Carlos Araya Díaz: Población flotante. Por Juvenal Romero Pérez

 

Carlos Araya Díaz: Población flotante
Emecé - Cruz del Sur, 2019
196 páginas
$12.900

Por Juvenal Romero Pérez

Carlos Araya Díaz nos sorprende con la arriesgada propuesta narrativa de su tercer libro, Población flotante, pues en ella conjugan en una armónica disonancia múltiples voces que van tejiendo una historia que logra lucidamente dar unidad al relato.  62 narradores componen la novela y es a través de ellos que podemos hilar los acontecimientos que van dando forma al periplo de 27 horas que los lleva desde Santiago a Arica, viaje que se verá amenazado por asperezas climáticas y que pondrá en jaque la llegada de los personajes a la ciudad citada ciudad nortina. Estos breves relatos que en su mayoría podrían leerse de forma independiente se caracterizan por demarcar una particular atmósfera narrativa, que solo podría producirse al interior de un espacio cerrado como el bus. Desde esta perspectiva no es casualidad que Enzo Aguirre y Milton Trejo, auxiliar y chofer, respectivamente, por su posición al interior el bus, puedan hablar/narrar más que los pasajeros e incluso, entre ellos dos, el primero por su posibilidad de moverse “libremente” es de quien más podemos reconstruir su historia, logramos saber de su niñez en un hogar de menores, de su relación filial con la señora Isabel y de su romance virtual con Noami-k.  En frases breves, directas, carentes de cualquier recurso neobarroco Enzo logra comunicar mucho más de lo que las palabras dicen: “Esas horas que me acercaban a un robo se fueron transformando en años de trabajo, libros, techo, comida y cariño”.

Entre los pasajeros se pueden mencionar, por ejemplo, un turista norteamericano en aparente estado etílico; una chilena que le roba su pasaje al norte y documentos a otra mujer con una posible sobredosis que está desmayada en el baño del terminal; un joven colombiano de buena presencia dispuesto a vivir en el norte de Chile, menor de 25 años, de cuerpo trabajado, según indica el aviso laboral que lo lleva a Arica;  un anarquista que viaja al norte para hacer explotar la Segunda Comisaría de Copiapó; un prostituta que trata de recordar quién la contagió de VIH; un haitiano que piensa que su vida cambiará al llegar al norte gracias a la “fiebre del cobre”; un ex traficante de drogas devenido en pastor evangélico; un estudiante de medicina que huye de Santiago luego de ver cómo otro joven muere de una sobredosis. Este variopinto universo de sujetos nutre al relato de una multiplicidad de perspectivas y tonos narrativos con los que el autor se arriesga en este su tercer libro, ya que no es fácil dar cuerpo a más de 60 narradores de los cuales varios son solo un párrafo o un par de líneas como podemos observar hacia el final de la novela: “Mi hija me mira y me hace una pregunta, con calma y en voz baja, que no sé cómo responder”. Incluso, algunas voces renuncian al signo lingüístico y se expresan a través de ciertas imágenes visuales (teléfono móvil, pendrive, fotografía). No todos los asientos del bus están ocupados por un pasajero, pero sí en cada butaca hay una voz narrando algo.

Mediante una escritura ágil y sencilla Población flotante expone parte de un Chile actual en el que la violencia, en sus diferentes formas, afecta a las personas independiente de su género, nacionalidad, edad, entre otros factores. En general, los personajes de la novela son sujetos fraccionados por sus propias vivencias y experiencias, cuerpos abyectos que hablan poco, pero que comunican mucho. Además, el espacio representado por el bus, potencia la construcción de estos capítulos en los que casi no hay interacción entre los pasajeros, salvo algunas ocasiones como, por ejemplo, cuando encuentran a un joven robando la cartera de una mujer y varios pasajeros se reúnen para golpearlo. Solo situaciones disruptivas quiebran la rutina individual a la que nos invita el bus.

Población flotante invita a reflexionar sobre la sociedad actual, pero lo consigue de forma sutil, a través de una narrativa franca, directa y sencilla.  Las historias de los personajes, a pesar de lo dramáticas de algunas de ellas, logran conectar con el lector sin caer en el paternalismo ante la fragilidad identitaria de estos sujetos. Quedan en el tintero muchos otros aspectos interesantes por los cuales considero que la lectura de Población flotante se vuelve necesaria este 2019.