Carlos Henrickson: 44 Canciones Realistas. Por Juan Pablo Pereira

PORTADA 44 CANCIONES REALISTAS

Carlos Henrickson: 44 Canciones Realistas
Libros del Pez Espiral, 2015.
Colección Pez Espada (Poesía)
72 páginas
$ 5.000.

Por Juan Pablo Pereira


El barro en el cuaderno*

Resulta tentador caracterizar la poesía de Carlos Henrickson (Santiago, 1974) como una poesía del enfrentamiento, en el arco de significación que dicha palabra tiene, desde el mirar de frente hasta la confrontación en el sentido de combate y su búsqueda deliberada. Los poemas de este libro, 44 Canciones Realistas están llenos de armas, de reyertas, de derrota. Así, podríamos fácilmente meterla en la cajita de una de las posibilidades admisibles y admitidas para una poesía y resultar todavía vigente: la de la contingencia, y cerrar su caso con cierta satisfacción, la del deber cumplido del catálogo, trucos de reseñista mercurial. No es que no sea cierto, pero es también más complicado.

No es, por supuesto, como que la poesía de Henrickson rehúya el combate o algo así. Si bien sus textos no suelen adoptar el tono de la admonición -nunca sin ironía al menos; más bien es la ironía, leve, el vehículo de sus estocadas-, en todo caso sus poemas están el extremo opuesto al de afirmación de los valores del sistema imperante, y lo hace saber. No es que no haya compromiso (todo esto huele tanto a siglo XX, horror) pero el punto es otro. Henrickson no combate desde la redentorismo porque no cree en la redención, y no promete soluciones porque no las hay. Esto, que es peligrosamente cercano a un kulturpessimismus, que podría arrojar sus textos a un plañir por el pasado, es salvado rápida (y aparente)mente por Henrickson mediante a la adhesión a una ética y epistomología claramente materialistas, pasadas a Marx, descartando desde ya suspiros, lontananzas holderlinianas o lo que fuere.

Epur si muove: la superación siempre preserva, mediante su tachadura, lo superado; si bien realistas, estos poemas siguen siendo canciones. La canción, la canzone o chanson, según hemos olvidado, viene de tan lejos como Roldán y Petrarca y tan de cerca como Brecht o De Rokha, y Henrickson dialoga con ambos extremos de una tradición, no mediante la adhesión sino mediante la aplicación de mecanismos formales feroces, tangibles como un freno de mano o el clavo frente al flotador. En un método felino, juguetón y ligeramente sádico, Henrickson entretiene continuamente el hilado de imágenes leves y levemente esperanzadas, vagos retoños de lirismo que son inmediatamente desarmados como el producto de una sensibilidad trasnochada o el espiritualismo ingenuo, es decir, son cotejados, cuidadosa, alguien diría tristemente, y dejados de lado, no omitidos. Sin imprecación, sin alharaca, pero sin piedad, Henrickson desarma sus referencias -proyectos, ciudades, países como éste y poetas como él- y las devuelve al sinsentido de donde trató de sacarlas, fijándolas en el poema como a insectos el coleccionista, degradadas por el vapuleo y enaltecidas por ese sarcófago preservador, esa canción erizada.

Imposible en este espacio dar cuenta de una poética, pero a riesgo de incurrir en una bobada fenomenal creo que esta tensión menor, a veces salvaje pero paradójicamente constructiva es clave para entender a Henrickson. Reducido -literalmente, pues no es él menos víctima de sí mismo- a dar cuenta de un derrumbe, aplica una sistemática, no intensa pero persistente violencia a sus objetos que se traduce en rendimientos parejos, a veces extraordinarios en su capacidad de cuajo y plasmación, que no participan de lírica o épica alguna pero que de alguna forma evocan a ambas, como tonos y ruidos de fondo, ¿como a antepasados muertos quizá?, poniendo sus textos en una zona áspera e incómoda, antinatural si se quiere, tal como la síntesis que intenta.

Pero antes de espantarse con ello -y me parece que en vez de espantarnos debiéramos detenernos allí, caminar en esa arena movediza-, ¿no es exactamente esa capacidad de desnaturalización el antecedente necesario para responder desde la poesía a una realidad desquiciada? Como en todas las épocas pero en especial las horribles como ésta, santos, chamanes y cristos de cartón vuelven una y otra vez con un regalo en la mano, con respuestas cortas y pomadas mágicas. La poesía no se libra de esto; es demasiadas veces la vanguardia de ese fraude. Frente a ello, las canciones realistas de Henrickson, armas como son si no quedaba claro hasta ahora, permiten una saludable distancia con las estúpidas y burguesas batallas que esta falsa paz libra consigo misma. Porque a pesar de la cita a Remarque, la fractura a veces amarga que plantea Henrickson permite recordar que nada está tranquilo en ningún frente, occidental u oriental, antes o ahora; pero todo es cantable, según garrapetea un falso soldado ruso en un cuaderno manchado de barro, al fondo de una trinchera de papel, ocasionales silbidos de bala pasándole encima.

 

*Presentación realizada el martes 1 de diciembre de 2015 en la Fundación Neruda, Espacio Estravagario, Casa Museo La Chascona.