El regalo de Mnemosine. Sobre sedimento de Gaspar Peñaloza + poema del libro. Por Sebastián Gómez Matus

 

El regalo de Mnemosine. Sobre sedimento de Gaspar Peñaloza.
Por Sebastián Gómez Matus

 

Para muchos es conocida la vuelta de tuerca de Lacan al psicoanálisis freudiano: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Montalbetti, el poeta peruano, corrige y dirá “como el lenguaje”. Así sedimento de Gaspar Peñaloza (1994), quien pone a bucear al lenguaje y  traza un camino entrecortado hacia los materiales ciegos que se acumulan en nuestro abandono, donde el trabajo de la escritura galvaniza con otro-tipo-de-ceguera esa madeja que dice “esta es mi huella”.

Hay algo en nosotros que es imborrable (o hay algo en nosotros: lo imborrable). De todo lo demás podemos prescindir. Mi intuición es que estos poemas se dirigen hacia esa huella que alguien llamó huella mnémica, siendo esta el modo que tienen los acontecimientos de inscribirse en la memoria. La línea de arcilla que deja el macetero arrastrado hacia el sol en el arranque del poema es un claro ejemplo de esto. Y esto queda como huella en el poema, que vuelve sobre esa imagen pero siempre de otro modo, y sedimenta.

Coincido con Lucas cuando menciona el drenaje como metáfora del libro, que se parece mucho a la palabra lenguaje y a lo que hace el lenguaje con el sentido: lo drena. sedimento devela, más que la acumulación de lo real –si acaso existe tal cosa dentro de la realidad- el flujo interior que produce, el procedimiento mental que hace memoria de estos materiales que componen la vida y el mundo y que en el hablante, más que anquilosarse, transitan como si el mismo se ausentara intermitentemente para incrementar la fluidez de los fogonazos, como si la intermitencia fuera su combustión. La memoria aquí no se hace sino que se deshace, y ese movimiento in-verso genera un sustrato genuino (el poema) de lo que pudiera quedar dentro de la cabeza de alguien. De allí quizás la forma, el espacio que respira entre los fragmentos que ponen en circulación (y utilizo esta palabra pensando en la idea de acumulación) los materiales embodegados en lo que llamamos memoria.

Un aspecto interesante de esta búsqueda es el hecho de que no sea temática, de allí la sensación de flujo, como si la escritura abriera las exclusas del agua servida de la memoria para sentir el vado en vez de catalogar con un mapa de búsqueda preliminar. Con esto quiero decir que, siendo la memoria algo trascendental en el libro, no termina siendo un libro temático. Entre todas sus capas, persigue una huella que podría ser “la historia del sol”, “un río que vela piedras preciosas” o “recorrer con la mente/ los caminos al interior de la máquina”. Vale decir, no es un ejercicio de memoria eminentemente autobiográfico. A pesar de que la infancia es un tema dentro del libro, me parece más una forma de recordar; la más vaga de todas y que en este caso sirve justamente para echar andar la memoria desde lo más distante, donde los hechos se han reconstruido una y mil veces a través de los años, con lo que entramos de plano en el terreno de la ficción.

Mientras leía sedimento estaba releyendo Secciones eternas de Tom Raworth, y tanto el ritmo como la composición de los fragmentos del libro del británico me parecieron muy cercanos al libro de Gaspar. Es más, en un poema de Raworth creí hallar una guía de lectura para sedimento: “este es el callar opaco/ a través del cual/ es imposible ver”. Cuando el poema avanza prístino y a ratos más prosaico, de pronto recupera una velocidad ciega, una oscuridad portuaria, a punta de cortes abruptos y encabalgamientos, echando tierra sobre nuestra lectura, como si la escritura le hiciera zancadillas a la memoria no dejándola venir de forma lineal ni literal, yerta, no dejándola ser inventario, como sucede en la mayoría de los textos autobiográficos en boga.

A propósito, quisiera enfatizar algo: con los años la memoria se ha vuelto, primero, una institución, un programa de cultura; y en segundo lugar, es ineludible, lo que la vuelve zonza y, aun  peor, estéril. Actualmente, la gran mayoría de escritores y poetas quieren hablar de lo que les pasa o les pasó, pero pocos toman en cuenta que en el uso del lenguaje el mismo lenguaje lo va dejando a uno en segundo, tercer y hasta cuarto plano. Sin embargo, esto también sedimenta. Desde que “sabemos cuánto/ dura una vida/ al pensar el tiempo/ hacia delante”, no podemos pensar ni hacer memoria de manera documental, temática.

Sé que a Gaspar le interesa la memoria sobremanera, pero no como museo o institución, sino que como algo práctico, presente, como quien chutea una tapita o una piedra mientras camina. Lo que titila en la orilla de la experiencia, en la triple frontera pasado/presente/futuro, donde es el yo quien coordina la brutalidad de los acontecimientos. Y a propósito de este monosílabo demodé, Gaspar entiende o intuye que no es relevante como no sea un catalizador de lenguaje, “una piedra rodeada por el bosque”.

Sobre este tema hemos conversado bastante, por lo mismo quisiera hacer una breve digresión. En el ensayo El lugar de la memoria, Mario Montalbetti arroja varias luces sobre el uso de la memoria como estrategia política, que es, a mi modo de ver, contra lo que Gaspar escribe, contra toda estrategia, contra todo programa, “contra una planta muerta”, oponiéndole a lo político, lo poético. La memoria viene siendo utilizada como un lavado histórico, donde se explota el lado perverso de la memoria, la nostalgia, que no sólo no nos libra de no cometer los mismos errores del pasado, sino que garantiza que esos mismos errores se vuelvan a cometer. En el caso de sedimento, la memoria sirve como chispa para encender las posibilidades, y Gaspar no erige sus recuerdos como una poesía del yo sino que comparte su memoria y la deja a disposición del lector, que bien puede o no identificarse con algunas cosas; por lo demás, si el lector sólo busca identificarse no tiene mucha gracia, la lectura se agota muy rápido. Por ejemplo: “nada como el agua con sabor a manguera/ afuera de la casa de alguien”. Seguro muchos hemos experimentado ese goce, en verano, muertos de calor. Eso es la memoria: no priva, entrega, queda allí puesta al que le calce. Si alguien nunca tomó agua de una manguera, no importa, sabe que eso existe y que resulta gozoso. Es decir, quien no lo haya experimentado bien podría hacerlo en algún momento, gracias a la memoria de otro, que ahora es parte de la suya.

Para terminar quisiera cotejar dos versos que para mí condensan eso que está en sedimento y que no es tan fácil de decir. “Descansamos al estar/ en dos puntos a la vez” es equivalente a otro verso que encontramos varias páginas más adelante: “No basta con un ojo adentro/ y otro afuera” Para mí el libro descansa en esa dualidad sutil, en ese satori fundamental que nos permite tomar distancia con cualquier tiempo verbal, por tanto de la celeridad con que el mundo impone la experiencia.  Psicológicamente, estamos en la memoria y en la experiencia, no hay una división concreta, es sólo un retruécano mental. Estar en dos puntos a la vez implica un desdoblamiento, el trabajo de la memoria es un trabajo de desdoblamiento y nada tiene que ver con la cosificación del pasado; muy por el contrario, estar en dos puntos es descansar. Dicho de otro modo: “un techo/un texto”. Entender eso, eso es sedimento.

sedimento

El recién nacido
confunde en el jardín
lo muerto con lo vivo
piedras con peluches
charcos con plástico
la paciflora con una mujer
ofreciendo pan de rodillas
una cocker masca su tallo
sus dientes de anciana
junto a las hojas cafés
y amarillas caen
preocuparse ignorarla
es satisfacerse
o indicarlo
la perra ocupa
el lugar de la raíz
ahora como antes
le arrancamos flores
para adornar su tumba
arrastrar ese macetero hacia el sol
tomó mi vida cada mañana
dejó una huella de arcilla
que divide el jardín
olvidé incluso
el escondite de frugelés
pero había muerto
descubrir volver
a la sopa que es uno mismo
y no puedes reemplazar
pero cambia el modo
de cantar una sensación
bastaría
contra una planta muerta
intentando tocar arcilla
en la que mis pisadas
estampan columbia
esta es mi huella
ola quebrándose sobre una isla
impresa en un cartón tras la vitrina
de la tienda deportiva
en un shopping
mi abuelo deslizando
su tarjeta ansioso
por darme algo
no es más que un trance
se borra con él
con mucho menos que la brisa
suena el timbre el jardín confía
en los cuerpos que fingen dormir
al interior de la casa
la siesta con pulgas
el dolor de no escoger
el color de las paredes
arrancan
una dulzura los devuelve
el teléfono suena destartalado
no contestan se sabe
que es un familiar
la orina reposa con la tapa abierta
nadie apaga la televisión
corta la gotera
o alimenta a la cocker
se escucha la risa del recién nacido
quieres ir
pero al oído te recuerdan
lo molesto del tono de tu pieza
ni siquiera es blanco te dice
verde patito
lo acabas de anotar
como la ballena azul
entender que la agilidad sobra
cuando no es innata
de eso muere el ahogado
por no respirar acorde a su ritmo
el recién nacido confunde su cuerpo
con la planta muerta la perra
los que duermen al interior de la casa
perdido hasta golpear
una ballena azul contra la gravilla
sin saber dónde termina
su mano
o empieza el plástico
aguantar
hasta que sacan
otro conejo del sombrero
detenerse
pestañeo y contengo
el golpe de una ciruela
verde en la frente
perseguir hasta el ahogo
aunque no hay manera
de devolver la ofensa
peor
esa persecución la intensifica
por eso renuncio a la carrera
noto ya estoy lejos de la base
volver y proteger el rostro
podría demostrar convencimiento
o aceptar no hay más
que la manzana donde vivo
al final de la queja
como al deshojar una flor
encuentras un líquido dulce
pero escaso si el abandono
dona al paisaje una perspectiva
aunque podes los restos podridos
tendrías que esconderlos en algún lado
mejor pararse
observar en la luz apagada
un incienso gira y forma un círculo
así mismo eres posible
en la micro
puedes seguir persignándote
si es lo que sirve
defender la foto familiar
el refrigerador hace música
con sus averías es otro pero aún
está el silencio para escucharlo
que acaba
en mal clima al dibujar un puente
purgar la pereza agotarse volver
con la cosecha sobre la espalda
sin pensar que el sol la madura
el paisaje nunca será uno
más entre mis dedos
solo queda indicar sus matices
uno el abandono dos
el despertar
en la calle no hay árboles frutales
la cosecha por propinas la acarrean
hasta el cuarto piso donde vives
una mañana lanzaste una uva a la calle
bajo esa mancha aturdida por el tráfico
fundimos las joyas maternas para hacer un garrote
contra árboles sin frutos trepando el cielo como si estuviera
quemamos las fotos paternas para hacer un rito
el humo trepando junto a la vista
tras las nubes ya no está
entrar crujiendo de sed en la maceta
levantando pavimento frente a las tiendas comerciales
sin arte no hay resorte ni suerte de rumbo
dardos repartidos contra el pecho de este tiempo
al nombrar el polvo que la razón
esconde bajo la alfombra
embarazando a oscuras el terreno llano
que la palabra desaloja contra nuestra voluntad
el paisaje un ejercicio
que cabe en la palma de la mano
se llena de luz
sacamos de cuajo
la cortina para tapar el puente
se lo queda el musgo
al ver crecer su mancha
aprendemos de los viejos
descansamos al estar
en dos puntos a la vez