero hay riesgos que no se corren. ¿Qué nuevos riesgos puede correr la escenificación de un texto como este? Si bien se plantea la necesidad de revisitar el tema, la trama es conocida para el espectador, entonces ¿cómo organizar esa trama para resignificarla en el presente?

El diseño escenográfico de la puesta es bello, por la distribución de los elementos, los colores, los objetos, las texturas, sin embargo recalca el discurso puesto en el texto, en la actuación, en la puesta en escena total. Los elementos comparten un mismo plano discursivo. Los actores organizan sus acciones sobre este diseño con la seguridad de moverse en un espacio habitado, propio. Esta seguridad es un regalo bien preciado para la puesta, es la base de su discurso: una cotidianidad absoluta, normal y poco problematizada.

 

En busca del huemul  blanco | Los Contadores Auditores | Dirigida por Juan Andrés Rivera

Al fin poder ver y comentar una obra de Los Contadores Auditores, era el incentivo inicial de asistir a este ciclo. Se habla de Los Contadores Auditores. Ellos hablan de sí mismos y se leen comentarios de amor y odio en su página de Facebook.

Llama la atención la biografía que los rodea: un par de diseñadores teatrales que forman una compañía y crean desde ahí. Bien. “Muy críticos”, “irónicos”, “divertidos”. Bien.

Indisciplinados.

Las expectativas crecían y crecían.

La caída fue dolorosa.

La característica principal de esta compañía, al parecer, es arrancar de la academia, de lo discursivo, de lo serio, “usar el pop y la comedia para reírse de lo que nadie se ríe en las tablas”, según el Wikén. (Usar la categoría de “tablas” es un horror).

En busca del huemul blanco es una obra que se autosabotea constantemente, no como lenguaje, no como estética, no como discurso.

Si bien la historia es sencilla y poco interesante en cuanto a los conflictos que presenta, tiene un potencial desaprovechado: la fantasía.

Lo que podría ser un cuento animado, un musical maligno, pero hermoso, por los colores, por los personajes, los albinos como protagonistas, como héroes blancos, el frío del sur, el bosque, elementos exquisitos, se queda en un “podría ser” largo y poco atractivo. Llama la atención que los diseñadores escenográficos y creadores no jueguen con las capas narrativas que tales elementos les ofrecen.

El lenguaje escénico es confuso, con un discurso visual y textual poco coherente y relevante,  las actuaciones son sucias, las coreografías también. No es que la obra se trate de eso, de actuar de mentira, de no tener discurso (toda postura tiene un discurso), hay una intención clara, y eso es notable, un esfuerzo por romper con cierta tradición. Sin embargo algo no cuadra.

La compañía deja ver su necesidad pero no logra superarla.

 La relación con el espectador, curiosamente, es distante y conservadora. Es lamentable ser espectador de un juego en el que no podemos participar, porque vemos cómo juegan y lo disfrutan los actores, de eso ni duda, juegan como niños caprichosos, ensimismados. Se valora el espíritu adolescente, pero abran la ventana.