Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne: El niño de la bicicleta. Por Gabriel Rodríguez

El niño de la bicicleta (Le gamin au vélo)
Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne
87 min.
Bélgica, Francia e Italia

Por Gabriel Rodríguez

Fue en la última edición de la Seminci cuando se presentó en España El niño de la bicicleta, el último trabajo de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne. La película, cuya aspereza social recuerda de forma ineludible a los trabajos de Ken Loach, nos cuenta la historia de Cyril, un niño de doce años que es abandonado por su padre. Este primer golpe en frío implica al espectador desde el comienzo, que comprende de forma rápida lo que a Cyril tanto le cuesta aceptar.

Aparte del realismo social de Ken Loach, la otra referencia que viene a la mente es el Antonine Doinel de “Los cuatrocientos golpes”: un preadolescente abandonado a su suerte y sin más armas que su ingenio para intentar que no se hunda el suelo inestable que pisa. Sin embargo, mientras que en la película de Truffaut se nos permitía ver lo suficiente como para sentir cierta empatía hacia las gamberradas del protagonista, en la de los hermanos Dardenne no hay tales concesiones. La narración es de lo más seco y si el espectador quiere justificar o al menos comprender el comportamiento de Cyril, tendrá que poner bastante de su parte. La cercanía que hay en Doinel y que nos permite identificarnos con el niño travieso que todos llevamos dentro en mayor o menor medida, no aparece en Ciryl. Nada nos ofrecen los Dardenne para que nos resulte siquiera simpático. Es egoísta hasta el solipsismo, como un náufrago al que no le importara pisar a los demás para intentar salir a flote.

Condenado como está a asirse antes o después a alguna figura adulta, duda entre las dos que se le ofrecen: la peluquera de buen corazón, Samantha, y el macarra del barrio, Wes. Estas dos opciones, de largo y corto alcance respectivamente, hacen que la historia se desarrolle sobre la estructura básica de los cuentos de hadas: el niño abandonado por su padre se encuentra con dos personajes antagónicos, encarnaciones del bien y del mal. Samantha es el hada buena y Wes la actualización de una bruja clásica. Claro que para Cyril la elección no resulta tan sencilla.

Narrativamente, la película es bien austera. Las localizaciones, escasas y sobrias, parecen haber sido escogidas para recordarnos las pocas escapatorias que puede haber en una barriada obrera; se podría decir que remiten a la letra de la canción Cine, cine, cine de Aute en la que comparaba con un paredón el mar al que Antoine Doinel llegaba al final de su escapada. Tampoco el vestuario de los actores resulta demasiado exuberante. De hecho, no varía lo más mínimo. Cada personaje repite modelo como si asumiera así que desde su nacimiento está confinado en un mismo rol que no puede cambiar.

Fruto de todo ello es la tensión que recorre la cinta de principio a fin. Si en lugar de una película tuviéramos delante una escultura, sabríamos que la hemos obtenido por un proceso sustractivo, eliminando lo ornamental y lo prescindible a partir de un producto más refinado con objeto de quedarnos solo con la esencia. En “El niño de la bicicleta” no hay concesiones ni pausas, nada que distraiga del hilo argumental. El ritmo es frenético y solo el reducido metraje hace que el ejercicio de funambulismo se pueda mantener.

Y es que Cyril parece pedalear no como un niño de las afueras de una ciudad de provincias, sino como un funambulista sobre un cable y sin la protección de la red sobre el abismo. Se diría que la calma le aterra, que tiene miedo a detenerse y pensar, que solo pudiera continuar pedaleando sin que importe la dirección en que lo hace, solo el propio movimiento.