Jazmín Barrera: Cuaderno de faros. Por Joaquín Escobar

 

Jazmín Barrera: Cuaderno de faros
Montacerdos, 2019.
124 páginas
$10.000.

 

Jazmín Barrera colecciona faros. Algunos reales, otros imaginarios. Muchos los visitó, los otros se los inventó.

Lleva una lista en la cual va tachando construcciones reales y ficticias. Es -quizá- su forma de aferrarse a una esperanza, una manera de hallar luz cuando la desolación nos marca la pauta.

El primer concepto que se me aparece al ir leyendo el texto de Barrera, es la frase de una canción de Jorge Drexler que dice: “Creo que he visto una luz al otro lado del río”. La frase del cantante uruguayo funciona como un esqueleto de todo el relato, quizás la bandera por la cual ir circulando por estos seis escritos que a su vez se forman y deforman en otros múltiples relatos.

Estar desorientada -en una ciudad o en la contemplación de lo cotidiano- es  angustiante para Jazmín Barrera, por lo mismo, las múltiples formas en que aparecen los faros -hay ciudades sin mar que también los tienen- funcionan como un anclaje a una realidad escurridiza: “Con los faros dejo de pensar en mí. Me alejo en el espacio y voy a lugares remotos. Me alejo también en el tiempo, hacia un pasado que sé que idealizo, en el que la soledad era más fácil”.

Barrera comienza el texto diciendo que siempre sintió admiración por las distintas colecciones con las que se encontró durante su niñez. Desde Los caballeros del zodiaco hasta los juguetes que venían en los envases de papas fritas. Cuando creció, ya de adolescente, se puso a coleccionar libros, y al igual que todos, tiene más de los que alcanzaremos alguna vez a leer. En forma paralela, y condicionada por su amplio registro de lecturas, se puso a coleccionar faros, fue su forma de huir, de escapar, de creer que la vida está en otra parte.

Un libro que a su vez son muchos libros. Contiene historias que bien podrían desembocar en un ensayo o un relato mayor. Su estructura escritural, abundante en párrafos, es una muestra de la hibridez con que la autora mexicana propone y ensalza sus formas. Pasa de la historia íntima a la intertextualidad, del desayuno familiar durante un viaje hasta Melville, Homero, Brodsky, Julio Verne y Virginia Woolf. Más allá de un diario de viaje, estamos ante un tratado íntimo que deviene en público, y que en cada estación nos guiña un ojo para nunca olvidar los faros de la -a veces- extraviada esperanza.