Roberto Brodsky: Casa chilena. Por Jonnathan Opazo

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Roberto Brodsky: Casa chilena
Random House Mondadori, 2015
256 páginas
$12.000

 

Por Jonnathan Opazo

 

El protagonista de esta novela es un dramaturgo que vuelve a Chile para vender la casa en donde pasó su infancia y adolescencia, junto a sus padres en la comuna de Ñuñoa. El panorama es desolador y auspicioso en partes iguales: por un lado, los arrendatarios, vieja pareja de amigos que, producto del quiebre matrimonial, tienen ciertos problemas para dejar el inmueble en los plazos establecidos. Por otro, el siempre ávido mercado inmobiliario ofrece un abanico de ofertas para comprar el terreno –el “paño”, en el decir más técnico- en el que la casa se sitúa, cuál de todas más cuantiosas. Casa chilena es la quinta novela de Roberto Brodsky, y al parecer la parte final de una trilogía que parte con Bosque quemado (2007) y la controversial Veneno (2012).

La novela está narrada en segunda persona, lo que crea un ambiente que a ratos tiene los tintes de una confesión o de un monólogo en donde una voz en off va repasando imágenes mientras intenta digerir el vértigo de la situación: una ciudad que crece a sus anchas sin mucha planificación, los amigos que maduran y van transando radicalmente sus convicciones al compás de un tiempo que parece tragárselos en su constante renovación, las relaciones humanas como un escollo que, a su edad –el protagonista bordea la cincuentena-, es necesario economizar con cierta elegancia para no dejar en los demás un gusto amargo. “Hubo una gracia, una gloria, te atreves a recordar, que ya no está contigo. Y lo que sigue es esta peste, este horror de la mirada ajena, la imperdonable soledad de quien ha perdido su nombre en ella” anota el narrador. En este sentido, el texto parece estar construido desde cierta necesidad de tomar revancha por una generación que se diluyó entre el exilio, el giro político que supuso una transición con tiene tintes de traición y una inercia bien cercana a la apatía.

“Mientras uno sea, la vida sigue, existe. Y si esto es así para ti, tendrá que ser igual para los demás. ¿Cuántas veces muere entonces el mundo cada segundo? Era para volverse loco”. La muerte, la fatiga, el tiempo como el trabajador incansable de lo que perece, aparecen acá como una pregunta incesante cuya respuesta, acuciante a ratos, señala las rutas por donde el narrador se mueve. Y así, el infructuoso flirteo con una chica veinte años menor, el inmiscuirse en su círculo de jóvenes promesas, dizque emprendedores y la vasta fauna de personajes insignes de los sectores acomodados de las urbes cosmopolitas, aparecerán como un espejo opaco donde el protagonista se mira angustiado, enfermo al mismo tiempo de envidia e incomprensión. De ese abismo que los separa surge algo parecido a la ternura que provoca el desencanto de una adultez un poco histérica por el bullicio de la renovación. Un ánimo parecido al que veces podemos encontrar en ciertas crónicas de un Roberto Merino, asombrado por lo inútil de los skaters o un Germán Marín acodado en un bar escuchando a los (sic) “Fiscales Ad Hoc”.

Casa chilena  es una novela que gana en prosa lo que parece perder en agilidad: a ratos dan ganas de que el spleen crónico del narrador se aceite un poco, que algo realmente intenso lo saque de madre, que alguien lo sacuda y lo saque de la nube de tedio en que parece estar sumergido la mayor parte del tiempo.