Daniel Hidalgo: Manual para robar en el supermercado. Por Muy Matrera

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Daniel Hidalgo: Manual para robar en el supermercado

Hueders, 2016.

188 páginas

$10.000

 

Por Muy Matrera

 

Daniel Hidalgo (1983) no es un advenedizo en las letras nacionales, antes ya había publicado los cuentos Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011), donde destaca “Barrio Miseria 221” que fue llevado a las tablas no hace mucho. Manual para robar en el supermercado (Hueders, 2016) es un libro bien pensado, con personajes reales, creíbles a rabiar, redondo, de esos que el lector quisquilloso y desconfiado agradecerá leer. Hasta aquí podríamos pensar que ésta es una reseña convencional, con intereses creados de un buen libro promedio, pero no, y éste es un no categórico, porque estamos en presencia de un Hidalgo decidido, que ha soltado mano en su oficio de escritor, avanzando a pasos agigantados, a posicionarse como uno de los escritores más sólidos de la narrativa chilena actual.

Al contrario de lo que se podría pensar por el nombre de la novela, éste no es un libro que trate acerca de los sinsabores y desventuras del robo hormiga; en lo absoluto, aunque algo de eso hay. Esta es una novela de desesperado amor juvenil que expele hormonas en picado, hacía el vacío de un despeñadero en un Valparaíso que está lejos de ser la postal institucional del turismo. Sí, trata de un amor adoptado por desfiladeros imposibles con hedor a orines que desafían la gravedad donde el abandono, el alcoholismo y el tráfico de droga son el tópico de una ciudad que se eleva en forma esquizofrénica. Pensar en el Valparaíso de Hidalgo es pensar un poco en “Sex And Drugs And Rock ‘N’ Roll” de Ian Dury en un infinite random, una ciudad sucia y auténtica, pero en cierta forma cínica, donde el autor sin culpa alguna la describe brutalmente sin concesiones de ningún tipo.

“En El Ruso pasaban cosas que solo ahí eran posibles. Era un bar de esos históricos, descubierto por los estudiantes universitarios, cuando en realidad siempre había sido un lugar de viejos pobres y caídos al frasco e hinchas del Santiago Wanderers. Una quinta de recreo, como le decían antes, nuestros papás y abuelos. Todo Valparaíso había pasado por ahí alguna vez porque era una especie de centro turístico miserable, una capilla de historia, alcoholismo y pobreza. Por eso mismo, El Ruso ─al que claramente los parroquianos llamaban El Rucio─ tenía la capacidad de reunir las anécdotas más increíbles (…) traficantes menores y profesionales, con mechones universitarios, cabros en busca de algún tufillo izquierdoso de postal y viejos a los que el vino les terminó fermentando la vida entera”

La historia transcurre en la década de los noventa, sus protagonistas son Manuel y Lucy. Manuel es un joven de 18 años, estudiante de diseño gráfico, retraído, inseguro e inexperto en el sexo, que se la pasa tardes enteras escuchando rock como si fuera la única forma de llenar esa carencia por lo trascendental de la existencia, dibujando cómics bizarros, jugando videojuegos, masturbándose. Es fanático de Weezer, de su vocalista, Rivers Cuomo, y de su disco indiscutido el Pinkerton. Manuel, además, vive ese desarraigo con los sentimientos parentales, ignorando a los padres a su mínima expresión, tratando de evitar a toda costa de repetir sus tristes y fracasadas vidas, escapando del lastre a como dé lugar. Es un botón de muestra de la juventud, ¿quién no ha conocido a un Manuel?

Lucy una joven algo mayor que Manuel, de personalidad inestable, limitando lo patológico, que presenta evidentes problemas para socializar y adaptarse a nuestra idiosincrasia una vez que sus padres ─es hija de supuestos exiliados políticos─ deciden regresar a Chile. Constantemente cambia el color de su pelo, como si en cada teñido adquiriera una nueva personalidad, de figura delgadísima casi infantil, en apariencia frágil, esconde tras esa postura rupturista frente a la vida, propia de la contracultura, una joven con sexualidad voraz, que se niega a aceptar su realidad, enfrentar sus propios demonios y madurar. ¿Quién no ha conocido a una Lucy?

Lo que une a Manuel y Lucy no es amor real, del bueno, eso en el supuesto que exista un amor de esa condición. Es un amor cargado de sexo: “No había cosa mejor que tirar con Lucy y pensaba en la posibilidad de dedicarme a eso cada día del resto de mi vida”; de música: “De hecho habíamos comprobado que compartíamos gustos musicales y había quedado de prestarle el Pirkenton (…) que amaba a Rivers Cuomo porque lo encontraba tan sexy como nerd”; de adrenalina: “Robar en el súper era tan fácil que hasta yo podía hacerlo sin grandes complicaciones. El único obstáculo a vencer era el miedo y la culpa”; de contradicciones y confusión: “no quiero hacerte daño a ti, tampoco. Pero no puedo hacerle esto al Adrián. Él me quiere y lo que es peor: yo lo quiero (…), estallé supongo, necesitaba liberarme, hacerme daño… sentir la mierda que he hecho”. Todo un cóctel sensorial, viviendo frenéticamente porque no hay un mañana que pueda redimir tanto éxtasis; éste es sin duda el preludio que muestra cómo y cuándo todo se destruye, se descompone.

Hidalgo es un legítimo heredero de los escritores de los bajos fondos como Alfredo Gómez Morel, Armando Méndez Carrasco o Luis Cornejo; que no siente temor a ser fiel a sí mismo y creer en la garra de su propuesta literaria. De hecho este Manual presenta ciertas similitudes con Los amantes del London, en la construcción consistente de lo caótico y destructivo que puede llegar a ser el amor atormentado.

Si bien el final es algo predecible, la metáfora del incendio de la casa okupa como epílogo del amor fallido, no le resta mérito, es más le da una fuerza enorme. La fuerza de cerrar ciclos y comenzar otros, que para Manuel significó un impactante pasaporte a la madurez a través del dolor en su corazón y tratar de sacar a flote un semestre de ramos reprobados. Porque todo joven que lleva el rock en la venas se ha enamorado intensa y salvajemente de una chica huracán como Lucy, en el transcurrir de los años ya no importa si ese amor llegó a buen puerto, porque éste ya quedó tatuado en la memoria, revotando en el recuerdo de ese periodo cautivador, donde nada más importa, excepto el orgasmo abriéndose paso a través de una espalda flexionada en ángulo inalcanzable coronado con la banda sonora de nuestra juventud detrás, y nuestros sesos implosionando por una mujer que transformará el corazón en el trapero de la cantina más sucia y rancia de Valparaíso para desaparecer por ahí, donde nadie saldrá en su búsqueda.